• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XVIII Sábado durante el año

Un hombre se acercó a Jesús y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron sanar.»

Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí.» Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que, desde aquel momento, quedó sano.

Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»

«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que, si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: “Trasládate de aquí a allá”, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes.»

Palabra del Señor

Comentario

Todos los días deberían ser especiales para escuchar más la voz de nuestro Maestro, la dulce voz que siempre nos habla al corazón. Nunca deberíamos tomarnos un respiro en amar, sin amor no podemos vivir, y el amor se alimenta con la escucha diaria de lo que el Señor quiere para vos y para mí, para todos los hombres. La sabiduría de la Palabra de Dios escrita no solo está escrita en libros, en los libros de la Biblia, en millones de impresiones y traducciones realizadas a lo largo y ancho de todo el mundo, de la historia de la Iglesia, sino que la sabiduría de la Palabra de Dios también está escrita en los corazones de los que creen, en el tuyo y en el mío, en los corazones de los sencillos y humildes ante los ojos de Dios, porque «a ellos les pertenece el Reino de los Cielos», como dice el mismo Jesús. Te llevo a una situación hipotética y un poco extremista, que difícilmente suceda, pero que me parece que nos puede ayudar a comprender lo que quiero decir.

Imaginemos que un día una catástrofe destruye todas las biblias que hay en el mundo, desaparecen todas las biblias, que todo lo escrito a lo largo de los tiempos sobre la historia de la salvación, sobre el misterio de Dios, sobre la vida de Jesús, sobre su deseo de salvación; imagínate que deja de estar en nuestras manos –algo imposible hoy por la existencia de la tecnología, pero vuelvo, a decir, es para ejemplificar–; imagínate que deja de estar para ser escuchada… ¿Qué pasaría? ¿Qué nos pasaría? Obviamente nos dolería muchísimo, sería muy duro, pero… ¿qué pensás que pasaría? ¿Dejaríamos de escuchar a Dios? ¿Dejaríamos de saber lo que él quiere de nosotros? ¿Dios se quedaría sin voz? ¿Sería realmente una catástrofe para nosotros?

Por un lado, sí, pero en realidad deberíamos decir que no totalmente, porque la Palabra de Dios está escrita en los corazones de los que creen, en los corazones de los miembros de la Iglesia, y más allá de ella de algún modo, porque las semillas del Verbo están también fuera de la Iglesia. La Palabra de Dios existe también en la medida que se la vive, que se la práctica, en la medida que se la transmite con el ejemplo y las acciones. Eso quiere decir que podríamos «reconstruir» los escritos sagrados apelando a la vida de millones de hijos de Dios dispersos por el mundo, en la historia de los santos, no solo los que la estudian o la conocen en profundidad.

Algo me pasó una vez que me confirma esta verdad que enseña la Iglesia. Visitando una señora muy mayor, que sufría los achaques de la edad, me dijo algo que me hizo pensar en esto, y me maravillé una vez más del valor de la transmisión de la fe, más allá del estudio, más allá de los cursos y cursos que podemos hacer, más allá de la Palabra escrita. No recuerdo bien porqué, pero le pregunté a la señora si ella se enojaba, y me contestó algo así: «No padre, yo no me enojo, mi padre me enseñó siempre que no hay que enojarse con las injusticias, con los que nos hacen el mal, porque eso no soluciona nada, sino que mejor es dejar el enojo de lado y saber que Dios le hará dar cuenta algún día a esa persona que obró mal».

Esa respuesta es un claro ejemplo de que la fe también se transmite con la vida y el ejemplo; y si es necesario, con las palabras, como decía san Francisco. Esa mujer jamás había por ahí tomado un catecismo en sus manos, seguro que tampoco había estudiado la Palabra de Dios escrita, pero la llevaba en su corazón gracias a su padre y la practicaba sin mucho ruido gracias al ejemplo de su padre. Si perdiéramos todas las biblias del mundo, podríamos volver a escribirla gracias a la vida de mujeres como la que me tocó visitar ese día a mí.

En Algo del Evangelio de hoy, escuchamos de Jesús una expresión bastante dura para con sus discípulos: «Hasta cuándo tendré que soportarlos». Se los dijo ante su falta de fe, porque no podían expulsar un demonio. ¿Por qué? Por la falta de fe. Lo dijo claramente: «“¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. “Porque ustedes tienen poca fe”, les dijo”».

Les aseguro que, si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: «Trasládate de aquí a allá», y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes”.

¿Jesús hasta cuándo nos vas a soportar con tan poca fe, dudando de tu poder para liberarnos de los demonios que nos atormentan, de los vicios, del pecado, para dejar eso que pensamos que nunca dejaremos y tantas cosas más? ¿Cuánta más paciencia tendrás con nosotros, especialmente con los que nos creemos cerca tuyo, para aguantar que seamos incapaces de confiar? Jesús, nos maravilla tu paciencia, tu infinita paciencia, porque siempre nos das una y mil oportunidades ante nuestra falta de fe. Debemos reconocer que todavía no sabemos bien lo que es tener fe plenamente. Podemos conocer bastante nuestra fe, podemos practicar mucho nuestra fe, pero no podemos hacer lo que Jesús nos prometió que podríamos hacer si realmente tuviéramos fe.

¡Si tuviéramos fe como un grano de mostaza!, ¡si tuviéramos la fe que Jesús nos enseñó a tener…!, ¿cuántas cosas más haríamos?, ¿cuánto más trabajaríamos por él, con amor y desinterés? Sin embargo, del corazón puede brotarnos esta expresión un poco pesimista: «¡Siempre lo mismo! ¡Siempre caigo en lo mismo! ¡Parece ser que la fe no produce nada en mí!». Si releemos la historia de los discípulos bastante incrédulos, como nosotros, sabremos que finalmente cuando aprendieron a confiar, cuando creyeron realmente en las palabras de Jesús y se dejaron guiar por el Espíritu Santo, todo cambió para siempre, sus vidas y la del mundo, para siempre. El milagro de la fe fue transformar el corazón duro de esos hombres y convertirlo en un corazón de carne, lleno de amor. «Nada sería imposible para nosotros» si tuviéramos la fe de un grano de mostaza y confiáramos en las palabras de Jesús.

«Señor, danos un poco más de fe. Queremos creer un poco más, ten piedad de nosotros».