• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XVII Lunes durante el año

Jesús propuso a la gente otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.»

Después les dijo esta otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa.»

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

Palabra del Señor

Comentario

Cada lunes es, de alguna manera, un volver a empezar o un empezar distinto al de otro día de la semana. Después del domingo, después de descansar un poco más, de haber disfrutado algo distinto, tenemos que volver a lo de siempre, a la rutina de cada día, pero de una forma nueva. Eso sería lo ideal. Eso es lo que necesitamos todos, renovarnos. Pero… ¿lo vamos a hacer sin escuchar la Palabra de Dios? No, jamás. ¿Creés que puede ser lo mismo? No, es imposible. No es lo mismo. Aquel que experimentó la fuerza de la palabra en su vida, puede asegurar que no es así. Levantá la mano si para vos es así, como te estoy diciendo, que no hay vuelta atrás, que no es lo mismo escuchar que no escuchar. Para afirmar esto es lindo aprender algo sobre lo que la Palabra de Dios dice sobre ella misma.

¿Qué nos dice la Palabra de Dios de ella misma? Empecemos esta semana por la carta a los hebreos que dice: “…la Palabra de Dios es viva…”. Quiere decir que no es letra muerta; o sea, que cada vez que se la lee, si se la lee con espíritu atento, si se la guarda en el corazón mientras se la lee, para pensarla, contemplarla y meditarla, es “viva”. Te habla a vos y a mí en este momento concreto de nuestra vida. Te habla a vos que estás trabajando, en una empresa o en una fábrica; vos que trabajas en una casa; que sos madre, que sos padre, que sos hijo, hija. Te habla ahora, en este momento, mientras estás haciendo lo que te toca hacer. No importa lo que estés haciendo. Y al decir que la palabra es viva, quiere decir que es dinámica también y, por eso, puede obrar, puede actuar. Con ese espíritu, con esas ganas, hay que leer y escuchar la Palabra de Dios. Y, al mismo tiempo, si es viva…es para vivos, para personas que tienen corazón, que tienen ganas de crecer, que tienen deseos de escuchar y de vivir según lo que Dios dice y enseña. Pero, me animo a agregar una cosa más, es viva también porque puede hacer resucitar a un muerto. Puede hacer que nos renovemos verdaderamente, aunque estemos medios moribundos del corazón.

En Algo del Evangelio de hoy el Señor nos sigue hablando por medio de parábolas. Sigue enseñándonos a través de parábolas, qué es el Reino de Dios. El Reino de Dios que ya está entre nosotros porque Jesús es quien lo trajo con su presencia, con su presencia física y hoy con su presencia mística en la Iglesia, en la Eucaristía, en cada uno de nosotros que vive la fe, en cada pobre que nos necesita. El Reino de Dios está ahí, ahora, presente en este momento.

El Reino de Dios no es únicamente la Iglesia. ¡Cuidado!, no lo identifiques únicamente con la Iglesia. Es verdad, está en ella, pero la sobrepasa. Porque el Reino de Dios es la relación de amor entre Dios Padre y nosotros, y se hace presente especialmente cuando le decimos un “sí” a Dios, cuando aceptamos su voluntad y se realiza acá en la tierra, como decimos al rezar el Padre Nuestro. Por eso, el Reino de Dios es más grande que la Iglesia. Aunque, por supuesto, la Iglesia en cada uno de nosotros, está llamada a vivirlo de una manera especial, más profunda, más radical.

El Reino de Dios —dice hoy Jesús— es un grano de mostaza. Es chiquitito, empieza con lo chiquito, como cualquier comienzo. Todo crece lentamente. Es la más pequeña de las semillas, casi insignificante…

Y así empezó el Reino de Dios en tu vida y en la mía. Así empezó cuando nos bautizaron, cuando recibimos la fe, cuando nos convertimos, cuando de a poquito recibimos las enseñanzas de las cosas de Dios y dejamos que vayan germinando y creciendo. Empezó de a poquito y hoy creció muchísimo en tu corazón y en el mío, pero quiere crecer todavía mucho más para cobijar a otros.

Hoy el Reino de Dios en tu vida también comienza como un grano de mostaza. Tratemos de que se extienda como las ramas de este arbusto. Tratemos de que hoy en nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestras familias, con nuestros padres, hermanos, con los hijos; a través de ese “sí” que le demos a Dios, y logrando que se haga su voluntad, se convierta en una posibilidad para otros, para que los demás se cobijen, se sientan abrazados por el amor de Dios, que tengan un lugar donde estar. El Reino de Dios abre las puertas y el corazón a todos.

El Reino de Dios también es levadura —dice Jesús. No se ve, pero se mezcla con harina y logra formar una masa rica para que otros se alimenten. El Reino de Dios está en medio de este mundo. Vos estás en medio del mundo. Ahora estás viajando o estás por ir a tu trabajo. Estás estudiando o estás descansando, pero estás en el medio del mundo y tenés que hacer “fermentar” la masa. Tenés que darle forma a la masa de este mundo que, sin levadura, sin el Reino de Dios, sin ese “sí” chiquito que le damos a Dios, no tiene sentido. Es aburrido.

Por eso, preguntémonos hoy de qué manera podemos ayudar a que esta “masa” del mundo que a veces vive como sin Dios, y a veces también en nuestra vida por ahí estamos viviendo como si Dios no existiera… en qué manera podemos ayudar, podemos colaborar. Preguntémonos si esa masa hoy puede fermentar y así poder vivir el Reino en nuestro día, en cada cosa sencilla que nos toque vivir.