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XVI Lunes durante el año

Algunos escribas y fariseos le dijeron a Jesús: «Maestro, queremos que nos hagas ver un signo.»

El les respondió: «Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.

El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás.

El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón.»

Palabra del Señor

Comentario

Le pido a Dios Padre, que es nuestro Padre, que poco a poco estés experimentado lo lindo que es escuchar día a día la Palabra de Dios. ¡Qué alegría cuando alguien dice que su vida cambió al escuchar la Palabra de Dios! Uno se puede morir en paz. Cuando nos tomamos en serio esta tarea algunas cosas empiezan a cambiar. Empezás a escuchar cosas que no habías escuchado jamás. Empezás a escuchar cosas que Dios te quiere decir, cosas de Dios que te hacen pensar y te dejan “tecleando” el corazón, que te dan consuelo, te dan felicidad, te dan paz. Decime si no es verdad. Eso hace la Palabra de Dios. Te lo digo una y mil veces, no mi comentario, la Palabra de Dios. De a poco va metiéndose en el corazón como una gotita que va horadando y va penetrando las rendijas de nuestra alma. Nos va transformando y nos va haciendo cristianos. Si la escuchás todos los días, es como una gota- como dije recién- que cae siempre en el mismo lugar y, aunque caiga sobre una roca, sobre un corazón duro, a la larga, con el tiempo va horadando hasta penetrar. Hasta el corazón más duro se puede ablandar con las palabras de Dios.

Seguramente esto que te digo lo escuchás por ahí viajando, yendo al trabajo; por ahí lo escuchás en el tren, en el colectivo; tal vez tranquilo en tu casa o mientras vas caminando por ahí o mientras haces algunas cosas. Está bien, porque vamos, de alguna manera, aprovechando el tiempo. Es bueno eso, pero, también te digo siempre, tratá de sentarte de vez en cuando en algún momento y tomar tu biblia. Tenés que tener tu propia biblia. No pierdas el contacto con ella. Alguien me dijo alguna vez: “Decime de qué biblia sacás las lecturas porque quiero leerlo de mi biblia. No quiero perder el contacto con ella”. Bueno… Dios quiera que tengas tu biblia y no pierdas ese contacto. Ojalá te puedas comprar una biblia y te animes a leerla, marcarla, quererla, cuidarla.

Ayer escuchábamos, en el evangelio del domingo, que además del sembrador bueno que siembra la buena semilla, hay un sembrador que también tira semilla para confundir: la cizaña. Esa planta que es bastante parecida al principio y se confunde con el trigo y que, por eso, el sembrador dice “que no hay que tocarla hasta el final”. Bueno, algunos se empeñan en negar la existencia del maligno. Algunos incluso dentro de la iglesia siguen diciendo que la figura del demonio, la Palabra de Dios, es como algo medio antiguo, algo de esa época. Sin embargo ¿cómo negar lo que dice Jesús en la parábola de la cizaña? ¿Quién es el que siembra la mala semilla? El maligno. Quieras o no, te guste o no, lo tapes con la mano y quieras ocultar el sol con tu mano, no se puede ocultar lo que Jesús dice una y tantas veces en la Palabra de Dios. Vamos a seguir con este tema en estos días.

Hoy Jesús en Algo del Evangelio se enfrenta otra vez con los fariseos. En realidad, los fariseos lo enfrentan otra vez y muestran otra cara de esa enfermedad que tiene todo hombre, que todos de alguna manera tenemos. Acordémonos que podemos creernos “perfectos cristianos” y podemos ser bastantes fariseos sin darnos cuenta. Y los fariseos piden signos, le piden a Jesús que les dé un signo cuando ya les había dado muchísimos signos.

La enfermedad del fariseísmo —que todos podemos tenerla — consiste en pretender que todas las cosas se adecuen a como nosotros queremos que sean. Vemos las cosas y, sin embargo, siempre hay un “pero”, siempre queremos un poco más. En realidad, miramos la realidad con nuestros propios anteojos y queremos que la realidad se adecue a lo que siente y piensa nuestro corazón. Eso pasa mucho, basta con encender la televisión, la radio o internet, pero es la actitud de muchos de nosotros. Esa actitud insaciable, en la que todo tiene que corresponderse con mis deseos y no me abro a lo que Dios me muestra y quiere de mí, a la novedad. Y esto también se da a niveles muy “humanos”, por decirlo así, en la cotidianidad del día a día, cuando no me abro a aquello que me muestra otro con su manera de ser y pensar. Esta cerrazón es muy típica del fariseísmo. A veces somos así: pedimos “signos”. Es muy típica también de algunos cristianos.

Y por eso Jesús los lanza al futuro —no les dice “recuerden lo que hice”—, van a ver “lo que voy a hacer”: les voy a dar otro signo. Nada más ni nada menos que hablaba de su resurrección, el fundamento de la fe de miles y miles de personas a través de la historia de la Iglesia. Y por eso les dice: “…así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches”; y así como Jonás después volvería a aparecer. Resucitaría, como Jonás,que fue lanzado por el gran pez hacia la orilla.

El signo de nuestra fe es la resurrección de Jesús. Y eso no se trata de probarlo científicamente, sino probalo en tu vida, experimentalo en tu vida. ¿Cómo que Jesús no resucitó? Fijate a tu alrededor. Fijate lo que te fue pasando en tu vida. Fijate en la presencia de Dios en tantas ocasiones, que se te manifestó de distintas maneras. Claro, si te cerrás, nunca vas a poder recibir esa novedad, nunca vas a poder percibir a Jesús. Si buscás pruebas científicas, nunca las vas a encontrar.

Más bien buscá pruebas en el corazón, en la historia de la Iglesia, en la historia de los santos. Buscá experiencias de fe. Buscá conversiones a tu alrededor. Mirá la Iglesia entera en su admirable propagación, la Eucaristía, los sacramentos y tanto que recibimos gracias a ella.

Bueno hoy no pidamos “signos”, que el mayor signo ya se nos dio. Tratemos de darnos cuenta de que Jesús está presente real y verdaderamente en nuestra vida y que la Palabra de Dios ahora, en este momento, mientras escuchás, te quiere transformar para que no pidas más de lo que ya tenés.