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XIX Miércoles durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.

Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que, si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.»

Palabra del Señor

Comentario

Continuando con el Evangelio del domingo, en donde tratábamos de remarcar esa frase, esa Palabra de Dios tan significativa, donde Jesús decía «nadie viene a mí, si mi Padre no lo atrae», creo que podemos volver a recordar y a reflexionar sobre cuál es el motor de nuestras acciones en nuestra vida, cada día. En definitiva, podríamos decir que nosotros no hacemos sino lo que deseamos o hacemos únicamente lo que deseamos. Incluso cuando hacemos lo que no queremos tanto, por obligación, por imposición –mejor dicho– o porque casi no nos queda otra alternativa, finalmente lo hacemos porque deseamos hacelo. Tarde o temprano se manifiesta eso. Puede ser con más, con menos gusto, pero hacemos lo que deseamos. Y si no deseamos estar con Jesús, si no deseamos gustar y disfrutar de su bondad, finalmente nos quedaremos vacíos, finalmente no sentiremos que él es nuestro pan, que él nos alimenta de mil maneras diferentes a cada instante, que él lo único que desea es que disfrutemos de su presencia, de su amor, y que Dios es alimento para nuestra vida. Por eso, volvamos a preguntarnos una vez más: ¿Qué estamos deseando? ¿Qué estamos buscando? ¿No será que a veces se nos apagó el deseo a aquellos que asiduamente participamos de la vida de la Iglesia? ¿No será que tantos que no participan habrá sido porque finalmente no lo desean o porque no le hemos presentado la imagen de Dios como un verdadero deseo que tenemos que abrazar para sentirnos colmados? Es para seguir pensando y reflexionando una vez más.

Me parece bueno aclarar algunas cosas de Algo del Evangelio de hoy como para no interpretarlo mal. Esta actitud o esta invitación de Jesús que llamamos «tradicionalmente» corrección fraterna, la que se nos pide hoy, y es algo que la verdad hacemos poco en la Iglesia, en nuestras comunidades o muchas veces lo hacemos mal, es para profundizarla. Es difícil decir por qué nos pasa esto, puede ser que sea por miedo, por no querer comprometernos a corregir a otros, por no quedar mal ante los otros, por considerarnos incluso indignos de corregir a los demás por nuestras propias debilidades o por tantas razones más. Pero debemos animarnos, por lo menos, a aprender lo que nos enseña Jesús, para vivir verdaderamente como hermanos y no como desconocidos, cosa que pasa muy a menudo en nuestras comunidades, aunque aparentemente nos conozcamos mucho.

Una aclaración importante que debemos hacer antes, es prestar atención de que Jesús les está hablando a sus discípulos únicamente, o sea, a una comunidad de hermanos que tienen fe, no a cualquier persona, no una unidad hacía un bien común simplemente, sino hacía la unidad que nos plantea Dios. No está hablando en general, al montón, Jesús, sino a sus discípulos. Por eso la corrección fraterna supone, entre otras cosas, que debe darse en un contexto de fe, de confianza en Jesús, de saber que él es el hermano mayor que nos enseña a amarnos y a considerarnos hermanos, que esto por supuesto puede darse en una comunidad cristiana, debe darse en una comunidad cristiana. Por eso sería ilógico eso de andar «corrigiendo» a todo el mundo que peca, como si fuéramos los jueces del mundo, olvidándonos que, ante todo, somos los primeros pecadores invitados a sanarnos. Si fuera así, que Jesús nos pide que corrijamos a cualquiera que peca, no nos alcanzaría el tiempo ni la vida para hacerlo y, además, también no debemos olvidar que nos estarían corrigiendo a nosotros continuamente, porque somos capaces de caer en muchos pecados, incluso en los mismos que a veces queremos corregir.

Por otro lado, dice nuestro buen Jesús: «Si tu hermano peca…», o sea, no dice «si tu hermano hace algo que no te gusta, si tu hermano no te cae bien, si tu hermano no es tan simpático como quisieras». Hay mucha confusión con respecto a esto, porque el pecado es la condición necesaria para la corrección, no es simplemente una cuestión afectiva o de gustos.

La condición necesaria para corregir a los otros por amor, fraternalmente, es que mi hermano realmente peque, o sea que transgreda objetivamente algo de la ley de Dios y que eso esté afectando a una comunidad de fe, no a mis gustos personales o a los chismes o a lo que surgió por chismes de otros. ¡Qué difícil es esto! Nadie puede realizar una corrección fraterna si no es una persona de fe, de oración, e inspirada por el Espíritu Santo, y también no es capaz de aceptar correcciones, si no es alguien que se deja guiar por Él y no por sus impulsos.

Para corregir fraternalmente o ser corregido, se necesita mucha humildad y eso no es nada fácil. Por eso, jamás podemos corregir enojados, guiados por nuestros caprichos y pensamientos, porque en general estaremos más movidos por nuestros intereses personales que por los del Evangelio.

Finalmente, siempre, siempre se debe empezar en privado, persona a persona, de corazón a corazón, como dice la Palabra. Jamás podemos corregir a un hermano desde el primer impulso. No se puede corregir a alguien yendo con otros, como en «patota», de a muchos, como queriendo avalar lo que pienso y deseo corregir, porque si no, el corregido se sentirá atrapado o rodeado, humillado y no abrirá su corazón. Por eso Jesús nos enseña que la corrección fraterna es un camino que lentamente va creciendo. Solo en la medida en que la otra persona se cierra para cambiar, entonces debo acudir a otras instancias y por eso, por no querer entrar en razón, necesita de una comunidad. Solo así se entiende que después, aunque parezca duro y difícil, alguien puede ser «echado» de una comunidad, de un lugar, si prefiere el camino de la cerrazón, la soberbia y no quiere cambiar por el bien de los otros.

Que tengamos un buen día, y que la Bendición de Dios Padre Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.