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XVI Martes durante el año

Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte.»

Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Palabra del Señor

Comentario

Un consejo que me ayuda para recordar cada vez que escucho la Palabra de Dios y quiero transmitirte: nunca escuchemos o leamos la Palabra de Dios como si fuera algo que ya escuchamos antes, como ya sabiéndolo –y por lo tanto ya está, no tengo nada más que recibir–, como poniendo menos ganas y corazón. Eso no hace bien, porque así no nos va a decir nada, nada nos va a sorprender. Escuchemos la Palabra de Dios siempre como algo nuevo. Tratemos de escuchar lo que nuestro Padre nos quiere decir como algo diferente, distinto a lo que ya nos dijo alguna vez. Nunca un «te quiero» de alguien que nos quiere es igual al otro si se escucha con amor, si se dice en el momento adecuado, porque no pasa solo por las palabras, sino por el amor que contienen y encierran. Y por eso la Palabra de Dios siempre nos puede decir algo nuevo.

Decíamos ayer que no siempre sabemos descansar, incluso te diría que a veces podemos irnos a descansar y no terminamos nunca de hacerlo. ¿Sabías por qué? Porque no descansamos con Jesús, en él. Jesús les dijo a sus discípulos: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Él los invitó a descansar con él y, además, a un lugar desierto. Toda una imagen de la necesidad de apartarnos que tenemos, de no dispersarnos, sino todo lo contrario, de meternos bien adentro del corazón. La vida de estos tiempos nos enseñó que para descansar tenemos que a veces volcarnos hacia afuera y hacer cosas que nos distraigan, en el fondo que nos hagan olvidar de algún modo de la rutina y de lo que nos agobia. Sin embargo, Jesús pretende que podamos abrirle el corazón y le contemos todo lo que nos pasa, y para hacer eso, inevitablemente tenemos que frenar, apartarnos y adentrarnos a donde a veces nos da un poco de miedo, poner en sus manos todo lo que nos agobia, reconocerlo, «ponerle nombre», como se dice por ahí.

¿Cuál es nuestro desierto? ¿Tenés un desierto semanal? No te tenés que ir lejos, por ahí es un lugar de tu casa, por ahí es el jardín, por ahí es caminar, por ahí es una plaza, por ahí es un viaje, pero todos necesitamos estar, simbólicamente, en un lugar desierto, donde solo estemos nosotros y Jesús.

De Algo del Evangelio de hoy se pueden decir muchísimas cosas, como siempre, pero sería bueno que nos detengamos en un detalle muy lindo de esta escena donde María se acerca a Jesús, junto con otros parientes; quieren hablar con él, otros interrumpen mientras Jesús habla y le avisan que su madre está allí. Y, sin embargo, Jesús hace algo muy importante: señala a sus discípulos con su mano; no señala a todos, no señala a la multitud, sino que señala a sus discípulos, a vos y a mí, a aquellos que cumplían la voluntad del Padre y que intentamos cumplirla, y dice esta frase tan importante y tan linda: «Estos son mi madre y mis hermanos, los que cumplen la voluntad de mi Padre». Quiere decir que Jesús de alguna manera distingue, discrimina –no te asustes por esa palabra (discriminar)–. Jesús no discrimina porque es malo, no discrimina el modo de nosotros a veces; él distingue, no es lo mismo que la multitud, que sus discípulos, son distintos. Para él somos todos hermanos, no quiere decir que está rechazando a los otros; sin embargo, unos se comportan como hermanos o intentan y otros no, por ignorancia o porque no lo saben. No todos los que estaban cerca de Jesús cumplían la voluntad del Padre, sino los discípulos a los que Jesús señala. No todos los que hoy están cerca de Jesús, de la Iglesia, cumplen la voluntad del Padre. No todos los que decimos que somos cristianos hacemos cada día lo que él quiere. ¡No! De hecho, muchas veces nos comportamos como antitestimonio, no siempre cumplimos la voluntad de nuestro buen Dios.

Entonces Jesús hoy distingue no para que nos asustemos, sino para invitarnos a algo más, para animarnos a ser hermanos en serio, hacernos hermanos no por un lejano vínculo de sangre o un simple vínculo de sangre, sino por nuestro modo de ser, hacernos hermanos por lo que hacemos, hacernos hermanos porque queremos vivir eso que Jesús enseña.

Entonces lo que parece en principio una respuesta dura y casi como un menosprecio a María y a sus parientes, es todo lo contrario, es al revés. Jesús también con esta actitud está enalteciendo a María, exaltando su nombre, porque ella es la primera que cumplió la voluntad y la que siempre hizo la voluntad del Padre.

Y, al mismo tiempo, está abriendo el corazón a miles y miles de hombres y mujeres de toda la historia que cumplirán la voluntad del Padre y que serán hijos verdaderos, vivirán como hijos del Padre y serán hermanos de Jesús. Es como los vínculos humanos que se dan entre nosotros; siempre se es hijo de un padre o de una madre, porque no se puede renunciar a la paternidad, a la filiación mejor dicho, o a la maternidad, el ser hijos. Sin embargo, no siempre somos buenos hijos o no siempre somos buenos padres y madres, y no siempre nos comportamos como debería ser. Por eso ser hermano de Jesús nos amplía el horizonte, como cuando levantamos la cabeza y vemos un paisaje, como cuando estamos en la playa y miramos el mar hasta el fondo. Ser hermano de Jesús nos amplía el corazón y nos hace incluir a muchísimas más personas. Ser hermanos de él nos ensancha la capacidad de amar a una familia mucho más grande y universal. Miremos lo que es la Iglesia, miremos la cantidad de personas que seguro conocimos y ahora son amigos nuestros, hermanos, madres, padres gracias a que Jesús nos hizo cumplir la voluntad de su Padre.

Ahora, quiero dejar algunas preguntas: ¿Nosotros cómo vivimos esta hermandad que nos propone Jesús? La hermandad de Jesús es mucho más profunda y duradera incluso que nuestras hermandades de sangre, que no siempre son como las deseamos porque no elegimos a nuestros hermanos. ¿Cómo las vivimos? Pensemos en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en nuestros colegios, grupos de jóvenes, en los movimientos. ¿Cómo vivimos esa hermandad? Porque a veces nuestras comunidades pueden ser como «comercios» donde entramos a buscar algún producto y nos vamos, no conocemos a nadie, no saludamos a nadie, no nos vinculados verdaderamente y de casualidad nos miramos; pensemos en eso, pensemos en lo lindo que es ser hermano de Jesús y hermano de tantos, pensemos en todos los hermanos que nos regaló nuestro buen Padre gracias a la fe.

Que María nos enseñe a vivir así, cumpliendo la voluntad del Padre en cada momento del día, en cada detalle, aunque nadie se dé cuenta. Pidamos ser así, como María, silenciosos y en segundo plano, pero dichosos por ser hermanos de Jesús y de miles más.