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XV Domingo durante el año

Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.

Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».

Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.

Palabra del Señor

Comentario

No alcanza un domingo, una semana, una vida para amar a Dios como se lo merece. No alcanza toda tu vida, ni la mía, para devolverle a los que nos aman tanto amor que nos dieron a lo largo de sus vidas. El amor con amor se paga, pero el amor al mismo tiempo no tiene precio, no se le puede poner un valor numérico y, por lo tanto, nunca podremos saber si devolvemos todo lo que los otros hicieron por nosotros. Lo más triste que nos puede pasar es calcular el amor que debemos dar, a Dios y a los demás. No hay que calcularlo todo, hay que dar sin pensar tanto. Cuando en la lógica del amor ponemos la lógica de la matemática, en definitiva, deja de ser amor inmediatamente. Es por eso que no alcanza un domingo de misa y más oración, con una semana, con una vida entregada, para darle a Dios todo lo que le corresponde. De ahí lo que dice el salmo: «¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?». Pero no se trata de que nos sintamos mal por no dar tanto, no estoy buscando eso, sino de darnos cuenta todo lo que tenemos para dar y empecemos a darlo verdaderamente, hasta que podamos.

Los cristianos, los que decimos tener fe, debemos salir de la lógica del cumplimiento, del pensar que hacer ciertas cosas nos asegura ser buenos y mejores que otros. El cristiano, vos y yo, no podemos seguir pensando que el amor tiene una medida, un límite, eso no nos hace bien, nos limita muchísimo, nos impide ser todo lo que podemos ser. Cuando le ponemos límites al amor, cuando damos solo lo que nos parece que tenemos que dar, nos perdemos algo mucho más grande. Esto que estoy diciendo no es para que nos sintamos siempre como a destiempo con Dios Padre y con culpa, sino para que sintamos que siempre podemos dar más y algo mejor, que el amor siempre nos lleva a más, que Jesús siempre tiene algo más grande para nuestras vidas, y que por mezquinos a veces se nos pasa de largo.

Después del rechazo en su tierra de Nazaret y de transformarse en «escándalo», en piedra de tropiezo para algunos – ¿te acordás el domingo pasado?–, Jesús había quedado asombrado de la falta de fe de esa gente. Sin embargo, en Algo del Evangelio de hoy, la continuación del Evangelio anterior, la reacción de Jesús no es la que podríamos esperar. ¿Qué hace? ¿Se enoja, se irrita, maldice, como por ahí lo haríamos nosotros? No, dice que «Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros». Esto quiere decir que la respuesta de Jesús ante la falta de fe del mundo es, de algún modo, redoblar la apuesta ante la falta de fe de este mundo, porque finalmente lo humano parece ser un obstáculo para lo divino. Ante la oposición y la incredulidad, la respuesta de Jesús, vuelvo a decir, es redoblar la apuesta; no busca el camino más fácil o, por lo menos, el aparentemente más fácil. No solo predicar a Él, sino que además junto con Él envía a sus elegidos para que hagan lo mismo que Él, les da el poder de hacer lo mismo que Él. ¡Qué misterio! El misterio entonces finalmente se agranda, por decirlo de alguna manera; se agranda y se complica también, porque ahora no solo debemos creer en Jesús, sino también, además, confiar en sus enviados, en sus elegidos. Se amplía el misterio en el tiempo y se agranda el escándalo, la incredulidad de los miembros de la Iglesia finalmente. Es difícil creer en Jesús, creer que fue Dios hecho hombre y, por medio de Él, que Dios nos habló y nos amó tanto. Hoy también es difícil creer y confiar en que, por medio de hombres, de la Iglesia, podemos alcanzar y recibir la salvación. Eso también es escándalo para muchos, es piedra de tropiezo.

Por otro lado, es lindo disfrutar de la bondad de Jesús y de su modo de actuar. No es pesimista, no se deprime, no se enoja sin sentido. Apuesta siempre a la bondad, al núcleo de bondad que hay en el hombre. Sigue insistiendo, confía en nosotros, no nos critica.

También es práctico y sencillo, no se detiene ante el rechazo: «Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». La Iglesia vive de este llamado y de este envío. Nació así y nació para eso, para continuar la misión salvífica de Jesús en la tierra. La Iglesia debe comportarse como Jesús, no enojarse, no irritarse hacia los que no creen, sino todo contrario, redoblar siempre la apuesta con amor. ¡No nos escuchan! No importa, sigamos adelante hasta que alguien nos escuche, es parte de la misión.

Vuelvo a decir: La Iglesia nació así, pero nació de «dos en dos», nunca en soledad. Nadie puede ser creíble si anda solo. ¿Cómo mostrar el amor si no tengo a otro para amar? Por eso los mandó de «dos en dos», para que los demás vean que el centro del mensaje es, en definitiva, el amor.

Los discípulos no fueron enviados así nomás. Fueron enviados con un mandato, fueron enviados, fíjate, con lo que tenían puesto, justamente para que estén siempre dispuestos al servicio, para que estén siempre disponibles a la voluntad de Dios. La Iglesia, cada uno de nosotros, deberíamos vivir así para que el mensaje de Jesús llegue realmente a los corazones. Por eso a veces me pregunto: ¿Cuántas cosas se nos «pegaron» en tantos siglos de historia, como esas cosas que acumulamos en nuestras casas y ya no nos sirven para nada? El papa Francisco decía algo así relacionado con esto: «¿Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas? ¿Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, buscando que las personas se conviertan a base de nuestros argumentos?». Recuerdo también a san Juan Pablo II diciendo que «el programa pastoral de este tercer milenio no tiene que ser otra cosa que la santidad, o sea, no muchas estrategias, ser santos». La fuerza del mensaje reside en el mensaje mismo, el amor que contiene y no en los medios que utilizamos, aunque a veces sean buenos. En realidad, el único medio para ayudar a otros a descubrir el amor de Dios, es amando, es siendo santos y solo se ama de verdad entregándonos, sin calcular tanto, sin medir hasta dónde; porque Él no lo hizo ni hace lo mismo hoy con nosotros, al contrario, siempre «redobla la apuesta del amor».