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XVIII Martes durante el año

Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.»

Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.»

«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame.» En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios.»

Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

Palabra del Señor

Comentario

No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de su boca. No solo vivimos de las cosas materiales, algo que tenemos que recordar una y mil veces. Por eso, la multiplicación de los panes también, aunque parezca lo contrario, nos quiere enseñar eso, que no solamente vivimos de pan: que estando con Jesús se pueden superar muchas otras cosas, que sin estar con él son imposibles. Por eso, reafirmemos una vez más nuestro deseo de no vivir solamente del pan material, no estar tan preocupados por lo que vendrá, sino fundamentalmente estar con él.

Estar con él. Jesús, los discípulos –representados en Pedro en el evangelio de hoy – la barca y el mar son los grandes protagonistas o imágenes de Algo del Evangelio.

Te propongo que pensemos en el mar. ¿Qué es el mar para la Palabra de Dios? El mar es el mundo con todos sus problemas. El mundo en el que, de alguna manera, navegamos. La barca en la que vamos es la barca de la Iglesia. Es la barca también de nuestra propia vida, la barca de tu familia, que de alguna manera tenés que llevar y remar, y de tantas cosas, de tus propios proyectos también.

Y el mar, la verdad, que es inestable. En el mar uno se siente inseguro porque está en constante movimiento. En el mar va también la barca agitada por mil problemas y se mueve para todos lados. Los problemas de tu vida, en un mundo que parece que se olvida de Dios y que parece que nos golpea continuamente. Los pecados y las propias debilidades, también las ajenas. Los pecados y debilidades sociales de este mundo, que está lleno de injusticias, de corrupción, de enfermedades, de problemas, de muerte. El no poder llegar, a veces, a fin de mes con lo que tenemos. El no saber a veces cómo hacer para seguir adelante. El andar sin rumbo también, sin encontrar el sentido a la vida. Bueno, esto y tantas cosas más, puede ser para nosotros el mar de la Palabra de Dios de hoy.

Y la barca, de tu vida, de mi vida, de la Iglesia, a veces parece así vacía, navegando en la noche y enfrentándose a olas que nos golpean por todos lados. La Iglesia también va por este mundo inestable. Es parte de este mundo, llena de debilidades. Pero, ¡no nos quedemos ahí! No nos podemos quedar en todo esto que parece negativo.

En esta situación límite, en esa situación límite, Pedro se anima a desafiar al Señor y le dice: “Si eres tú, mándame a ir a ti sobre el agua”. ¡Qué locura la de Pedro! ¡Qué ocurrencia! Ese es el desafío que, a veces, le ponemos a Dios, ¿no? Nosotros. ¿Estás? ¿Realmente estás en este mundo o sos una especie de fantasma, que no te puedo reconocer? ¿Por qué no hacés algo y me ayudás a superar todo esto? En medio de este mundo a veces no te veo, parecés un fantasma; y por eso, Pedro lo desafía, de alguna manera, y se anima a preguntarle. Animémonos también a preguntarle con buen corazón y a desafiar, de alguna manera, a nuestro buen Dios: “Mostrame dónde estás” Pedro se anima a hacerlo y Jesús se lo concede. Pedro nos representa a todos. Desafía la presencia de Jesús en el mundo y él se lo confirma. Lo conduce por el agua y lo hace hacer lo que parecía “imposible”. Como muchas veces nos hizo hacer a nosotros, a vos y a mí. Nos ayudó a hacer cosas que nunca imaginamos. Nos hizo caminar por el mundo como por “sobre el mar”, en medio de tantas cosas y, todavía, estamos acá, ahora, escuchando la Palabra de Dios, luchando. Pero, finalmente, ¿qué le pasó a Pedro? ¿Qué nos pasa a nosotros cuando nos hundimos? Pedro duda porque, en vez de dejar su mirada fija en Jesús, comienza a ver la violencia de las olas y no el rostro de Jesús.

Así nos pasó a nosotros, cuando dudamos, cuando dejamos de mirar a Dios, cuando nos pusimos a mirar los problemas, y nos ahogamos casi solos. Nos ahogamos entre tantas cosas que se agitaban porque, en vez de verlo a Jesús, vimos los problemas y la violencia. No miremos la violencia de este mundo. Miremos el rostro de nuestro amado, buen Jesús. Miremos su rostro que nos está esperando, nos está mostrando su presencia en este mundo. Y hay que tener fe para poder verlo.

Pero bueno, si nos llegamos a hundir, como le pasó a Pedro, como nos pasa tantas veces a nosotros, que este evangelio de hoy se transforme en oración. Gritemos como Pedro: “Señor, salvame. Señor, salvame porque dudé una vez más y ahora me estoy hundiendo y necesito tu ayuda”. Pedro también nos enseña, de algún modo, la humildad. En medio de esa arrogancia también supo ser humilde. Sabe extender su mano y, fundamentalmente, sabe que Jesús le tenderá su mano.

Bueno… Dejemos que hoy él nos tienda una mano, que nos saque y nos vuelva a poner en su corazón, en su regazo, y no nos hundamos una vez más. Vayamos otra vez a la barca de la tranquilidad, de la paz, de la Iglesia, de nuestro corazón. Porque cuando Jesús está en nuestra vida y nos devuelve a la barca, aunque estemos en medio del mundo, podemos estar en un mar que, en realidad, es de pura calma.