• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XIX Domingo durante el año

Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: “Yo he bajado del cielo?”».

Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: “Todos serán instruidos por Dios”. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo Él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Palabra del Señor

Comentario

Estas palabras, que acabamos de escuchar de Jesús, me encantan. Las utilizo muchas veces cuando se acerca alguien a la Iglesia después de mucho tiempo, de haberse alejado por diferentes circunstancias, en especial en momentos fuertes, como Semana Santa o durante fiestas importantes. Es lindo ver cómo la gente vuelve a la Iglesia, a su casa, atraída por Jesús, por el Padre, en realidad vuelven a estar con Jesús a través de otros.

Y siempre les pregunto, en general, lo mismo: ¿Qué es lo que te trajo de vuelta? ¿Por qué viniste hoy? Bueno, hay tantas respuestas como personas, pero en general lo que motiva acercarse una vez más a Jesús es casi siempre una necesidad, una angustia profunda, un dolor grande en la vida, una culpa guardada, recibir la invitación de otra persona para volver, o como Elías –que escuchábamos en la primera lectura de hoy– que ante una angustia profunda se encontró con Dios. Todos los que se acercaron a Jesús en la historia, los de ahora, los de antes y los que vendrán, se acercaron porque, de algún modo, «un ángel los tocó» –como le pasó a Elías– y los animó a seguir. Y siempre les respondo: «En realidad no viniste solo por eso, viniste porque el Padre te atrajo». «Nadie viene a mí, si mi Padre no lo atrae», dice Jesús en Algo del Evangelio de hoy, o podríamos decir que nuestro Padre nos atrae siempre a través de algo, de una circunstancia, de una persona.

No pensemos que tenemos fe porque somos especiales o porque somos mejores que otros, ¡por favor! Tenemos fe porque Dios Padre nos la regaló, y nos dio la posibilidad de creer y tener Vida eterna. Dios Padre nos atrajo, a vos y a mí, y porque nos atrajo, vos y yo le respondimos.

En realidad, nadie puede acercarse a Jesús si no recibió el don del Padre que nos atrae. Él es la respuesta enviada por el Padre para satisfacer nuestros anhelos más profundos de eternidad que muchas veces se disfrazan de búsquedas personales: querer ser alguien en la vida, dejar mi sello en las cosas, triunfar, batir récords, ser conocidos, tener y tener a costa de todo…

Por eso hoy Jesús nos vuelve repetir a todos, a los que estamos siempre, a los que vamos cada tanto a buscarlo, a los que buscamos a Dios a tientas o por un motivo o por otro; no importa, a todos nos dice: «Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo», el Pan con mayúscula, el Pan que no se acaba, ese Pan que tiene vida y por eso nos da vida. Es un Pan vivo que no es para subsistir, sino para vivir, para vivir como todo hombre quiere vivir: plenamente. Entonces la fe se nos presenta en Algo del Evangelio de hoy, en el Evangelio de Juan, no como una idea, no como una doctrina, un conjunto de cosas que cosas que aprender; sino que la fe es, principalmente para nosotros, la aceptación de un don que se nos da por el Padre a través de Jesucristo y a través de enviados por Jesús.

El Padre fue tan bueno con nosotros, tan preocupado por su creatura que envió a su Hijo para saciar el hambre de toda la humanidad. El que cree en Él tiene Vida eterna. La fe es un don que, por supuesto, implicará nuestra respuesta, pero antes que nada es un don de Dios. Eso quiere mostrarnos la escena del Evangelio de hoy. No alcanza con creer que Dios existe; alcanza con darnos cuenta que además de que existe nos ama y nos envió a su Hijo para salvarnos, para darnos vida. No alcanza con decir que en algo hay que creer, como se dice por ahí: «Soy creyente pero no muy practicante». Alcanza con darnos cuenta que recibimos un don y por eso nos acercamos, por eso nos acercamos alguna vez y por eso acercamos a Jesús a otros y también nos acercamos los domingos a la Iglesia, por eso estamos escuchando la Palabra de Dios, porque recibimos un don. Entonces solo nos sacia el creer en Él y creerle a Él, por eso tenemos que creer también en lo que Él nos dice. El Pan que Él nos da es Él mismo hecho carne en la Eucaristía y en su Palabra. Por eso el que vive así, vive colmado aun en la escasez material. La escasez no importa para el que cree en Jesús.

Ojalá que hoy nos demos cuenta que todos fuimos atraídos por el Padre. Ojalá que hoy podamos descubrir y gustar «¡qué bueno es el Señor!», como dice también el salmo. Si no gustamos y vemos «qué bueno es el Señor», no podremos vivir esta vida que nos propone. Viviremos la fe como una obligación, como un «cumplir», como una cosa vacía, sin sentido, aburrida. Si no gustamos «qué bueno es el Señor», veremos a Dios como alguien lejano, que no nos da lo que necesitamos y no sentiremos el amor de Él.

¿Pensamos alguna vez quién nos atrajo a Jesús? Fue el Padre. Es verdad que utilizó medios humanos para hacerlo (tus hijos, tu casamiento, tus primeros años de catequesis, algún dolor, un pecado, una depresión profunda, el estudio), pero, en definitiva, tenemos que tener claro que fue el Padre el que nos atrajo. Ahora… ¿y nosotros ayudamos a que el Padre nos siga atrayendo o siga atrayendo a otros? El Padre quiere seguir atrayendo corazones a su Hijo para que conociéndolo a Él nos sintamos y vivamos como hijos. Nuestra vida también tiene que ser atrayente para otros, no por insistir ni por obligar a nadie, sino porque se tiene que notar en nuestro rostro, nuestra cara que fuimos atraído por el Padre de Jesús; se nos tiene que notar en la forma de vivir, en nuestras expresiones, en los gestos. Nosotros no tenemos que «traer» gente a la Iglesia, tenemos que «atraer» corazones a Jesús en su Iglesia para que descubran «qué bueno es estar con el Señor».

Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.