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XIX Viernes durante el año

Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: « ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?»

El respondió: « ¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»

Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»

El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio.»

Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse.» Y él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»

Palabra del Señor

Comentario

Cuando probamos y vemos qué bueno es el Señor, como decía el salmo del domingo pasado… Cuando vamos experimentando que nuestro buen Dios es un Padre de amor que atrae y no un Padre que impone u obliga, quitándonos la libertad, el estar con él se vuelve agradable y no es una costumbre, sino una necesidad del corazón que clama y desea estar con el buen Dios. Todos necesitamos tarde o temprano experimentar qué bueno y qué lindo es estar con el Señor, buscarlo y seguirlo.

Según el Evangelio del domingo pasado, a Jesús no le gusta que, de algún modo, lo busquemos por interés, por el hecho de necesitar «algo» de él. Lo que él quiere, lo que él desea es que deseemos estar con él, es que nos demos cuenta de que él es pan, o sea que él es alimento y es el verdadero alimento que nos sacia de todas las «hambrunas» que padecemos y sufrimos y no nos dejan en paz.

¿Qué nos pasó a los cristianos que todavía no podemos transmitir que es bueno estar con el Señor? ¿Qué nos pasó a los cristianos que todavía no disfrutamos de su presencia, que nos cuesta tanto? ¿Qué nos pasó a los cristianos que a veces arrastramos la fe como si fuera algo para cumplir? Que el Señor nos toque el corazón una vez más para que nos demos cuenta que él nos ama y solo quiere que nos alimentemos de él. Lo demás, lo demás viene por añadidura.

Hoy estamos frente a uno de esos evangelios que parece más fácil esquivarlos que comentarlos. Es verdad, cuesta, cuesta bastante, porque todos sabemos que cada vez hay más familias que lamentablemente no han podido prosperar juntas, familias que sufren diferentes situaciones de falta de amor y están heridas y han quedado divididas por el camino. Cuesta también porque el mundo de hoy nos bombardea cada vez más con planteos que quieren socavar y destruir el ideal de familia que viene desde los orígenes del mundo y que Jesús vino a restaurar, a consagrar, a sacralizar. Cuesta, es verdad, pero tenemos que hablar con amor del amor, se puede. Eso creo que es lo importante. Hablar de lo que Jesús quiere no es condenar a aquellos que no han podido vivir su voluntad. Solo eso lo juzgará el Señor, solo ellos lo saben. Si se habla del amor con amor, como habló Jesús, por más que haya personas que están sufriendo situaciones difíciles, incluso por ahí vos mismo que estás escuchando, vos misma que sufriste alguna separación, algún dolor, nuestro corazón no debería sentir ningún rechazo, porque Dios corrige a los que ama.

Se me ocurre, para graficar Algo del Evangelio de hoy, decir que el matrimonio cristiano podríamos compararlo con una barca que anda por las aguas de este mundo, golpeada por las olas y el viento en contra, pero en la cual varón y mujer reman juntos acompañados siempre por Jesús. La barca en realidad la timonea él, los casados diríamos que reman junto con él. Las dificultades para amarse no son de ahora, siempre fue así. Fijémonos, como dice, la escena de hoy, se ve que a Jesús le cuestionaban sobre la posibilidad o no de divorciarse por cualquier motivo. Es verdad que hoy se dice y se experimenta que la familia está en crisis, que hay muchas dificultades que parecen que antes nos estaban.

Es verdad, puede ser. Pero, en realidad, nunca fue fácil, sería ingenuo pensar así. El hombre y la mujer son débiles desde que el pecado original, la mancha, nos hirió a todos. Hay que remar mucho, y lo que es más difícil, hay que remar parejo. El matrimonio que no rema parejo no avanza; es más, puede girar en falso, o bien se lo lleva la corriente para rumbos que no son los mejores. Por eso Jesús desea que los dos «sean una sola carne» y que «el hombre no separe lo que Dios ha unido», porque quiere cuidar lo más sagrado que tiene el hombre y que más lo hace feliz, el amor verdadero, el que sana y santifica. El matrimonio vivido en la fe nos sana de nuestras heridas y nos santifica para elevarnos y hacernos más humanos, más santos.

¿Cómo Dios va desear otra cosa, otro camino distinto a este? Sería una gran contradicción de parte de Dios y de la Iglesia que enseñemos otra cosa, porque Dios ama para siempre y confía en nosotros para que logremos lo que él desea.

Sé que hoy, más que nunca, estas palabras de Dios, de Jesús, son difíciles de entender y de aceptar, porque, como dije antes, muchas personas están heridas por la falta de amor en sus familias o por los errores, pero nunca está demás decir que las personas que no pudieron hacer prosperar sus matrimonios no están «fuera» del amor de Dios y tampoco está demás decir que «el hombre no debe separar lo que Dios ha unido», que debe luchar hasta el final. El hombre y la mujer deben luchar para estar siempre juntos, superando las dificultades; y podríamos agregar, y lo que ellos, varón y mujer, quisieron unir por propia decisión, sin la presión de nadie, sino solo por amor.

Finalmente, para terminar, podríamos decir que el planteo que hacen los fariseos a Jesús es profundo en el fondo. Es el planteo que también el mundo le hace a la Iglesia, el planteo que incluso podemos hacerle vos y yo a Dios, que es el siguiente: ¿Por qué tenemos que seguir la voluntad de Dios? ¿No es demasiado dura? ¿No es demasiado exigente? ¿Es posible hacer lo que Dios quiere siempre, que el hombre y la mujer estén para siempre unidos en medio de un contexto tan difícil? Las respuestas las dejo para que las contestemos cada uno. Pero me animo a decir que no hay nada más placentero que hacer la voluntad de Dios, de eso debemos estar seguros. Probemos y veamos qué bueno es el Señor, probemos y veamos qué bueno es cumplir siempre su voluntad, aunque a veces cueste mucho.