Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú.»
Palabra del Señor
Comentario
Querer encontrar la perfección externa en la Iglesia, es tan imposible como querer buscarla en vos mismo o en mí. Nunca podemos olvidar que Jesús quiso fundar su Iglesia desde y sobre seres humanos, de carne y hueso –como decimos–, como vos y yo; y que esa elección no se fundó en una perfección previa, en un pedirles un currículum, un libre de deudas, sino en un amor incondicional que no miraba tanto las cualidades personales como las miramos nosotros, sino el corazón y todo lo que el corazón puede dar cuando es amado. Ahí está la clave. Muchas de nuestras desilusiones en la fe al ver a los que forman la Iglesia y ver que no son perfectos, tienen que ver fundamentalmente con olvidar o ignorar esta verdad y, por otro lado, con ignorar u olvidar que todos los bautizados somos parte de la Iglesia; a la hora de ver los errores, también hay que incluirse ahí. La debilidad, la humanidad forma parte del ser de la Iglesia, porque la formamos nosotros, y eso más que alejarnos o enojarnos, nos debería alegrar porque nos permite a todos formar parte de ella. Suponiendo que Jesús hubiese querido elegir a los «mejores» o los supuestos «perfectos» para formar su familia, se le habría complicado muchísimo para hacerlo, porque no los hubiese encontrado y, además, al hacerlo, habría excluido a los débiles, como vos y yo.
¿Quién querría formar parte de la Iglesia de los perfectos? ¿Quién sería capaz de estar en un lugar en donde todos fuesen perfectos? En realidad, es imposible, y por eso debemos agradecer que la Iglesia la formamos personas débiles, santas y pecadoras, como todos, como lo eran los apóstoles. Nos pasa muchísimo a los sacerdotes, que a veces nos vienen a contar que cierta persona se alejó de la Iglesia porque fue justo a contar un dolor y no fue bien recibida, incluso algún sacerdote que no la trató como quisiera; y esta persona me preguntaba: «¿Qué hago? ¿La puedo llevar a tu parroquia?». «¡Sí, tráela!». Pero ella me hablaba de la Iglesia como otra cosa, y yo le digo: «¡Amiga, vos también sos la Iglesia!». Hacele sentir a esa persona que lo que estás haciendo también es un signo de que la Iglesia está cerca tuyo. No es necesario únicamente ir a hablar con un sacerdote, es verdad que eso a veces ayuda mucho, pero a veces también puede alejar. Si todos tomáramos conciencia que somos realmente la Iglesia, ¡qué bien que haríamos, y cuántas personas haríamos que se reconcilien con ella!
Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Resulta raro y difícil escuchar de labios de Jesús un reproche, un reto, un enojo; sin embargo, los hay y no lo podemos ocultar y callar. Jesús los hizo y sería de necios esquivar estas palabras de la escena de hoy. ¿Cómo hago como predicador?, me puedo preguntar. ¿Me pongo a hablar de otra cosa? Prefiero hablar de lo que Jesús nos dice hoy a todos, a todos. Porque no hay peor cosa que al escuchar el Evangelio andemos pensando que se refiere a otros, andar buscando a quién le cae bien esas palabras y lo que dice Jesús. A todos siempre la Palabra de Dios nos tiene que decir algo. Al mismo tiempo, como decíamos ayer, no todo se comprende en el momento, la paciencia es necesaria en toda dimensión de la vida, y mucho más en el camino de la fe, donde lentamente vamos siendo enseñados por el Maestro Divino que es Jesús. Por eso debemos estar tranquilos, estemos en paz, como dice la misma Palabra de Dios en la Carta a los Hebreos: «Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad. Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella».
¿A quién le gusta ser corregido, a quién le alegra ser corregido? En principio a nadie, excepto alguien muy humilde, solo el que alcanzó una sabiduría de santidad que le permite descubrir en todo la voluntad de Dios. Nosotros, simples cristianos, que andamos luchando día a día la santidad, no podemos decir lo mismo, me parece.
Nos cuesta ser corregidos y mucho más por Jesús, no solo porque toda corrección molesta, sino porque muchas veces tenemos una imagen desdibujada de él, algo así como –perdón la palabra– un «bonachón» que habló solo de un tipo de amor y de paz, olvidándonos de las otras dimensiones del amor, que es el no, la corrección, la lucha interior y exterior, el sufrimiento entregado con amor y tantas cosas más. Jesús ama plenamente y por eso nos quiere enseñar a amar plenamente. Ayer nos exigía un amor por encima de nuestra familia, y eso no traería paz, a veces no trae paz. Jesús nos ama incondicionalmente y por eso tiene todo el derecho de entristecerse y reprocharnos nuestra falta de amor como lo hizo con estas ciudades (Corozaín, Betsaida y Cafarnaún), que nos representan también a nosotros, que vivimos llenos de dones, que recibimos tantas gracias y milagros en nuestras vidas.
¿Estás seguro de que el reproche de Jesús no es como una caricia al alma? ¿No pensás que el reproche de él se puede trasformar en una palabra al oído, llena de amor, una palabra de ánimo para que de una vez por todas amemos y hagamos lo que él desea de nosotros? ¿Alguna vez no le reprochaste a tus hijos su falta de amor? ¿Alguna vez como hijo no te diste cuenta que amaste muy poco a tus padres en comparación con lo que ellos te amaron? Si sos adulto, ¿no te pasó alguna vez que se te cayó la cara de vergüenza al ver todo el amor que tantos seres queridos te dieron y darte cuenta lo poco que les correspondiste? A mí sí, muchas veces. Jesús nos ama infinitamente, más de lo que podemos imaginar. ¡Qué lindo que es pensar que nos puede reprochar doliéndose, pero con amor! No nos demos el lujo de enojarnos ante su corrección. ¡Pobre Jesús! Tanto amor hacia nosotros y tan poco correspondido. ¡Pobre Jesús! ¡Si por lo menos hoy, vos y yo, hiciéramos algo para demostrarle más nuestro amor, aunque parezca poco! ¡Si por lo menos en este día hiciéramos lo posible para no ofendernos o entristecernos por una corrección de amor! ¡Si por lo menos hoy aprendiéramos de las correcciones que nos ayudan a crecer!