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XVI Viernes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.

El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.

El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.

Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.»

Palabra del Señor

Comentario

Cuando no descansamos bien, no solo el cuerpo se desgasta de manera más acelerada, sino que también, simbólicamente, podríamos decir que nuestra alma envejece más rápido; no va al ritmo de Dios, sino al de nuestras ansiedades que no nos permiten definir qué es lo que Dios quiere realmente. Te diría que es más difícil saber descansar a veces que trabajar. Trabajar, para el que le gusta, es bastante fácil, y trabajar en lo que a uno le gusta mucho más todavía. Trabajar por Jesús además es lindo, es gratificante, pero lo difícil es saber cuándo hay que parar, cuándo hay que tomarse un tiempo para estar más con Jesús a solas y poder llevarlo a los demás con más frescura, con más alegría. Solo trabaja bien por Jesús aquel que sabe estar y descansar con él todos los días, y en tiempos especiales también. Muchos trabajadores, muchos discípulos de Jesús se perdieron a lo largo del tiempo y se pierden por no saber regular esto, por no darse cuenta que no se puede dar lo que no se tiene, de lo que uno no se embebe, y cuando no se tiene a Jesús en el corazón, lo que damos es lo mismo que puede dar cualquier trabajador de este mundo, incluso cualquier trabajador social, incluso lo pueden hacer mejor que nosotros.

El virus de la secularización se metió en la Iglesia ya hace mucho tiempo, se metió en la teología, en los seminarios, incluso en el corazón de nosotros (los sacerdotes), en la misma pastoral de las Iglesias, de las parroquias. Es el virus de lo que también llamaba el papa Francisco «la mundanidad espiritual», cuando metemos la mentalidad de este mundo en nuestra espiritualidad, y termina haciendo que los evangelizadores se transformen en trabajadores sociales, hace de la Iglesia una ONG, que hace muchas cosas buenas pero no al modo de Jesús. Hoy más que nunca está de moda ser «asistentes sociales» más que discípulos que lleven a Jesús en el corazón. Se pueden hacer las dos cosas, ¿por qué oponer? Pero lo social sin lo espiritual pierde sentido y lo espiritual, si es de corazón y si es profundo y verdadero, termina redundando en lo social inevitablemente, cambia, cambia nuestras comunidades.

En las noticias jamás se va a difundir la obra espiritual de la Iglesia, de un sacerdote, de una comunidad cristiana, sino todo lo contrario; se mostrará lo que se puede medir, lo que se puede establecer con estadísticas, pero jamás la obra silenciosa del Espíritu. Sin embargo, como dije recién, una cosa no se opone a la otra, no debería oponerse. La obra espiritual de la Iglesia, la tuya y la mía, fruto del amor a Jesús, fruto del saber descansar con él, no es desencarnada, redunda y cambia la vida social de nuestras comunidades, se derrama en caridad para con los que más lo necesitan; y, al mismo tiempo, cuando amamos a los que menos tienen y más nos necesitan, cuando les transformamos la vida y nos dejamos transformar por ellos también, es cuando realmente el Espíritu de Dios habita en nosotros y nos impulsa a hacer lo que él haría en nuestro lugar. Descansar en Jesús, en definitiva, es para amar, y amar para también descansar con él. Algo así podría ser la síntesis de lo que venimos reflexionando en estos días.

En Algo del Evangelio de hoy, la explicación de la parábola del sembrador dada por el mismo Jesús creo que no puede ser más clara. En realidad, no haría falta explicarla mucho más. ¿Qué mejor explicación podemos dar que la que dio el mismo sembrador? Lo que sí creo que nos puede ayudar a pensar, y es lo que hace la gran diferencia, es la comprensión de la Palabra, o sea, los frutos que da el comprenderla. Según la explicación de Jesús, todos escuchan, pero no todos dan fruto. Por diferentes circunstancias, con más o menos culpa, algunos no dan fruto, pero la razón por la que no dan fruto en el fondo es la falta de comprensión; o, dicho de otra manera, solo el que comprende es el que da fruto. El que da fruto en serio fue el que escuchó y comprendió verdaderamente. Los que no dan frutos son los que no comprenden, por inconstantes, por débiles, los que se dejan vencer rápidamente.

¿A quién podemos echarle la culpa? ¿A la semilla? No. ¿A las malezas? Tampoco. ¿A los pájaros? ¿Al maligno? Menos. ¿A las preocupaciones, problemas y tristezas? Y bueno, eso sería lo más fácil.

Es bueno poner cada cosa en su lugar, aprender a distinguir y a hacernos cargo también de nuestra parte. Tenemos que reconocer que la falta de frutos se debe principalmente a nuestra gran debilidad, a nuestra inconstancia, a nuestros pecados que nos abruman, a nuestras malas decisiones, y por eso tenemos que dejar de mirar para otro lado buscando fantasmas por todos lados. Las malezas están y estarán siempre. Las preocupaciones del mundo nunca nos abandonarán. Las riquezas también siempre nos atraerán, toman diferentes colores. Esos no son los principales problemas. Nosotros somos los que podemos elegir ser siempre buena tierra-corazón. Somos nosotros los que podemos evitar que el maligno se lleve rápidamente lo que Dios Padre sembró. Somos nosotros los que debemos intentar que las cosas de Dios echen raíces en nuestro corazón, siendo profundos, constantes y perseverantes. Por eso, nosotros tenemos que evitar también dejarnos atraer por tantas superficialidades de este mundo que nos hacen creer que la vida es fácil, sin esfuerzo. Nosotros debemos jugarnos por el bien, la bondad y ser constantes en escuchar y luchar todos los días. Eso depende siempre de nuestras decisiones, porque él siempre siembra, todos los días, a cada instante, en cada corazón, ahora, mientras estás escuchando. La Palabra de cada día es una prueba de eso, él siembra cada día en tu corazón y en el mío. No aflojemos que todos podemos dar más frutos si escuchamos y comprendemos.