Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?» «Sí», le respondieron.
Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo.» Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Palabra del Señor
Comentario
“Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo… —y sigue diciendo la Carta a los hebreos— ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.
La Palabra de Dios penetra hasta el fondo de nuestra vida. Quiere penetrar. Corta, no por cortar, por hacer doler, sino que corta para poder penetrar. No hay otra forma. No hay otra manera. Por eso, nos podríamos preguntar por qué muchas veces escucho la Palabra de Dios y no pasa nada, es como si no leyera nada.
Alguien me dijo una vez: “A mí me hacen doler mucho las cosas que dice, Padre. ¿Por qué a veces Dios es tan duro?”. Me salió decirle: Sí, puede ser. Es verdad. A veces, la Palabra de Dios es difícil, es dura, es cortante. Esto pasa cuando me muestra algo que no va bien en mi vida, pero… estoy seguro de que ese no es su primer fin. La Palabra de Dios quiere penetrar hasta el fondo del alma, para abrazar, para consolar, para sanar lo roto. Quiere llegar hasta la raíz, hasta la médula, para transformar nuestra vida desde adentro, desde lo más profundo; no desde afuera, no superficialmente. Cuando escuchamos no lo hacemos solamente para pensar en qué tenemos que cambiar o qué tenemos que hacer, hay que evitar pensar directamente eso, sino que quiere ser bálsamo para el alma. Y por eso es un camino más largo, más difícil, pero más lindo. En la medida que la Palabra de Dios nos va haciendo sentir hijos y amados, eso es el camino o el principio del camino de la sanación, que después hará que duela menos aquello que me muestra.
Entonces, dejemos que penetre hasta el fondo del corazón. Tenemos que escuchar más, tenemos que tratar de comprender mejor. Si no pasa nada cuando escuchás, tenés que tratar de volver a leer, escuchar y profundizar. Poné el audio muchas veces si es necesario. A ver… hacé como me cuentan algunos, que me dicen que lo ponen dos, tres o cuatro veces. ¿Qué perdemos? Alguien también me dijo una vez: “La verdad es que me hace bien escuchar diez minutos, no es nada; si al final los pierdo en ver televisión, en cualquier cosa”. Es así, ¿no? ¿Cuánto tiempo dedicamos a que otras cosas penetren en nuestra vida y no tanto las cosas lindas que vienen de Dios?
En Algo del Evangelio de hoy escuchamos otra parábola acerca del Reino, una de las últimas parábolas donde Jesús nos quiere explicar qué es el Reino de Dios. Es un poco difícil, porque la lógica del Reino de Dios no sigue la lógica humana. Escuchamos la otra vez que los peones del campo quieren arrancar la cizaña —como haría cualquiera de nosotros—, sin embargo, Dios dice: «No. No arranques. No la arranques. Esperemos hasta el fin. No vaya a ser que arranquemos sin querer algo que es bueno, el trigo».
Hoy también la lógica de esta parábola diría que un pescador mientras va pescando y ve que pesca algo que no sirve lo tira al mar, mientras va pescando, podríamos decir, por el camino; ¿Por qué? Para no cargar hasta la orilla algo que no será de su provecho, algo que le genere incomodidad, basura. Sin embargo, hoy la parábola dice: “…los pescadores la sacan a la orilla…”; o sea, que Dios está mirando la historia, digamos que, desde arriba, con misericordia. Está “pescando” continuamente. Tira la gran red de su amor al mundo, que es el mar, para sacar toda clase de peces, toda. Toda clase de peces —dice la parábola—, no los que nosotros pensamos que se “merecen” la salvación, los que se merecen ser pescados. La red atrapa todo: los buenos, los malos, los feos, los lindos, los grandes, los chiquitos, los gordos, los flacos, los rubios, los morochos, los que tienen más dinero, los de menos: todos los hombres-peces de la historia del mundo.
¡Cuidado! La red del Reino de Dios quiere salvar a todos. No excluye a nadie. El Señor es el primer gran interesado por salvar a todos los hombres, a vos y a mí, en primer lugar. Y cuando lleguemos al final de la historia, de nuestra vida personal, Dios Padre nos podrá decir: «Este se merece y quiero que esté conmigo para toda la eternidad». No somos nosotros los que decidiremos. Dios quiere la salvación para vos, para mí, empezando desde hoy, y para eso tenemos que abrir más el corazón.
Entonces, vos y yo no somos quiénes para andar mirando quién se merece y quién no se merece, quién es bueno y quién es malo. ¡No!, eso dejémoslo mejor a Dios, que lo sabe mucho mejor que nosotros. No hay que amargarse la vida.
¿Comprendiste esto? ¿Comprendimos? Es difícil, es una lógica difícil, pero tenés que dejar que nos transforme. Tenés que dejar que la misericordia de Dios nos haga ver las cosas de otra manera. Solo al final de la historia se tirará lo que no sirve. Mientras tanto, misericordia y tirando la red para todos lados. Los peces que menos parecen, a veces son los que más se convertirán.
Muchas veces, vienen madres muy dolidas a hablar con nosotros, los sacerdotes, o padres, porque sus hijos están lejos de Dios.
Porque sus maridos no se acercan, porque están enfermos o llegando al final de sus vidas y aun así no abren su corazón. Hay que seguir rezando, hay que dejarlos tranquilos. El Reino de Dios no es únicamente la Iglesia. Dios sabe cómo y cuándo actuar, incluso fuera de la barca de la Iglesia. Dios es el primero que quiere pescar a todos. Que a veces no se acerquen a la Iglesia, que no reciban los sacramentos, como nosotros quisiéramos, no significa que el Reino de Dios no pueda trabajar en sus corazones. Hay que mirar la historia como la mira Dios, con paciencia, con misericordia, con un corazón mucho más grande que el nuestro.