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XV Jueves durante el año

Jesús tomó la palabra y dijo:

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Palabra del Señor

Comentario

Dice, de alguna manera, la tradición de la Iglesia que en los comienzos del cristianismo los paganos decían con admiración sobre los cristianos: «Miren como se aman», incluso el libro de los Hechos de los Apóstoles dice algo similar: «Todos los creyentes se mantenían unidos». Esto no es la expresión de una utopía o solo de un ideal a alcanzar, sino de una realidad que es posible vivir, que se vivió y que se vive en muchas comunidades cristianas. Vos y yo seremos discípulos verdaderos si los demás pueden decir de nosotros, y de nuestras comunidades: «Miren como se aman, se aman de una manera especial, ahí hay algo distinto». Esto debería ser nuestro distintivo, nuestro sello, porque si no amamos como nos ama Jesús, si no nos amamos como nos ama Jesús, de nada sirve que hablemos de él. Los que no creen en el amor solo van a creer si nos amamos, no si hablamos del amor con palabras lindas, porque como dice san Ignacio: «El amor debe ponerse más en las obras que en las palabras». ¡Cuántas desilusiones en nuestras comunidades por no vivir esto tan básico y elemental del Evangelio, lo que se nos pide! ¡Cuántas personas se alejaron de la Iglesia, institución, porque no supimos amarlos y amarnos entre nosotros! ¡Cuántas veces perdemos el tiempo en mil estrategias pastorales de evangelización y no somos capaces de vivir lo más esencial que Jesús nos pidió!

«El plan pastoral, decía san Juan Pablo II, del tercer milenio debe ser la santidad, o sea, buscar eso, buscar amarnos como nos ama Jesús». «Por eso Jesús les ordenó que no llevaran para el camino, según el Evangelio del domingo –¿te acordás?–, más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas», porque no hace falta cosas materiales para amar, solo es necesario el corazón. Eso decía el domingo, dije recién, que para llevar su amor, no hace falta muchas cosas, sino el deseo de amar y ser amado, el deseo de mostrar con la propia vida que todos fuimos creados para asemejarnos a él. Este debería ser nuestro mayor anhelo en una comunidad cristiana, no buscar tener más de lo que tenemos por ambición, no buscar más de lo que necesitamos y, fundamentalmente, andar de dos en dos amando y reflejando el amor de Jesús, el buen olor de Jesús para todos lados.

Hoy podemos detenernos en tres momentos de Algo del Evangelio, de este Evangelio tan cortito, tan lindo, pero tan sustancioso; no importa que sea corto, acordémonos que «una palabra del Señor bastará para sanarnos». Con solo escuchar una palabra que el Señor nos quiera decir, él puede tocar nuestro corazón y ayudarnos a caminar en este día y durante toda la vida, como me decía un amigo cuando estaba enfermo. «Ánimo, padre. Cuando yo estuve enfermo, levanté la mirada al cielo y me acuerdo de esto y digo “una palabra bastará para sanarme”, y me animo», me decía. Y a mí me animó. Me animó escuchar la fe de este gran amigo que tiene tanto fervor en el corazón.

Primero, Jesús dice entonces que vayamos a él: «Vengan a mí». Él nos invita a ir a él. Nos invita a darnos cuenta que, de alguna manera, todos tenemos o tendremos alguna vez aflicciones y agobios. Por eso, para ir a él, hay que sentirse de algún modo necesitado, sentirse con alguna aflicción, agobio. No es que tenemos que «buscar» sufrir, obviamente, pero sí debemos darnos cuenta que todos de alguna manera sufrimos, de algún modo escondido incluso, y que no nos damos cuenta. Lo que pasa es que la vida de hoy parece que nos tapa todo, vivimos anestesiados, llenos de analgésicos espirituales que hacen que no nos demos cuenta, o pseudoespirituales, pero que en el fondo siempre nos falta algo. ¿Qué persona puede decir que en algún momento de su vida no tiene alguna aflicción, algún agobio? Por ahí vos estás sufriendo en este momento, en algún sentido, tal vez la pérdida de algún ser querido, estás sufriendo tus propias debilidades, tus pecados, el agobio de tu trabajo, de tu estudio, de tu incapacidad de hacer lo que quisieras o te cuestan muchísimo las cosas. Bueno, andá a Jesús.

Jesús nos está diciendo: «Vení, vení a mí que yo te voy a aliviar», y ese ir a Jesús es buscarlo en su Palabra, en esto que estamos haciendo al escuchar cada día su Palabra. Es buscar también la Eucaristía fundamentalmente, buscarlo en la oración, en alguien que nos escuche y que sea instrumento de su amor. Es buscarlo en los más pobres, es servir, es en donde se revela especialmente su amor. Ir a Jesús, ir a Jesús; eso es lo que tenemos que hacer hoy, que nos tiene que quedar hoy en el corazón. «Vengan a mí que yo los aliviaré», nos dice.

El segundo momento a considerar es que el Señor nos invita a «aprender» de él: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón»; «paciente y humilde de corazón», dicen otras traducciones. Esa es la gran virtud que el Señor nos invita a imitar del Evangelio: aprender de su humildad, aprender de la humildad que nos impide creernos que podemos dominarlo todo y podemos controlarlo todo. Eso nos alivia: soltar, saber que no somos omnipotentes, aprender de su paciencia que nos ayuda a no enojarnos continuamente contra la realidad que se pone dura y difícil. Eso nos alivia y hace que no nos aflijamos tanto. La paciencia y la humildad son las virtudes que nos ayudan a encontrar alivio a nuestras angustias y ansiedades. Busquemos el alivio de nuestro buen Jesús, pero el alivio que también implica que nosotros hagamos algo. Yo tengo que hacer algo, no puedo esperar que el alivio venga de arriba únicamente, simbólicamente, sino que tengo que ser paciente y humilde de corazón.

Porque —y ahí viene el tercer punto— «su yugo es suave y su carga liviana». Él nos propone no agobiarnos con más problemas o cargas que tenemos que llevar, sino al contrario, nos propone una carga distinta, no la carga que nosotros mismos nos inventamos, esa carga que nos pesa porque somos nosotros los que armamos y proyectamos nuestra vida, calculándolo todo, porque somos el centro de nuestras propias vidas; sino la carga que propone él, que en definitiva es la carga de la paciencia y de la humildad, la del amor. Ser paciente y humilde es un yugo, es algo que tenemos que cargar sobre nosotros y hacer un esfuerzo cada día para ser pacientes y humildes; pero, al mismo tiempo, es lo que nos da el alivio buscado. Nos da la paz, porque solo el paciente y humilde tiene paz. Esta es la paradoja, las dos caras de la misma moneda de esta invitación de Jesús.

Bueno…Dios quiera, Dios Padre quiera, y quiere seguramente, que este día podamos sentirnos aliviados de nuestros agobios y sufrimientos, yendo a su Hijo Jesús, buscándolo solo a él.