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XIX Miércoles durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.

Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que, si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.»

Palabra del Señor

Comentario

Continuamos intentando profundizar un poco más el lindo evangelio de este domingo que pasó, que no tenía desperdicio, como ninguna palabra de Dios en realidad. Todo es alimento. A todo se le puede “sacar el jugo”, una y otra vez.

Decíamos que Jesús, a veces, nos “obliga” a navegar solos, junto con otros, pero sin él en la barca y pareciera que se esconde, que se hace como un fantasma, que no le interesa, que no se hace cargo de nuestra vida y la vida de la Iglesia. Pareciera que le gusta que andemos con mucho “viento en contra”. Pero sabemos por la fe que no es así, que en el fondo de este relato tan maravilloso se refleja de algún modo la “pedagogía” divina, el modo que tiene Dios como Padre, junto con su Hijo y el Espíritu Santo, de conducirnos, de guiarnos, de enseñarnos, de corregirnos, en definitiva, de amarnos para que amemos. Dios es amor y el amor es libertad. El amor es camino de libertad y la libertad se aprende “navegando”, “remando”, como decimos en criollo: caminando, se aprende con el esfuerzo de cada día y junto a otros.  No se puede ser libre finalmente solo. No se ama verdaderamente si no es en libertad, si no es con libertad, por decisión propia. Eso quiere Jesús de nosotros. Pero a veces parece que se aparta, para que aprendamos este camino un poco a los golpes.

Continuando con los detalles de esa escena tan linda, claramente el mar, la noche y el viento en contra, que genera olas, simboliza este mundo con todos sus “condimentos” que, muchas veces, no elegimos pero que nos hacen las cosas más difíciles, aunque no nos gusten. La vida es linda, es verdad, pero especialmente cuando el mar está calmo, cuando es de día y cuando tenemos viento a “favor”. Pero tu vida y la mía tienen también noches, tiene movimientos, viento en contra y eso nos “obliga” a remar. Tenemos que remar. Esa es la imagen que te propongo, que me propongo para hoy. El que no rema, vuelve para atrás, lo lleva el viento. En la vida espiritual, en la fe, casi que no hay término medio: o remamos por lo menos para mantenernos en el lugar o avanzar, o dejamos de remar y nos lleva el viento y la corriente de este mundo “cómodo” y superficial que prefiere “tomar sol” y “hacer la plancha”, como se dice, antes que esforzarse y luchar la vida.

¡No dejemos de remar, no dejemos nunca de remar! Este remar es símbolo de un montón de cosas, de situaciones. Pensemos cada uno en las personales. Pensemos cada uno en qué cosas a veces “aflojamos” y largamos los remos: hay que tomarlos otra vez. No dejemos. Volvamos a luchar por lo que vale la pena, por las causas justas, por el amor, por la justicia, por los que menos tienen, por la fe, por el estudio, por la familia, por ese enfermo que nos necesita. En esa barca no estamos solos. No creamos que estamos solos.

Uno de los “vientos en contra” de esta vida, según Algo del evangelio de hoy, es el pecado. El pecado personal, ajeno y que, finalmente, toca a la comunidad, toca a otros.

Me parece bueno dejar algunas aclaraciones a esta palabra de hoy para no interpretarlo mal. Esta actitud que nos enseña Jesús es la que se llama “tradicionalmente” en nuestra Iglesia “corrección fraterna”. Y es algo que, la verdad, hacemos poco en la Iglesia y da tristeza o la hacemos mal. Seguro que, por miedo, por no querer comprometernos, por no quedar mal o por otras razones. Pero tenemos que animarnos a aprender lo que nos enseña Jesús para vivir verdaderamente como hermanos y no como desconocidos, en un lugar donde supuestamente nos debemos sentir y vivir como hermanos.

Una aclaración importante es que Jesús está hablando de una comunidad que tiene fe, no de cualquier otra. Por eso la corrección fraterna supone, entre otras cosas, que debe darse en un contexto de fe, de mirada sobrenatural de la vida, en una comunidad cristiana. No es cuestión de andar “corrigiendo” a todo el mundo por ahí, a los que están pecando sin darse cuenta. En ese caso no nos alcanzaría el tiempo ni la vida y, además, también nos estarían corrigiendo a nosotros, continuamente. Esto es muy importante.

Por otro lado, Jesús dice: «Si tu hermano peca». No dice: “Si tu hermano hace algo que no te gusta”, “si tu hermano no te cae tan bien”, “si tu hermano no es tan simpático”, “si se equivocó sin querer”.

La condición para corregir a otro es que peque, o sea, que transgreda objetivamente y libremente, libremente “algo” de la ley de Dios y que esto esté afectando a una comunidad de fe, no a mis gustos personales o movidos por los chismes de otros o movidos por nuestras pasiones desordenadas.

Para corregir fraternalmente, o ser corregido, se necesita, por eso, primeramente, ser humilde y eso no es fácil. Nunca tenemos que corregir enojados, porque en general estaremos más movidos por nuestros intereses personales, por nuestro ego, que por los del evangelio. Por eso solo alguien que tiene vida de oración y vida espiritual profunda y es paciente, puede lograrlo verdaderamente. La corrección fraterna debe darse en un ambiente de oración y de amor, de fraternidad, buscando siempre el bien del otro y no nuestra propia satisfacción.

Finalmente, siempre, siempre se debe empezar en privado, cosa que muchas veces no hacemos. Jamás podemos ir a corregir, ahí nomás, a alguien con otros, en medio de otros, como en “patota”, porque el otro se sentirá atrapado, rodeado, juzgado. Por eso Jesús plantea un camino, que va lentamente, paso a paso, creciendo en la medida que la otra persona no quiere cambiar o se encierra y no quiere entrar en razón. Y después, aunque parezca duro, recién después alguien puede ser “echado” de una comunidad si prefiere el camino de la obstinación, de la cerrazón, la soberbia y no quiere cambiar por el bien de los demás. Por eso, tengamos siempre esto en cuenta: siempre primero en privado y con amor y con oración.

Sigamos mientras tanto remando juntos, para ganarle al pecado en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pequeños grupos.