Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino”.
Palabra del Señor
Comentario
¿Cuándo entenderemos que la vida no pasa solo por lo material, que la vida del espíritu es la que le da la vida a nuestro cuerpo y a todo lo que nos rodea, que sin vida el corazón por más que tengamos todo, en el fondo, no nos queda nada? Por eso, “no solo de pan vive el hombre” y aunque Jesús también dio de comer pan material, fundamentalmente nos vino a traer el pan del alma, el pan que da la vida eterna, el pan que todos necesitamos. Y ese es el pan que tiene que dar la Iglesia principalmente. Cuesta, cuesta a veces entenderlo, pero tenemos que volver a escucharlo: “No solo de pan vive el hombre”.
Pocos evangelios generan a veces tanta confusión o tanta mala interpretación, como el que acabamos de escuchar. Muchas veces, se nos ha acusado y se nos acusa a los cristianos de que parece que buscamos el sufrimiento por el sufrimiento mismo, que nos gusta el sufrir, que solo por sufrir las cosas valen más, incluso algunos lo siguen diciendo. Y si esto en algún momento de la historia de la Iglesia se llegó a exacerbar un poco, es verdad, hoy la realidad es que no es tan así. No porque queramos “endulzar” las palabras de Jesús –porque ese sería el otro extremo, tan en boga hoy -, sino porque no podemos callar lo que Jesús dice. No podemos inventar o cambiar las palabras que dijo Jesús. Sí podemos interpretarlas mejor. Estas son las palabras de nuestro Maestro. Nos invita a seguirlo. Nos invita a ir detrás de él. Y hay que reconocer que el llamado de él nos hace una invitación. Nos invita a seguirlo, nos invita a ir detrás de él. Y hay que reconocer que este llamado de Jesús, que nos hace, es una invitación. Dice: «El que quiera venir detrás de mí». Claramente él no nos obliga, no nos presiona, solamente invita.
Renunciar, cargar con la cruz y seguirlo: estos son los tres temas, las tres cosas que no se nos pueden esconder hoy de Algo del Evangelio, pero al mismo tiempo hay que hacer el esfuerzo para entenderlas y aprender de la Iglesia: qué es lo que realmente Jesús nos quiso decir.
¿Él desprecia la vida? ¿Está diciendo que perdamos la vida? ¿Puede ser que Jesús desprecie la vida siendo que fue plenamente hombre y amó su vida tanto o más de lo que la amamos nosotros?
Ahí creo que está la clave. Jesús no desprecia la vida en absoluto, más bien nos hace darnos cuenta y nos invita a participar de esta vida, pero de una vida más grande, más plena, más profunda, que incluye, por supuesto, esta: la del cuerpo. Estamos en el camino de la vida, pero vamos a otra vida más grande, más plena, más feliz. Mucho más de lo que nos imaginamos y de lo que pensamos.
Jesús nos quiere enseñar a que no nos aferremos de manera absoluta a esta vida, porque vivimos una paradoja en nuestro interior. Queremos vivir para siempre, es verdad. Nadie quiere morir. Sin embargo, si nos dijeran, si te dijeran ahora que vamos a vivir esta vida terrenal para siempre, ¿vos querrías? Creo que más de uno le escaparía. No sería lindo vivir para siempre esta vida. Estamos para más. Vivimos esa paradoja del corazón: un deseo grande de eternidad, de felicidad y, al mismo tiempo, una sensación de que acá, en esta tierra, jamás vamos a alcanzarla plenamente. Eso nos muestra que fuimos creados para algo mucho más trascendente y que, en realidad, lo que nos asusta de esta vida, que al mismo tiempo es lo que Jesús nos quiere ayudar a asumir y abrazar, claramente es el sufrimiento. No queremos sufrir.
El sufrimiento nos asusta terriblemente. Nadie quiere sufrir y, por eso, no queremos morir, porque la muerte en sí acarrea un sufrimiento y, al mismo tiempo, queremos una vida más grande, pero evitando todo sufrimiento. ¡Qué paradoja! Eso es lo que nos pasa a todos: le escapamos al sufrimiento. Es natural.
Jesús en Algo del Evangelio de hoy nos enseña que él, siendo verdaderamente hombre y viviendo nuestra condición humana, no le escapó al sufrimiento, al contrario, lo enfrentó, lo abrazo, lo asumió, lo aceptó. Hizo eso que tenemos que aprender a hacer nosotros para ser verdaderamente sus discípulos. Mientras vamos madurando en nuestra fe, aceptar que hay muchas cosas en la vida que no podemos cambiar, que tenemos que aceptar, aunque sean sufrimientos.
Benedicto XVI llegó a decir una vez algo así, muy fuerte: “El hombre que no sabe sufrir, no solo no llega a ser cristiano, sino que no llega a ser plenamente hombre”. No es verdaderamente hombre aquel que no acepta el sufrimiento y no está dispuesto a amar. Si nos ponemos a pensar andamos muchas veces escapándole al sufrimiento, todo el día. En el fondo, cuando le escapamos al sufrimiento, le estamos escapando al amor. Porque amar es también sufrir. Por eso, hoy me propongo y te propongo que no busquemos el sufrimiento en sí mismo, sino que empecemos a aceptar las pequeñas cosas que nos hacen sufrir y no nos gustan, pero que nos hacen amar, nos hacen más plenos. Todo sufrimiento físico, pero especialmente los sufrimientos morales y espirituales, que a veces nos hacen vivir como “enojados” con la vida. Aceptemos que el clima no es como nos gustaría que sea. Aceptemos que a veces viajamos incómodos. Aceptemos que el trabajo no es lo mejor que pensamos. Aceptemos que la cara de nuestro jefe o su forma de ser no nos gusta. Aceptemos que nuestros hijos no son lo que queremos que sean. Aceptemos que las cosas son diferentes.
Carguemos con la cruz del amor, la de seguir el mismo camino que Jesús. Aceptemos que tenemos debilidades, que estamos cansados, que tenemos cosas que mejorar, que no vamos a poder mejorar todo de nuestra vida. Aceptemos que nuestros seres queridos no son lo que queremos, que no eligen lo que nosotros pensamos. Aceptemos que nuestro marido, que nuestra mujer, son distintos. Aceptemos la realidad. Ese es el primer gran paso para aprender a cargar con la cruz, aceptar la realidad, aceptar lo que no podemos cambiar, es uno de los primeros sufrimientos que no nos gustan y que tenemos que aprender a cargar.
Ojalá que hoy cada uno abrace su cruz, por pequeña que sea, para aprender un día a abrazar la gran cruz, que será la entrega de nuestra vida cuando Dios Padre nos llame a su presencia.
Amemos nuestra vida, pero entreguémosla. Seamos capaces de entregarla y que se vaya desgastando por amor, aunque duela, porque si no la vamos a perder escapándole a todo lo que vale la pena. Amemos nuestra vida, pero aprendamos a darla, porque si no la vamos a perder en pavadas. Y nosotros estamos no para volar como “pavos”, sino para volar como águilas.