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XVIII Miércoles durante el año

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: « ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.» Pero él no le respondió nada.

Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.»

Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.»

Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme!»

Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros.»

Ella respondió: « ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»

Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.

Palabra del Señor

Comentario

Retomando un poco el evangelio del domingo, de la multiplicación de los panes, no tenemos que olvidar que Jesús no solo hizo el milagro para poder alimentar a tanta gente, para saciar esa necesidad momentánea, sino que también la hizo, de alguna manera, para enseñarle algo a sus discípulos. A esos discípulos que no supieron reconocer la verdadera necesidad de esa multitud, que no estaba buscando en principio algo para comer, sino sanación, la presencia misma de Jesús y ellos resolvieron que su necesidad era la de alimentos. Por eso también nos ayuda a pensar a nosotros mismos porque, muchas veces sin darnos cuenta, nosotros determinamos qué es lo que necesita el otro y nos olvidamos que el único que sabe qué necesita la otra persona, es Jesús. Y lo que realmente necesitan las personas es a Jesús y no cosas materiales.

En Algo del Evangelio de hoy, qué grande es la fe, podemos decir, de tanta gente que, de alguna manera, parece lejos, pero está tan cerca. Esto me maravilla muchísimo y, al mismo tiempo, qué poca fe de tanta gente que parece o cree que está muy cerca de Jesús, pero en realidad, está bastante lejos. Qué grande es la fe de la gente que no sabe mucho de la fe (a los ojos de otros sabiondos) pero en realidad sabe lo más importante, sabe lo mejor: “que Jesús lo puede todo”. Y qué bien me hace ir a veces a los santuarios y mientras estoy pensando en qué voy a decirle a Jesús o a María en mí oración, veo otro hijo o hija de Dios, con mucha menos preparación que yo, rezando con lo que vive y siente, sin mucha vuelta: rezando con el corazón.

Qué grande es la fe de tantas madres que lloran con dolor por sus hijos, por sus familias, al verlos lejos de Dios, al ver que están perdidos por tantas cosas, al ver que sufren y no pueden hacer nada. Qué grande es la fe de esas madres que mueven cielo y tierra con tal de ver a sus hijos bien. Qué grande es la fe de tantas personas, marginadas por esta sociedad, a las que se les promete muchas cosas y se las usa para provecho propio. Qué grande es la fe de personas enfermas que, por ejemplo, para recibir un diagnóstico de su enfermedad tienen que andar circulando por cinco o seis hospitales distintos, por no tener ninguna cobertura social. Qué grande es la fe de los que se convierten a Jesús de corazón y no tienen la fe contaminada con ideologías. Y por eso, son sencillos, van a lo esencial, mientras en otros niveles se están discutiendo sonseras.

Qué grande es la fe de esta mujer de Algo del Evangelio de hoy. Esa fe que nos enseña a todos. Nos enseña a gritar desde el fondo del alma a los que decimos tener fe y en realidad, muchas veces, no la tenemos tanto o la tenemos demasiado en la cabeza y poco en el corazón. Y también te enseña a vos que no estás tan cerca, o eso crees, pero cuando te acercás a Jesús, te acercás en serio, con todo el corazón. Cuánta gente se acerca poco, pero cuando se acerca, se acerca de verdad. Se acerca con verdadera fe. Lo importante es acercarse en serio, acercarse a Jesús bien, no así nomás. Eso percibo muchas veces. Gente que se acerca, de alguna manera, poco a Jesús, pero cuando lo hace, lo hace con una intensidad que supera muchísimos encuentros de los míos. A veces el estar, de alguna manera, siempre cerca de él nos hace perder la espontaneidad, la intrepidez, la frescura. A los discípulos estando cerca de Jesús les pasó eso, lo que nos puede pasar a nosotros, a tal punto que querían “hacer callar” a la mujer cananea, porque les molestaba sus gritos. Querían que Jesús les conceda la petición, pero solo para que se calle.

Esta mujer era pagana, era alguien que no pertenecía al pueblo de Israel. Por lo tanto, para ellos, no era “digna” de recibir la salvación. Y en la respuesta dura de Jesús se percibe esta realidad. Sin embargo, Jesús, podríamos decir que la prueba. Utiliza esta prueba para enseñarles a los discípulos y a nosotros que alguien que no está cerca puede enseñarnos lo que es tener fe. Alguien que no está “formalmente” en la Iglesia puede mostrarnos lo más puro de la fe, la confianza total en la palabra de Jesús, la humildad de reconocer que sin él no se puede hacer nada.

Tengamos cuidado si creemos que “estamos cerca” de Jesús. Estar cerca, físicamente, de él, de la Iglesia, no nos asegura tener el corazón como él. Tengamos cuidado con la “soberbia” de los que “rodeamos” a Jesús pero que, sin querer, le cortamos el paso a otros que quieren acercarse a él. Aprendamos a admirarnos de la gente que parece lejos, pero que tiene mucha fe. Tiene la fe bien pura. No sabe el catecismo, no saben muchas cosas de la Iglesia, pero a veces saben lo esencial.

Y vos “abrí los ojos del corazón”, que, por ahí, aparentemente, no estás tan cerca, porque te alejaste alguna vez, porque te agarraste una bronca, porque no te crees digno o porque alguien te puso una barrera; incluso, por ahí, un sacerdote. Y date cuenta de que Jesús quiere que dejes todo eso de lado, que te las rebusques y le pidas las cosas a los gritos con fe, aunque a muchos les moleste. Pedí las cosas a gritos, de corazón, sabiendo que él siempre te escucha. Todos tenemos que aprender, a veces, a pedir las cosas de esa manera. Eso también es tener fe. Es parte de la fe.