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XV Jueves durante el año

Jesús tomó la palabra y dijo:

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.

Palabra del Señor

Comentario

Cuando se siembra mucho, a la larga se cosechará mucho. La generosidad le gana siempre al cálculo. Cuando se siembra poco, se calcula, se mide demasiado. Tarde o temprano cosecharemos poco, porque no hay que olvidar que mucho se pierde en el camino. Nos guste o no. Porque la mezquindad se olvida de la mezquindad de los otros. Eso no hay que olvidarlo. Por eso, la generosidad, el sembrar mucho, en el fondo, es signo de amar.

Jesús es el sembrador generoso que siembra sin medir; el sembrador que no juzga y siembra sin discriminar; el sembrador que no se busca así mismo y, por eso, siembra casi “sin esperar nada a cambio”. Aunque obviamente él desea que todos reciban las semillas en el corazón. Aunque parezca contradictorio, el que siembra sin esperar ver con sus propios ojos el resultado, al final será el que más recibirá con el tiempo. Así es nuestro Dios, que es Padre.

Así hicieron los santos. No sembraron esperando el aplauso, los frutos, la “palmada” en el hombro, el reconocimiento, su propia gloria, sino que sembraron sabiendo que incluso los frutos podían ser recogidos por otros. No te olvides que siempre es mucho más lo que no vemos que lo que vemos. Muchas veces son muchos más los frutos que disfrutan otros gracias a nuestro esfuerzo, que los que disfrutamos nosotros en carne propia.

Por eso hay que sembrar y sembrar, no cansarse. Seguí sembrando en tus hijos, aunque no se den cuenta de lo que hacés. Seguí sembrando en tus alumnos, aunque parezca que no les importa. Seguí sembrando en tus fieles, en tus ovejitas, si sos sacerdote o religioso o religiosa. Acordate que el crecimiento no depende de nosotros, ¡gracias a Dios! Sigamos misionando en todos lados, aunque parezca que a nadie le interesa. Sigamos tirando semillas de “audios” de palabras de Dios por todos lados, que alguna semillita prenderá en algún corazón que anda por ahí.

Hoy te propongo detenernos en tres momentos de Algo del Evangelio, tan cortito, pero tan profundo y tan lindo.

Primero, Jesús dice que vayamos a él: “Vengan a mí”. Jesús nos invita a ir a él. Nos invita a darnos cuenta de que, de alguna manera, todos tenemos aflicciones y agobios; y la forma de calmarnos, de encontrar paz, es ir hacia él. Pero para ir a Jesús hay que sentirse necesitado, sentirse con alguna aflicción, algún agobio. No es que tenemos que “buscar” sufrir, obviamente, pero al mismo tiempo debemos darnos cuenta que todos tenemos, de alguna manera, algún sufrimiento, algún vacío, algún dolor, algún sin sentido. Lo que pasa es que la vida de hoy parece que tapa todo. Nos anestesia los problemas. No nos damos cuenta, tenemos mil opciones para calmar lo que nos pasa y no sabemos bien, finalmente, qué es. Sin embargo, ¿qué hombre puede decir que en algún momento de su vida no tiene alguna aflicción, algún agobio? Por ahí, vos estás sufriendo, en algún sentido, tal vez la pérdida de alguien. Estás sufriendo tus propias debilidades, tus pecados, tus angustias, los miedos, el agobio de tu trabajo, alguna injusticia, cansancio en tu estudio, te cuestan muchísimo las cosas.

Bueno… andá a Jesús. Jesús te dice: “Vení a mí, que Yo te voy a aliviar”. Y ese ir a Jesús es buscarlo en su Palabra, en esto que estamos haciendo de escuchar la palabra de Dios. Es buscarlo también en la Eucaristía, obviamente, buscarlo en la oración, en alguien que me escuche, que sea instrumento de Dios o incluso o, fundamentalmente, saliendo a amar, saliendo a buscar a alguien más necesitado que yo.

Ir a Jesús, ir a Jesús. Eso es lo que nos tiene que quedar hoy en el corazón. Él nos dice: “Vengan a mí, que yo los aliviaré”.

El segundo momento es considerar que el Señor nos invita a “aprender” de él: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”, paciente y humilde de corazón. Esa es la gran virtud que el Señor nos invita a imitar en el evangelio. Aprender de su humildad, aprender de la humildad que nos impide creernos que podemos dominarlo todo y podemos controlar todo. Eso nos alivia. No creernos omnipotentes. Aprender de una paciencia que nos ayuda a no enojarnos continuamente contra la realidad. Entonces eso nos alivia y nos saca las aflicciones.

Busquemos el alivio de Jesús, pero el alivio que también implica que nosotros hagamos algo. Yo tengo que hacer algo, no puedo esperar que el alivio venga, por decirlo así, “de arriba” únicamente. Tengo que ser paciente y humilde de corazón.
Porque —y de ahí viene lo tercero— “su yugo es suave y su carga liviana”. Jesús nos propone no agobiarnos con más problemas o cargas que tenemos que llevar, sino al contrario. Nos propone una carga “distinta”. No la carga que nos inventamos nosotros mismos por nuestras propias actitudes de soberbia y orgullo, esa carga que nos pesa porque somos nosotros los que armamos nuestra propia vida; sino la carga que nos pone él, que, en definitiva, es la carga de la paciencia y de la humildad, la del amor gozoso. Ser paciente y humilde es un yugo, es algo que tenemos que cargar sobre nuestros hombros y hacer un esfuerzo, pero, al mismo tiempo, es lo que nos da alivio. Nos da la paz y la alegría. Esa es la gran “paradoja” de esta propuesta de Jesús, cargar con algo que nos hará más liviana la carga. Como las alas de los pájaros, que son una carga, pero que les permite volar e ir más alto.

Bueno, Jesús quiere aliviarnos. Si hoy estás así, andá a él. Es lo más lindo. Solo cuesta, a veces, el primer paso.