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XIX Viernes durante el año

Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: « ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?»

El respondió: « ¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»

Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»

El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio.»

Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse.» Y él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»

Palabra del Señor

Comentario

No se puede caminar por las aguas de este mundo por gracia de Dios, sosteniéndose milagrosamente- como Pedro, el domingo-, y quitarle la mirada a Jesús. Es condición mirarlo fijo a él. Automáticamente, casi, en ese momento nos hundimos y tenemos que pedir ayuda. Porque dejar de mirar a Jesús es simbólico, es signo de haber dejado de confiar en él, haber puesto la mirada en nuestros miedos y no en su amor y su gracia que siempre nos sostiene, aun en las tormentas. ¿Te acordás del evangelio del domingo? Decía así: «Al ver la violencia del viento, tuvo miedo y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame” ». Pedro empezó a hundirse por concentrarse en su miedo, en la violencia que lo rodeaba y no en la mirada amorosa de Jesús, que seguramente lo estaba esperando con los brazos abiertos.

El mal, el pecado nos vence cuando nos dejamos guiar por otras cosas que no son el amor de Dios y todo lo que eso implica. El mal nos vence cuando nos concentramos en lo que nos “puede hacer mal”, desde afuera, y no en lo que nos puede hacer bien y en el bien que estamos haciendo y que interiormente nos invade el corazón. Pedro en vez de maravillarse por estar “caminando sobre el agua” y, de última, mirar sus pies, sorprenderse del milagro, pierde el tiempo, se distrae. Su corazón y su razón lo traicionan, como nos pasa también a nosotros.

Por eso, si nos estamos hundiendo, si ahora estamos por pegar el grito para pedir ayuda, no le echemos la culpa a nadie. No digamos que “el problema está afuera”, que “son las olas”, “la violencia”, “lo que está pasando en este mundo ahora”, “lo que pasa en el mundo es un desastre”, “todo se viene abajo”, “hoy está más difícil que antes”, “hay más tentaciones”, “hay mucha maldad e injusticia”. No hay que echarle la culpa a eso. Es verdad, eso no se puede negar, pero siempre fue así. La culpa no está afuera. Nos hundimos por falta de fe, por no mirar a Jesús con el corazón, por haber dejado la oración, por habernos alejado de la Iglesia- como hizo Pedro, que se alejó de sus amigos-, por habernos olvidado de nuestros amigos, por pensar que podíamos solos, por nuestra soberbia y tantas cosas más. El hundirse es el síntoma de un corazón encerrado, que finalmente se ahoga. Pedro no se hubiera hundido si no se hubiera ido de la barca lejos de sus amigos y si no se hubiera concentrado en sus miedos.

El matrimonio cristiano es, como se dice a veces, un barquito que anda por las aguas de este mundo, golpeado por las olas y el viento en contra de tantas voces que quieren destruir la familia, pero en el cual varón y mujer reman juntos acompañados por Jesús. ¡Qué linda imagen! ¿No? Las dificultades no son de ahora, siempre fueron así. Fijate en Algo del Evangelio de hoy, ya se ve cómo a Jesús le cuestionaban, en esa época, sobre la posibilidad o no de divorciase por cualquier motivo. Esto es importante, por cualquier motivo. Es verdad que hoy se dice y se experimenta que la familia está en crisis, que hay muchas dificultades que parece que antes no estaban. Es verdad, puede ser. Es tiempo difícil. Pero nunca fue fácil, sería medio ingenuo pensar así.

Hay que remar mucho, y eso es lo más difícil. Hay que remar parejo, y eso es mucho más difícil. El matrimonio que no rema parejo no avanza. Es más, puede girar en el mismo lugar, gira en falso, o bien se lo lleva la corriente para rumbos que no son de los más lindos. Por eso Jesús desea que los dos “sean una sola carne”, como dice el evangelio, y que “el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Porque quiere cuidar lo más sagrado que tiene el hombre y que lo hace más feliz, en donde se cultiva el amor verdadero, el que sana y santifica, aunque nuestras familias no son perfectas. El matrimonio vivido en la fe nos sana de nuestras heridas y nos santifica para elevarnos y hacernos más humanos.

¿Cómo Dios va a desear otra cosa, otro camino distinto a este? Sería una gran contradicción de parte de Dios que ama para siempre y confía en nosotros para que logremos lo que él desea. Sé que hoy, más que nunca, estas palabras de Dios, de Jesús, son difíciles de entender y de aceptar incluso, a veces, son rechazadas, porque muchas personas, muchas familias, están heridas por la falta de amor en sus familias. Por eso nunca está de más decir que “las personas que no pudieron hacer prosperar su matrimonio no están ‘fuera’ del amor de Dios”. Y tampoco está de más decir que “el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” y podríamos agregar “y lo que él quiso unir por propia decisión”. No está de más decir que “hay que luchar hasta el final para mantener la familia unida haciendo todo lo posible”.

Es lindo encontrar matrimonios que la “remaron” mucho, juntos, para seguir hasta el final. Hay miles y miles de ejemplos. Es lindo ver matrimonios grandes que viven etapas nuevas y se aman cada día mejor. No me canso de escuchar testimonios de matrimonios que siguen perdurando. Siguen con sus dificultades, con sus luchas, con sus peleas, con sus idas y vueltas, a veces con sus separaciones momentáneas, pero siguen luchando. Siguen estando juntos, mostrando que el amor matrimonial es un reflejo del amor incondicional de Dios, que nos ama siempre y hasta el final, para toda la eternidad.

Pidámosle al Señor por tantos matrimonios que están en la lucha, que les cuesta, por aquellos que se han separado y no pudieron cumplir este deseo de Dios, por aquellos que están bien para que sigan perseverando. Recemos por las familias. Recemos para que escuchando la Palabra de Dios todos podamos comprometernos con el verdadero designio de Dios, que es que en familia descubramos su amor y que alcancemos la santidad. Es lindo saber que, a pesar del viento en contra y de la violencia de las olas de este mundo, se puede amar con fidelidad y constancia hasta que la muerte los separe. Siempre remando juntos, siempre remando parejo.