• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XIV Miércoles durante el año

Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.

Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.»

Palabra del Señor

Comentario

Ser profeta no es ser un «adivino», alguien que se dedica únicamente a anticiparse al futuro, decir lo que pasará. Sin embargo, esa es la acepción más común de la palabra, o por lo menos del rol del profeta, lo que se entiende en el común de la gente cuando se habla de el ser un profeta. «Sos un profeta» le decimos a alguien cuando dice algo que finalmente se cumplió en el tiempo. Está bien, es algo de verdad. Parte de la misión del profeta es, de algún modo, anticiparse a lo que vendrá, pero no como una especie de pretensión de saber lo que solo Dios sabe, sino por el simple hecho de «leer» o ver la realidad con los ojos y el corazón de Dios. El que se deja guiar por el Espíritu de Dios no ve el futuro como si fuera una «bola mágica», como mirando una película anticipadamente, sino que, al escuchar a Dios en su corazón y escucharlo en los acontecimientos de su vida, al ver lo que hizo en la historia, tiene la capacidad de adquirir el «sentido de Dios», que muchas veces va de la mano del sentido común aunque no lo creamos. Espero no estar complicándote demasiado las cosas, pero, en realidad, creo que es algo muy sencillo. Dios nos simplifica la vida y nos ayuda a ser simples, a no ser rebuscados; por eso el que más unido a Dios está en su corazón, más sentido común tiene y más capacidad posee para darse cuenta de lo que vendrá si el pueblo de Dios se aleja del amor, si se desvía de sus mandamientos.

El profeta termina diciendo lo que en el fondo es casi obvio pero la ceguera de los demás no permite verlo. Si nos alejamos de sus caminos, tarde o temprano nos irá mal, producirá sus consecuencias. En cambio, sí estamos en su senda, si buscamos acercarnos a él, inexorablemente encontraremos la serenidad del corazón que nos ayudará a tomar las decisiones sabias y correctas, pase lo que pase; aunque haya dificultades y aunque muchos no las entiendan, será finalmente un bien para nuestras almas. Vos y yo ejercemos nuestra misión de profetas si somos hombres y mujeres de oración, cristianos que no analizan la realidad solo con la razón, con ojos mundanos, sino con los «anteojos» misericordiosos y realistas de Jesús, con los pies en la tierra –como se dice– pero los ojos bien puestos en el cielo. Jesús fue el profeta por excelencia, porque de sus gestos y palabras solo brotaron gestos y palabras de Dios, porque él era el mismo Dios en la tierra. Todo lo que hizo y dijo fue profecía, fue Palabra de Dios. Y por eso su elección de los Doce también lo fue.

En Algo del Evangelio de hoy, vemos que la elección no fue al azar, no fue al estilo del mundo tampoco, no fue con razonamientos puramente humanos. A ver, quién era el mejor, quién se lo merecía más, quién tenía más méritos. Repasemos la lista. A ver, el primero dice que es Simón, que luego Jesús lo llamará Pedro, le cambiará el nombre; el primero en todo, incluso también en negarlo. Y el último, Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. ¡Qué elección la de Jesús! ¡Por favor! Cualquiera de nosotros hubiese seguro elegido algo muy distinto. Digamos la verdad. ¿Vos hubieses elegido a un pescador del montón para ser cabeza de los Doce, de la futura Iglesia? ¿Vos o yo hubiésemos elegido a Judas como apóstol sabiendo que algún día nos vendería por unas monedas? ¡Qué amor el de Dios, manifestado en Jesús! ¿Qué habrá visto Jesús que nosotros no vemos? Es increíble pensar que él haya tenido tanta clarividencia al elegir a quienes eligió: hombres sencillos y pobres, algunos bastantes rudimentarios y sin instrucción, hombres simples y también pecadores, y que en su tiempo nadie los tenía en cuenta. Por eso Jesús, de algún modo, nos descoloca con su seguridad y profecía al elegir. Sin embargo, once de estos doce fueron los que armaron un lindo lío y desparramo con su amor, predicando el Evangelio por todo el mundo. ¡Qué locura! ¡Qué maravilla! ¿Necesitamos más confirmaciones?

Jesús también es profeta al elegirnos a nosotros, a vos, y a mí también como sacerdote.

¡Qué misterio de la elección amorosa de Dios, pudiendo elegir a miles mucho mejores que nosotros! El amor de Dios, eso que Jesús ve y nosotros no, muchas veces nos hace sufrir de alguna manera, nos hace impacientarnos un poco, porque rompe nuestra lógica que muchas veces es muy mundana, muy superficial. A veces quisiéramos que Jesús barra con todo, cambie muchas cosas de un día para el otro, de nosotros y de la Iglesia, del mundo. Sin embargo, así como a Judas lo esperó hasta el final, así como a Pedro le perdonó sus imprudencias y sus equivocaciones, a vos y a mí nos espera y nos espera, nos mira de otra manera. Sabe qué es lo mejor para todos y no nos presiona, no nos obliga, nos invita, nos atrae con su amor lentamente y pacientemente a lo largo de la vida.

Pero al mismo tiempo es bueno que pensemos en la mirada que debemos tener todos al ver el modo que eligió Jesús para seguir transmitiendo su mensaje. Él eligió la debilidad para manifestar su amor, no hay otro camino. Jesús ama al hombre pero nosotros también debemos amar a Jesús y su modo de amar. Él sabe el por qué, él sabe que somos duros de corazón y necesitamos masticar y madurar ciertas cosas. Si él nos tiene y nos tendrá tanto amor, tanta paciencia, ¿no es lógico que nosotros también empecemos a tenernos un amor más verdadero entre nosotros, a nosotros mismos y a los demás también?

Vivamos como profetas, mirando la vida, la realidad como la mira Dios Padre, mirando los corazones como los mira Jesús. Solo ese don que todos recibimos en el bautismo nos ayudará a vivir más serenos y no tan apurados y atolondrados, pensando que todas las cosas dependen de nosotros.