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XVI Viernes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.

El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.

El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.

Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.»

Palabra del Señor

Comentario

Cada cosa tiene su lugar. A cada cosa tenemos que aprender a darle su lugar. Y, para eso, es bueno y necesario saber distinguir; saber discernir, se dice en la vida espiritual. No se trata de ser necios o tontos y que todo nos dé lo mismo y que digamos… “Bueno. Total, es Dios el que juzga. No importa que haya mal en el mundo”. No, ¡nos debe doler! Nos duele el mal. Hay que saber diferenciar la cizaña, por un lado, y el trigo, por el otro. De eso Dios no nos eximió. No le molesta que distingamos. Al contrario, nos dio la cabeza para pensar, el corazón para elegir. Lo que no quiere es que seamos jueces, cosechadores, y que ocupemos el lugar que no nos corresponde. Debemos ocupar el lugar que nos corresponde en este mundo y, por eso, aprender a distinguir la cizaña también es parte de nuestro camino. Ahora, eso no quiere decir tener ganas de barrer con todo, de ser cosechadores, de juzgar.

Aun cuando aprendamos a distinguir, podríamos decir que nadie, si le dieran a elegir, quiere cizaña en su campo-corazón, en el campo de la familia, de la Iglesia, en el mundo. Sin embargo, hay que aceptar que la cizaña está y Dios la permite. Él lo sabe todo. No sirve que nos enojemos con Dios o que le cuestionemos porqué permite esto o lo otro. Cada tanto nos puede pasar, pero es así, las cosas son así. Nos ahorramos mucho camino si aceptamos lo que hay que aceptar. Y no digo esto para que nos resignemos al mal y lo aceptemos sin querer modificarlo. Aceptar no quiere decir ser pasivos. Eso no es de cristianos. Pero sí lo que digo y lo que pienso es que no pretendamos ser más que Dios o incluso hacer lo que ni siquiera Jesús hizo en este mundo, que fue “acabar” de una vez por todas con los malos o con el mal del mundo (cosa que todos deseamos).

Él luchó contra el mal, pero luchó haciendo mucho bien, sembrando más semillas buenas, para ganarle; no aniquilándolo de un día para el otro, sino para ganarle con el amor. Jesús expulsó demonios, derrotó al demonio, pero, igualmente, el maligno sigue ejerciendo de algún modo su influencia en el mundo. Sigue sembrando cizañas cuando estamos dormidos. Jesús se lo permite, misteriosamente. ¿Por qué será? ¿Cuántas veces nos preguntamos por qué esto, por qué lo otro, por qué las injusticias, por qué sufren los niños, por qué la muerte, por qué tanto dolor? En el fondo, ¿por qué el pecado? ¿Por qué la cizaña? Bueno, este audio no es para que hagamos teología profunda: primero, porque no estoy capacitado; segundo, porque sería demasiado largo; y tercero, porque creo que por más que pensemos y pensemos, nos preguntemos y preguntemos, y hace bien, hay cuestiones que las entenderemos plenamente cuando nos toque vivirlas y fundamentalmente cuando estemos cara a cara con Jesús. Mientras tanto, nos guste o no, nos enojemos o no, hay cosas que es bueno aceptarlas primero, para después cambiarlas. No enojarse y mirar para adelante confiando más en la fuerza del bien, que en el poder del mal; poniendo nuestra esperanza en que Jesús, definitivamente, vencerá el mal cuando venga por segunda vez.

Como decía al principio, hay que darle a cada cosa su lugar, aprender a distinguir. Creo que Algo del evangelio de hoy nos ayuda a seguir este camino de esta sabiduría interior que viene del cielo. No podemos echarle la culpa siempre a los otros de las cosas que pasan: a la cizaña, al maligno, a Dios o a quien sea. La cizaña hace su trabajo, es verdad. El maligno también, pero ¿y nosotros? ¿Cuándo vamos a asumir nuestras responsabilidades? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta que la poca fecundidad de nuestra vida, de lo que hacemos, en mayor parte se debe a nosotros mismos? Como decía alguien por ahí: “El mayor mal a veces es el silencio de los buenos”. A veces somos muy inmaduros en la fe. Y por eso, para un extremo o el otro, atribuimos las cosas malas a “alguien, por ahí, que nos hizo el mal” y todo lo bueno, que queremos que venga, pretendemos que sea mágicamente, que venga de afuera, sin mucho esfuerzo de nuestra parte. ¿Te parece eso una actitud madura de un hijo de Dios? Son muchísimas las personas, muy creyentes, que todo lo malo que les pasa se lo atribuyen a otros: o al demonio o a un maleficio, a un “trabajo”, a un familiar, a un vecino, al jefe y, rara vez, a sí mismos, a sus propias decisiones. Son muchísimas las personas de fe que le piden a Dios cosas buenas sin poner mucho de sí mismos, olvidándose que sin algo de nuestra parte muchas veces Dios no puede o, podríamos decir, no quiere actuar. ¿Entendemos esta verdad?

La explicación de la parábola del sembrador dada por Jesús no puede ser más clara. Te diría que no hace falta explicarla mucho más. ¿Qué mejor explicación que la que dio el mismo sembrador, nuestro Maestro? Lo que sí creo, que ayuda a pensar, es que lo que hace la gran diferencia es la comprensión de la Palabra. Todos escuchan, pero no todos comprenden. El que da fruto en serio fue el que escuchó y comprendió. Los que no dan frutos son los que no comprenden, los inconstantes y los débiles, los que se dejan vencer rápidamente. ¿A quién podemos echarle la culpa? ¿A la semilla? No. ¿A la cizaña? Tampoco. ¿A los pájaros? Menos. ¿A las preocupaciones y problemas? ¿A las riquezas de este mundo?… Sería lo más fácil.

Cada cosa en su lugar. Acordate. Aprendamos a distinguir y a hacernos cargo de nuestra parte. Todos tenemos que reconocer que la falta de frutos se debe principalmente a nuestra debilidad, a nuestros pecados, a nuestra poca constancia, a nuestras malas decisiones; y dejar de mirar para afuera y encontrar fantasmas por todos lados. La cizaña está y estará siempre. Las preocupaciones nunca nos abandonarán. Las riquezas siempre nos atraerán. Ese no es el problema. Somos nosotros los que creemos, los que debemos jugarnos por el bien, la bondad, la belleza, la verdad, y ser constantes en escuchar y luchar, todos los días. No aflojemos, que todos podemos dar más frutos si escuchamos y comprendemos día a día la Palabra de Dios.