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XV Sábado durante el año

En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.

Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.

Palabra del Señor

Comentario

¿Pensaste alguna vez o en estos días de escucha de la Palabra lo importante que es empezar el día escuchando la Palabra De Dios y lo que Dios tiene para decirnos? ¿Pensaste qué diferencia existe cuando uno empieza el día tratando de escuchar lo que él nos quiere decir? ¡Cómo te cambia!

Hoy es un día más que Dios nos regala, para poder escucharlo, para que algunos disfruten; también un poco de descanso. Otros tendrán que trabajar, pero disfrutando de las cosas que Dios Padre nos va a presentar, por eso tenemos que estar preparados para asombrarnos de su amor. Y para eso, como me dijeron una vez con una frase tan linda, «uno abre los oídos a quien primero abre el corazón». Entonces, para abrir nuestros oídos a Jesús y escucharlo verdaderamente, ¡abramos nuestro corazón!, ¡cambiemos de actitud! Démonos cuenta de la importancia que tiene escuchar a Dios Padre en su Palabra, manifestada en Jesús. «Quien no conoce las Escrituras desconoce a Cristo», decía san Jerónimo. Hay que conocer lo que él nos dice, de alguna manera, en la medida que uno pueda en sus posibilidades. Así que en eso estamos, vos y yo, y los miles que escuchan cada día la Palabra.

Por eso hoy escuchamos de Algo del Evangelio que continúa un poco con el de ayer, y simplemente quería remarcar dos actitudes: una la de los fariseos y la otra la de Jesús.

Los fariseos siguen en su empecinamiento, no se contentan con haber juzgado a Jesús, sino que ahora, dice el Evangelio, «buscan la forma de acabar con Jesús». Otras traducciones dicen de terminar con él, de eliminarlo, de matarlo en definitiva (que es finalmente lo que van a lograr). Eso quiere decir que, cuando no hay misericordia, terminamos de algún modo matando. Los fariseos terminan matando porque no tienen misericordia, no sienten lo que Jesús siente, no pueden empatizar con su amor. Acordémonos de lo que decía ayer: «Si hubiesen comprendido lo que significa misericordia y no sacrificios, no hubiesen condenado a los inocentes».

Nosotros también de algún modo matamos cuando no tenemos misericordia. No matamos a Jesús directamente, ni a los demás, no somos tan malos; pero ¿cuántas veces matamos en la forma de vivir, de pensar, de sentir?, ¿cuántas veces matamos con la mirada? Matamos a nuestra esposa, a nuestro marido, a nuestros hijos, a los que no nos caen bien cuando nos enojamos, a algún vecino, alguien que nos hizo algún mal, haciendo de algún modo esto, ¿no?, mirando, despreciando con nuestro corazón. ¿Cuántas veces matamos a nuestros hermanos, a nuestros hijos, pegando un portazo, yéndonos, no queriendo hablar? ¿Cuántas veces matamos cuando criticamos, juzgamos o incluso a veces caer en la calumnia?

Vamos matando la vida del corazón, vamos matando la vida que hay también en nosotros, y que él nos regala, la que Dios nos dio; que nos la dio para que la disfrutemos, no para que matemos a nadie. Por eso la falta de misericordia, en definitiva, mata. Te mata a vos, me mata a mí también, porque nos hace vivir tristes, si no tenemos esa misericordia en el corazón, si no miramos a los otros como Jesús los mira.

Y, por otro lado, la actitud de Jesús totalmente contraria. Él prefiere que no le digan lo que él hace, no quiere ser reconocido. El profeta Isaías anunciaba un Dios diferente: «No discutirá ni gritará y nadie oirá su voz en las plazas». No discute, a Dios no le gusta discutir. Dios propone, Dios nos propone, a vos y a mí. Hoy nos propone vivir en paz, vivir con misericordia. Eso es lo que nos propone Jesús día a día. Él no grita, no nos grita nunca y no quiere que gritemos a los demás, no quiere que nos gritemos entre nosotros; él quiere que hoy vivamos un día en paz. Por eso, no nos olvidemos de lo que venimos desmenuzando desde el Evangelio del domingo, en donde Jesús nos enviaba de dos en dos, para que hagamos lo mismo que él. En definitiva, ser cristiano es hacer eso, es hacer lo mismo que Jesús en la tierra, es ser otros «Cristos» en la tierra. Esa es la idea de fondo que nos acompañó en estos días.

¡Vos y yo somos Iglesia!, acordate.

No podemos echar las culpas afuera, no podemos decir que la Iglesia hizo esto, que la Iglesia hace lo otro; y vos, ¿qué haces?, y yo, ¿qué hago? No sirve criticar a la Iglesia porque, en definitiva, nos criticamos a nosotros mismos. Si nos olvidamos que somos enviados y que él nos envió de dos en dos, en definitiva, nos estamos sintiendo fuera de la Iglesia, y la Iglesia es nuestra familia. Dios quiera que el Señor nos conceda hoy esa gracia a todos, vivir un día lleno de misericordia sintiéndonos enviados por Jesús, a hacer lo mismo que él, a curar, a sanar, a liberar a los que están oprimidos, angustiados, tristes, a los que no se dan cuenta cuánto nos ama Dios y cuánto necesita de cada uno de nosotros.