Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!»
El les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»
Palabra del Señor
Comentario
¿No quisieras tener la fe de esa mujer? ¿La fe de Jairo para seguir insistiendo aun cuando todo parece perdido? ¿No quieras tener esa confianza total aun cuando uno está avergonzado como esta mujer porque estaba excluida? Igual siguió insistiendo y se las rebuscó e hizo todo lo posible para que en medio de la multitud tocará aunque sea el manto de Jesús, los flecos, la borla del manto? ¿No quisieras ser como Jairo que aun cuando una persona reconocida no tuvo vergüenza y rompiendo todo protocolo religioso se arrodilló a los pies de Jesús para rogarle que curara a su hija enferma e incluso después de enterarse que había muerto confió en las palabras de Jesús.
¡Cómo quisiéramos tener esa fe! Y en contraposición, los discípulos, como el domingo pasado, que de alguna manera le reclamaban a Jesús que no se hacía cargo de su mal y lo despertaban, hoy también en este Evangelio vemos que los discípulos se interponen entre los que se acercaban a Jesús y el mismo Salvador. Señor, ves que todo el mundo te aprieta y preguntas quién te ha tocado. ¿Por qué?, ¿por qué a veces somos así, incluso dentro de la iglesia, que no dejamos o que no nos damos cuenta que hay tanta gente sufriendo que solo se conforma con tocar el fleco del manto de Jesús? Bueno, pidamos esa fe. Todos necesitamos tener esa fe para realmente experimentar la sanación y la salvación de nuestro Salvador.
Con respecto a Algo del Evangelio de hoy, me pregunto: ¿Quién de nosotros no estuvo alguna vez en una tormenta? ¿Quién de nosotros no experimentó la sensación de que hay tormentas que parecen que no pasan jamás, donde todo se pone negro y el cielo da la sensación de que se viene abajo? Si actualmente una tormenta nos molesta a pesar de las comodidades con las cuales, en general, todos vivimos…¿Imaginamos lo que significaba una tormenta en esos tiempos antiguos en donde todo era más precario y en donde faltaban tantas cosas que para nosotros son normales y cotidianas? Realmente una tormenta era un problema, y mucho más estando en el mar, donde todo es incontrolable e inestable. Pero al mismo tiempo…
¡Qué linda sensación experimentamos cuando las tormentas paran y todo empieza a aclararse, cuando las nubes empiezan a correrse y dejan ver el sol! ¿Quién de nosotros no escuchó el famoso dicho «siempre que llovió paró»? Las tormentas molestan, pero pasan, no son eternas. La oscuridad no es muy agradable, pero pasa, siempre amanece, siempre vuelve a salir el sol. Es bueno y necesario que utilicemos esta analogía, esta imagen que nos regala la Palabra de Dios de hoy, para pensarlo en nuestra vida de fe, en nuestra vida espiritual, que muchas veces pasa por tormentas duras y duraderas, tormentas difíciles en donde todo se pone negro, en donde parece que a Jesús no le importa porque está dormido.
Jesús viajando con nosotros también a veces se duerme, pero jamás está ausente. Hoy da la sensación que Jesús quiere enseñarles algo a sus amigos y a nosotros, a través de la experiencia de una tormenta en el mar, porque la vida también tiene mucho de esto, son inevitables, aunque no nos gusten. ¿No será que el Maestro a veces «se duerme» para que de nuestro corazón salga el deseo de despertarlo, o más bien para despertarnos a nosotros? ¿No será que Jesús deja que vengan las tormentas de la vida para que no nos olvidemos que Él es el dueño de la historia, de la creación, de la Iglesia, de nuestra vida y que «sin Él nada podemos hacer»? ¿No será que a veces es necesario experimentar que nos hundimos para que recordemos que somos frágiles, necesitados y que cuando nos olvidamos de esto nos hundimos? ¿No será que tenemos miedo porque somos hombres y mujeres de poca fe, como los discípulos? ¿No será que tenemos poca fe porque nos creemos que somos los capitanes de nuestra vida, que es el barco? ¿No será que muchas veces solo nos acordamos de Él en medio de las tormentas? Si andamos en medio de una tormenta de la vida, en medio de la oscuridad, pensando que Jesús no está, que todo es una mentira, que en realidad Él no se hizo cargo de nuestros problemas, que se durmió cuando más lo necesitábamos, alcemos nuestro grito al cielo. Gritemos y vayamos a despertar a Jesús.
Aunque Él no lo necesite, lo necesitamos nosotros. Vos y yo tenemos que aprender a pedir ayuda y no esperar a que el barco se empiece a hundir para que los demás sepan lo que nos pasa. La vida es linda, pero difícil, hay tormentas. No es de poco hombre o mujer gritarle a Jesús que nos salve, «Señor sálvanos que nos hundimos», es de fuertes. Es fuerte el que se reconoce débil y es verdaderamente débil, el que jamás se reconoce débil. Si todavía no pasaste por tormentas, no te olvides de esta escena cuando te toque vivirlas. En tiempos de tormentas se aconseja no tomar decisiones, no cambiar lo decidido. El tiempo de tormenta es tiempo de crecimiento, tiempo de prueba, pero es tiempo de fe, de confiar, de saber que tarde o temprano todo pasará, y aparecerá Jesús para calmar las aguas que nos atemorizan.