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XV Miércoles durante el año

Jesús dijo:

«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.

Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

Palabra del Señor

Comentario

Según el Evangelio del domingo, Jesús envió a sus discípulos de dos en dos. Todo un símbolo, no es simplemente un modo de decir, no es una anécdota más. Siempre intento recordarte que, de los textos de la Palabra de Dios, no solo hay que prestar atención a lo que dice concretamente Jesús, sino también al modo en el que lo dice. Lo mismo podríamos decir con respecto al envío de sus discípulos; en este caso, no solo nos importa que Jesús los envía a predicar, a exorcizar, a sanar, o sea, al qué van a hacer, sino que es igual de importante el modo como los envía (de dos en dos, o sea, nunca solos). Lo fundamental no es si van de a dos o de a tres o de a cientos, sino que nunca de a uno.

¿Qué es evangelizar, en definitiva? Anunciar la Buena Noticia. ¿Cuál Buena Noticia? Que Jesús vive entre nosotros y que trajo a la tierra el Reino de Dios, a nuestras vidas. Entonces, ¿sería posible hablar de un Dios de amor, que es amor presente entre nosotros, sin alguien a quien amar, sin mostrar ese amor? Imposible. Jesús no los envió de dos en dos por una cuestión de seguridad, para que se cuiden entre ellos, para que no anden solos por ese tiempo, sino por una cuestión de amor. Incluso él jamás predicó solo, jamás habló de su Padre solo, aunque tuvo momentos de soledad para con él mismo, para escucharlo y amar más a su Padre (pero ese es otro tema). «No es bueno que el hombre esté solo», dice el Génesis. Bueno, de alguna manera podremos decir «no es bueno que un discípulo ande solo», no se es verdadero discípulo sin un otro, sin un hermano a quien acompañar, sin un hermano que acompañe al otro, sin una comunidad para amar, sin la referencia y compañía de un hermano que nos ayude a mostrar la esencia del mensaje, que es el amor, como ya dije. Cuando en la evangelización olvidamos este detalle, que en realidad no es un detalle pero es esencial, sin darnos cuenta nos transformamos en transmisores de un mensaje vacío y sin fuerza, porque no tiene amor, no tiene contenido. Cuando en la Iglesia no nos comportamos como hermanos y los demás nos ven casi como «adversarios», por más cosas lindas que digamos, no podemos convertir a nadie, no podemos llevar el mensaje, porque nosotros todavía, en realidad, no estamos convertidos. Pero, bueno, vamos a Algo del Evangelio de hoy.

Antes que nada, Jesús alaba al Padre, se enorgullece, se emociona ante la actitud de Dios Padre que elige este modo de revelarse, elige este modo de mostrarse a los hombre, o sea, elige abrir su corazón solamente a aquellos que son pequeños, que tienen la actitud de los «pequeños», de los sencillos, de los humildes o, podríamos decirlo al revés, que Dios se deja ver por aquellos que tienen un corazón humilde o que solo los humildes pueden reconocer a Dios.

La actitud evangélica que busca Jesús siempre, en muchos pasajes de la Palabra de Dios, hace referencia a este modo de ser. Porque Jesús es siempre el primer pequeño, es el primero que no hace alarde de lo que es, sino que se hace pequeño, y como se hace pequeño, el Padre, su Padre, le da todo, le da todo su amor, le abre su corazón de par en par y, al abrirle todo su corazón, se deja conocer por él. Por eso el Hijo conoce al Padre y el Padre conoce al Hijo, porque también el Hijo le abre su corazón. Esa relación de amor plena y perfecta entre el Padre y el Hijo es la que Jesús quiere que también podamos llegar a tener nosotros un día para con él. Ese es el fin de nuestra vida: conocer algún día al Padre, conocerlo cada día más, como el Padre nos conoce. Así lo decía maravillosamente san Agustín en sus «Confesiones»: «Conózcate a ti conocedor mío, conózcate a ti como soy conocido por ti».

El Padre nos conoce profunda y perfectamente y su deseo es que algún día podamos conocerlo plenamente, como dice san Juan: «Algún día lo veremos tal cual es, somos hijos y aún no somos lo que seremos; algún día podremos conocerlo tal cual es». Esa es la actitud que tenemos que pedirle hoy al Señor: poder alabar a nuestro Padre por su bondad para con cada uno de los hombres, por su bondad para con nosotros, que se nos dio a conocer, pero al mismo tiempo darnos cuenta que nos falta muchísimo. Porque podemos tener algo de estos sabios y prudentes de este mundo, tenemos una parte de nuestro corazón que, de alguna manera, «se la cree», tenemos una parte de nosotros que todavía no deja entrar la gracia, tenemos una parte de nosotros que siempre tiene una respuesta para todo, que no quiere escuchar a los demás, que quiere escuchar de Dios lo que uno quiere escuchar y no lo que Dios quiere decirnos. Tenemos una parte de nosotros que es débil y se cree un poco omnipotente.

Dios no se puede revelar al que es «sabio y prudente», según el pensamiento del mundo; no porque no quiera o porque no pueda, sino porque en realidad no puede darse a quien cree que no tiene nada para recibir. «Según el mundo» me refiero a aquellos que creen que la sabiduría es «saber cosas», tener una acumulación de información, ser como el Google, que ponemos lo que necesitamos y nos lo dice en el momento. ¡No!, esos no son los sabios según el Evangelio, sino que el sabio es el que siempre está abierto a más, el que siempre se reconoce que todo no lo sabe y que acepta que el saber no pasa por ser certero y emitir juicios infalibles para todos; sino al contrario, que tiene que ver con aprender a escuchar y darnos cuenta de que la verdad es algo que vamos descubriendo a lo largo de nuestra vida y que nunca terminamos de aprender completamente, de amar; sino que la verdad es algo que siempre tenemos que estar abiertos a recibirla y estar dispuestos a seguir creciendo.

Pidámosle al Señor esa gracia de ser pequeños, sencillos, y que esa parte de nosotros que es un poco «sabia y prudente», según el pensamiento del mundo, se vaya sanando y purificando.