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XIV Viernes durante el año

Jesús dijo a sus apóstoles:

«Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas.

Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.

El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.

Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.»

Palabra del Señor

Comentario

Si a Jesús lo rechazaron, lo despreciaron e incluso lo mataron por hablar en nombre de Dios, de su Padre, ¿por qué pensás que a vos y a mí no nos puede pasar lo mismo? A veces sin quererlo, queremos ser discípulos distintos al Maestro, superiores al Maestro y Jesús nos dijo: «El servidor no es más grande que su Señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes». Si somos profetas de verdad, no podremos evitar que alguien nos rechace o no nos escuche, que nos ridiculice, que se burle, no podremos evitar que en nuestra propia familia se tapen los oídos con tal de no escucharnos, por no considerarnos dignos de hablar en nombre de Dios. Cuánta indiferencia a veces en nuestras familias, cuánta acedia del corazón, se dice, esa acedia espiritual, ese rechazo por el bien que vivimos, incluso en gente buena que nos mira y no nos entiende. Cuando en la evangelización todo va bien, corremos el riesgo de relacionar los frutos con el éxito, al estilo del mundo, con eso de creer que todo debe que ser aplaudido, que todo lo que hagamos debe ser halagado, aceptado y felicitado, y entonces, sin darnos cuenta, terminamos estando presos de un estilo que no es el de Jesús. Si vemos con detalle la vida de Jesús, no podemos pasar por alto el rechazo que sufrió tantas veces, hasta llegar finalmente al rechazo total, al rechazo de la cruz.

Por eso, no te angusties ni te desanimes si lo que hacés o decís es aceptado más o menos, un poco o mucho, incluso te diría que a veces el hecho de que seamos rechazados por ser simplemente profetas buenos, tratando de hablar de Dios, es un buen signo, quiere decir que estamos haciendo las cosas bien. ¡Cuidado! No estoy diciendo con esto que hay que hacer la contra a propósito como para que nos persigan, pero el hecho de que nos persigan, nos insulten, nos desprecien, puede ser un signo de que estamos siendo verdaderos profetas. En realidad, tenemos que poner el foco en la fidelidad al mensaje de Jesús y en la forma de anunciarlo. Lo importante es ser fieles a él y a su estilo; y si lo somos, tarde o temprano, aunque no lo busquemos –y no hay que buscarlo– nos llegará el rechazo, porque al mundo, al pensamiento mundano, no le gusta escuchar la verdad que viene de Dios, o se tapa los oídos o grita para no escuchar. Ofrezcamos nuestros sufrimientos que nos pueden llegar por ser profetas; ofrezcámoslos y unámonos al sufrimiento que también tuvo que vivir Jesús.

Jesús les advirtió a sus discípulos en Algo del Evangelio de hoy y nos advierte a nosotros algo que tiene mucho que ver con lo que venimos hablando: «Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas». Por más lindo que sea este mundo y lo lindo que nos lo quieran pintar, no podemos olvidar esta verdad cuando se trata de anunciar el Evangelio: «Andamos y somos como ovejas en medio de lobos». Este mundo parece estar lleno de LOBOS, lleno de dificultades, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en el mundo, en la iglesia; y, lo que es peor, a veces tenemos un LOBO en nuestro corazón. La lucha va por dentro, los ataques son interiores y esos nos acompañaran hasta el final de nuestras vidas. En medio de tantas situaciones tenemos que ser OVEJAS, mansos, pero también astutos, esto es lo más difícil. Jesús no nos manda como lobos entre lobos, sino como ovejas. Estamos llamados a ser ovejas obedientes y mansas, que escuchan la voz del pastor y que no andan mordiendo a nadie por ahí, como los lobos, ni haciendo lo mismo que nos hacen los otros.

Y por eso Jesús nos advierte y les advirtió a sus discípulos que seremos perseguidos, seremos incluso criticados, calumniados. Nuestra fe puede generar divisiones, peleas, incluso en nuestras propias familias, dentro de la iglesia y con nuestros propios amigos. El que anda detrás de Jesús también, sin querer, se gana enemigos. Así como el mismo Jesús se los ganó, no por gusto, por deporte –como se dice–, por ser lobo, sino justamente por ser oveja, cordero manso, porque algunos desprecian la verdad, la bondad, la belleza y el bien, y nosotros la representamos.

¡Qué lindo que es ser ovejas! Nosotros también tenemos que llevar paz; no tenemos que andar atacando a todo el mundo, no tenemos que andar a la defensiva. Tenemos que ser astutos también, para saber cómo llevar a Dios hacia los demás y, por decirlo así, «meterlo» ahí, en donde nos toca, donde estamos, donde él mismo nos pide que podamos hacerlo presente, no por la fuerza, sino con astucia y con amor, con el arte de aprender a amar y hacerlo vivo en nuestras vidas. Mantengámonos unidos a Jesús en el silencio, solo así vamos a aprender a ver cosas mucho más grandes; mientras tanto, a ser ovejitas, a ser mansos, a dejarnos guiar por él, pero también a ser astutos, como serpientes. Una cosa no quita la otra, las dos pueden y tienen que ir de la mano, la astucia de los Hijos de Dios que saben en qué momento hablar de él con firmeza, en qué momento callar, en qué momento proponer, en qué momento parecer tonto; y también la mansedumbre de saber callar, optar por la sencillez y no buscar enemigos sin sentido, cuando nos ataquen por el solo hecho de creer y amar a Jesús.