• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XVI Domingo durante el año

Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Palabra del Señor

Comentario

Qué lindo domingo para empezar escuchando la Palabra de Dios, para empezar a escuchar cómo es que hoy Dios Padre nos quiere hacer empapar, o empapar el corazón, mejor dicho, con su amor, con sus palabras, con sus enseñanzas, con el amor de su Hijo, que se derrama sobre nosotros por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado. Por eso, dispongámonos para que hoy, que seguramente vas a estar en familia, Dios lo quiera así. Espero que puedas también participar de la misa, para escuchar y recibir al Señor en su Cuerpo y en su Sangre, y por eso sería bueno que nos preparemos pensando en que la misa de algún modo es como este pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, de Algo del Evangelio de hoy, en las que hay varios momentos.

El primero es que cuando los apóstoles vuelven de la misión que Jesús les había encomendado –¿te acordás el domingo pasado?– y vuelven con ganas de contarle todo lo que habían hecho y enseñado, no dice el Evangelio que vuelven para contar el éxito que tuvieron, toda la gente que se convirtió gracias a ellos, todos los que los escucharon. No. Dice que querían decir «todo lo que habían hecho y enseñado», no hablan tanto de los frutos hacia afuera, sino de lo que ellos pudieron hacer, o sea, los apóstoles ya empiezan a darse cuenta que la misión que Jesús les había dado era la de enseñar y hacer lo que les habían pedido, y no tanto el éxito que con ello pudieran conseguir, el éxito visible podríamos decir.

Vamos a la misa, venimos el domingo a misa, para poder estar con Jesús, para volver a estar con él y contarle todo lo que pudimos hacer en esta semana, todo lo que pudimos enseñar con su Palabra, porque nosotros también tenemos que enseñar de algún modo, nosotros también tenemos que estar dispuestos a llevarlo a Jesús, como nos pedía el domingo pasado: «Vayan de dos en dos», vayan de ciudad en ciudad y prediquen el Evangelio. Imagínate si pensáramos que la misa es algo de lo de hoy.

El segundo momento también podríamos compararlo con algo de la misa, porque es cuando Jesús recibe a sus discípulos y les dice: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto para descansar un poco». Los apóstoles necesitan descansar seguramente porque habían andado muchísimo, habían recorrido ciudades, pueblos, habían escuchado lindas cosas y también seguro habían escuchado cosas difíciles, dolores, tristezas; y eso también nos pasa a nosotros en la semana, volvemos felices de algunas cosas y no tanto de otras, a veces con sufrimientos. Seguramente por ahí alguno de nosotros está viviendo algo difícil, una pérdida, un dolor, una tristeza profunda o algún sufrimiento espiritual, el arrastrar un pecado que no podemos dejar y que nos atormenta. Bueno, volvamos a la misa para «descansar», para estar con Jesús, pero para descansar bien, como él quiere, con él, descansando de tantos agobios. Descansamos cuando estamos con él, descansamos cuando nos confiamos en él, en Dios Padre y en el Espíritu. Descansamos cuando aprendemos a dejarle todo a sus pies y a contarle lo que vivimos; eso es lo que necesita nuestro corazón, el de todo ser humano. «Mi corazón estará inquieto hasta que no descanse en tí», decía el gran san Agustín. Cuánta gente que se acerca a la Iglesia y uno la recibe en el confesionario o en una simple charla, y cuando uno ve que descarga sus problemas en Jesús, automáticamente le cambia la cara. Cuando descansamos en Dios Padre, nos cambia la cara. Podemos estar muy cansados del cuerpo, pero descansamos el corazón, no tanto por lo que uno le dice, sino porque finalmente vienen a estar con Jesús. Estamos todos un poco cansados de tanto correr, de tantas cosas que tenemos que hacer y no sabemos ni para qué, y aun sabiendo el para qué, igual nos cansamos.

Aprendamos a descansar en nuestro buen Dios, dejemos de buscar el descanso en otras cosas, en cosas que no nos terminan de saciar y vamos, como se dice, picoteando –como los pajaritos en diferentes comidas–, pero al final nunca nos sentimos saciados. El único y verdadero alimento que nos sacia es el estar con Jesús.

Bueno, ojalá que de alguna manera hoy podamos vivir nuestra santa misa así. Vayamos a «descansar» a la santa misa, no porque sea un spa espiritual (como algunos pueden pensar), pero que de alguna manera en la misa «descansamos», porque alabamos y le damos gracias al Señor por todo lo que nos da a pesar de las cosas difíciles que nos tocan vivir.

Y lo tercero es que Jesús se compadeció y enseñó. Él se compadeció porque vio que andaban como ovejas sin pastor. Él se compadece porque se le conmueven las entrañas de amor, porque ve al hombre que necesita una guía, necesita acceder a un conocimiento para acercarse a Dios Padre, y esa es la tarea de Jesús. Vino a enseñar eso y se pasó largo rato enseñándoles. Y así quiere pasarse largo rato: enseñándonos a vos y a mí en todos los lugares del mundo donde se celebre la misa. Jesús enseñará a través de los sacerdotes, de las palabras, de los gestos, de las lecturas del día, y así es como enseñará cuál es la verdad del amor de su Padre. Y el amor de Dios es esto: verdad que quiere calar profundo en nuestra vida y que nos quiere transformar para que amemos y nos compadezcamos de los demás como Jesús lo hizo. El Señor quiere que nosotros también seamos como guías y pastores de las personas que nos tocan cruzarnos cada día; y, para poder ser un buen pastor, hay que aprender a dejarse guiar, hay que compadecerse como él se compadeció de nosotros. Y lo que nos tiene que mover a enseñar es el amor, el amor a las personas con las que vivimos día a día y que a veces andan como ovejas sin pastor.

Bueno, que hoy podamos alegrarnos con esta actitud de Jesús, que podamos ir a «descansar» con él y que podamos ir a contarle lo que nos pasa, para que él con su amor y con la verdad de sus enseñanzas nos ayude a vivir este domingo en paz y poder volver a vivir con alegría el día a día de nuestra semana.