Jesús dijo a sus apóstoles:
«No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.»
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.
Palabra del Señor
Comentario
El sembrador sale a sembrar. El sembrador sigue sembrando en nuestros corazones. En el comienzo de una nueva semana, retomando un poco del evangelio de ayer domingo, con esa parábola maravillosa que nos habla de la inmensa generosidad de un Dios que no se cansa de sembrar y que envió su Palabra, su hijo, para que dé fruto y que ese fruto sea abundante, sea duradero. Así como la lluvia y la nieve no caen en la tierra sin dar fruto, sin empaparla, sin volver hacia el cielo, haciendo lo que Dios pide, de la misma manera, el Hijo ha venido al mundo, a tu corazón y al mío, para mostrarnos que él puede hacer lo que parece imposible; que él puede hacer crecer en esos corazones que a veces se endurecen. Por eso, vos y yo tenemos que animarnos en este día, volver a escuchar la Palabra de Dios, confiando en que podemos ser tierra fértil y dar fruto cada uno a su manera. Hay que imaginarse que es Jesús el que nos habla. No hay que pensar que es absurdo, sino que, realmente, es él. Es su palabra. Es su voz. No es mi comentario, sino que son las palabras que brotan de la sagrada escritura las que quieren hablarnos hoy al corazón y ayudarnos a que, verdaderamente, seamos fecundos y que aprendamos a ser generosos, como lo es el sembrador.
Algo del Evangelio de hoy es para comprenderlo a lo largo de la semana o, mejor dicho, a lo largo de la vida. Parece un poco chocante, duro. Asusta, pero es así. A simple vista, escuchándolo muy por arribita nomás, parece incomprensible, pero sabemos que no todo se comprende de un día para el otro. No se comprende todo de golpe. No se comprende todo por comprender un poco. No seamos impacientes. Es así. ¿Te acordás que veníamos hablando también sobre la paciencia? La paciencia todo lo alcanza, la paciencia nos ayuda a alcanzar el amor, la paz, al mismísimo Dios. Por eso, no pretendamos comprender los evangelios de cada día en un solo día.
Jesús es todo y pide todo, no por capricho, no por caprichoso, sino para nuestro bien, para nuestra felicidad. Jesús siembra amor y quiere cosechar amor, no egoísmo. Él piensa en el bien de todos, no solo en el tuyo y en el mío. Él quiere la felicidad de la humanidad entera, de sus hermanos, de los hijos del Padre, y por eso nos propone algo que parece un poco raro. Propone que el amor hacia él esté por encima de todo, aunque nos genere una división interior y, a veces, también exterior, con nuestra propia familia.
Solo amando a Jesús más y primero, podremos amar más a nuestras familias, plenamente, y ser felices en serio. Mientras tanto, los amores parece que compiten, cuando en realidad el de Jesús potencia todo lo demás. Esto solo lo comprende el que se siente discípulo, el que lo sigue seriamente. Por eso hoy Jesús les habla a sus discípulos más cercanos. No es para cualquiera. Es para el que lo descubrió como el amor de su vida. Solo una enamorada, un enamorado de Jesús, solo el que fue tocado por su gracia, puede decir con total naturalidad y sin culpa: “Yo amo más a Jesús que a mi padre, que a mi madre y que a mis hijos”. Y por amar más a Jesús no quiere decir que amo menos a mi familia, sino que los amo mejor, como él quiere. Solo un enamorado en serio es capaz de que no le importen las críticas ajenas o incluso ser dejado de lado por un familiar. Él vino a traer el amor y el amor es la paz. Pero la paz también que trae el amor, aunque parezca mentira, divide.
No nos asustemos. Ni nos dejemos achicar por estas palabras de Jesús. La fe y el amor a Jesús es un camino largo, pero lindo. Falta mucho por recorrer. Nos falta un largo trecho. Hay que tenerse paciencia a uno mismo también. No nos olvidemos. No nos olvidemos que la semilla sembrada por Jesús algún día dará fruto si somos constantes.
Si ya amás a Jesús más que a todos, no te impacientes ni te enojes con los que todavía no comprenden o no lo aman. Recibiste una gracia, a los otros todavía les falta descubrirla.