Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Palabra del Señor
Comentario
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, te alabo porque has querido revelar las cosas del Reino de Dios a los pequeños», a los humildes de la tierra, que podemos ser vos y yo. A nosotros, de alguna manera, el Padre por medio de Jesús y el Espíritu Santo nos ha revelado que nos ama, que él nos amó primero hasta el fin, enviando a su Hijo al mundo. Solo el que es humilde de corazón puede dejar que Dios se le revele o puede permitirlo. Solo el humilde es el que, de algún modo, deja la puerta abierta al Señor siempre, porque él está a la puerta golpeando nuestro corazón para que se lo abramos de par en par, sabiendo que con él todo lo podemos, con él podemos superar las angustias y tristezas, los agobios y los cansancios.
¡Qué lindo el Evangelio de ayer, domingo!, donde el Señor se regocijaba de que su Padre se revele a los pequeños. El Señor solo quiere revelarse a aquellos que se sienten humildes de corazón. Empecemos esta semana con esta certeza sabiendo que el Padre del cielo se nos revelará de alguna manera, en lo más pequeño, en lo más sencillo, en el silencio de nuestra oración, en el silencio de nuestros viajes al trabajo, en el silencio del amor cotidiano a nuestra familia, en cada entrega que tengamos hacia él, él se nos revelará si somos humildes. O dicho de otra manera, solo podemos encontrar a Dios cuando somos humildes, cuando nos hacemos pequeños, cuando nos bajamos de nuestro caballo, el caballo del ego, que muchas veces no nos deja ver la realidad que Jesús nos quiere mostrar.
Algo del Evangelio de hoy es para disfrutar, dos grandes milagros en la misma escena, dos grandes personas de fe, que tuvieron fe incluso en momentos donde todo parecía perdido, donde parecía que no había solución. Una mujer que desde hacía doce años estaba enferma y había probado de todo para ser curada y no podía, y un hombre desesperado con su hija muerta. Solo el que ha perdido un hijo, una hija sabe lo que significa, por ahí vos, que estás escuchando, te pasó. Solo vos sabes lo que se siente y esta mujer que fue paciente, siguió intentando después de doce años de enfermedad, y solo un hombre humilde y paciente como este del Evangelio de hoy puede pedir recuperar a su hija una vez que la había tenido en sus brazos muerta. ¡Qué maravilla! ¡Qué ejemplo y ánimo para muchos de nosotros que a veces no pasamos ni por una ínfima parte de este sufrimiento como el de los personajes de hoy! ¡Señor, dame por lo menos una pisca de esa humildad, de esa paciencia, de esa fe!
Sé, porque me han contado que muchos grupos de enfermos, de personas que están sufriendo día a día, escuchan estos audios con el Evangelio de cada día, seguro que son mujeres y hombres de paciencia, con humildad. Rezamos por ustedes. Siempre hay que rezar por los que están sufriendo.
¡Qué lindo que es que el Evangelio de cada día nos una como hermanos, cada uno en lo suyo, en su trabajo, en su apostolado, algunos sufriendo, otros rezando por los que sufren y por qué no, pedirles que recen y ofrezcan sus sufrimientos por nosotros, los que no tenemos tanta paciencia! La paciencia y la humildad se alcanza muchas veces en la prueba, en el dolor, casi como una ironía, no queda otra alternativa que tener paciencia.
Si ahora estás enfermo, sufriendo en tu cuerpo y en tu alma por algún dolor, sabé esperar, andá a Jesús que nos invita a que tengamos paciencia junto con él. Pedile a Jesús, a la mujer del Evangelio y al padre de esta niña que te ayuden a saber esperar y confiar siempre hasta el final, sabiendo que pase lo que pase, aunque algunos incluso se rían de Jesús, como hoy, su amor siempre terminará resucitando y curándolo todo. Si tu vida anda sobre rieles, no tenés derecho a ser impaciente, al contrario, disfrutá y rezá por los que más sufren.
Pero, finalmente, sorprende algo del Evangelio de hoy, cuando Jesús dice que la niña no estaba muerta, sino que dormía. Él podía haberse jactado diciendo: «Yo la voy a resucitar». Sin embargo, ni siquiera quiso ostentar ese milagro que estaba por hacer, sino que les dio a entender que estaba durmiendo. ¡Qué humilde que es Jesús y qué bien nos hace para que nosotros aprendamos a ser humildes, a no jactarnos de nada, porque todo es gracia, todo es don!
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.