• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XIII Jueves durante el año

Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.»

Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema.»

Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: « ¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: “Tus pecados te son perdonados”, o “Levántate y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»

El se levantó y se fue a su casa.

Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

Palabra del Señor

Comentario

Muchas veces la vergüenza del corazón es la causante de que vayamos desagrádanos poco a poco, perdiendo el tiempo, perdiendo vida, y no la vida del cuerpo, sino la vida del alma. La vergüenza del corazón es la que nos impide mostrarnos tal cual somos frente a Dios, frente a Jesús. Pareciera ser que somos desvergonzados frente a muchas cosas de la vida y, sin embargo, frente a Jesús, la experiencia y el mismo Evangelio nos muestra que no es fácil el abrirse de par en par, el «confesar toda la verdad»; nos da mucho miedo y vergüenza. Hay algo parecido a un temor que nos aleja un poco de Jesús en vez de acercarnos. Sin embargo, el Evangelio del domingo es muy lindo en este sentido, para enseñarnos lo contrario, porque después de que la mujer tocó el manto de Jesús y no quiso decir que había sido ella, la Palabra decía así: «Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido». Jesús sigue mirando a su alrededor para saber quién fue el que lo tocó, quién fue el que buscó su gracia, su amor, su sanación, no porque no sepa realmente quién era, sino que, en realidad, me parece, pretendía que la mujer se acerque, que la mujer venza su vergüenza y se ponga cara a cara con él y «confiese toda la verdad».

Esa frase («confesar toda la verdad»), me parece a mí, no se refería a una confesión del estilo moral, confesión de pecados –que eran, de alguna manera, ya conocidos por Jesús–, sino algo más profundo, un vencer el temor y la vergüenza frente a Jesús, un no tener miedo frente a él y a los demás de lo que había hecho, que, dicho sea de paso, no había sido nada malo. Sin embargo, reconocer la sanación, era reconocer su enfermedad, y por eso es que a veces incluso nos cuesta reconocer que Jesús nos sanó, porque eso implicaría reconocer que estábamos enfermos. Jesús no quiso y no quiere ser un «milagrero», alguien que solo da algo meramente exterior, sino que quería y quiere más de nosotros, quiere nuestra sanación interior y nuestro corazón, nuestra fe, nuestra paz. Quiere todo. Es por eso que nos quiere ver cara a cara, para que nos sintamos amados, para que salgamos del anonimato, de la masa informe de este mundo y poco a poco su amor incondicional nos vaya sanando y transformando.

Algo del Evangelio de hoy nos puede llenar el corazón de certezas y de alegrías. Así dice la Palabra: «Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados”». No dice al ver la fe de «ese hombre», del paralítico, sino la fe de «esos hombres». ¡Qué lindo! La fe mueve montañas, pero la fe de a muchos, la fe entre amigos, la fe «de a varios” mueve cordilleras enteras. Podríamos preguntarnos: «¿A quién se refería Jesús con “esos hombres”? ¿A quién se refería?». Suponemos que a los que llevaban al paralitico en camilla, que por otro Evangelio sabemos que eran cuatro y que por la dificultad que tenían para pasar por la multitud que había, lo subieron al techo y de ahí lo bajaron. Sí… así como escuchás. ¡Increíble!

No se puede entender el milagro de hoy, el perdón y el volver a caminar de este hombre si no es por los «camilleros» que llevaban al paralitico. No sabemos si eran amigos o conocidos, pero hicieron lo que el paralítico no podía hacer, ir hacia Jesús. Camilleros o paralíticos, o ambas cosas al mismo tiempo: eso somos a veces en la vida. ¡Cuidado!, porque también podríamos ser de los que no «pueden creer» que Jesús perdone los pecados, que en realidad es el verdadero milagro, el centro del relato. Ojalá que no seamos de esos. Pero… ¡Qué lindo es ser «camillero». ¡Qué lindo también que es estar enfermo y que alguien nos lleve en camilla a Jesús! Enseguida todos se acercaron a Jesús, unos por llevar y otro por ser llevado. Es así. A vos y a mí nos llevaron alguna vez en medio de nuestras parálisis del corazón y otras veces nosotros acercamos a otros que andaban sin poder «moverse» en esta vida. La vida es así, es un ida y vuelta, como decimos muchas veces.

La fe es así, se potencia cuando se da de a muchos, se siente más cuando va acompañada de otros. La fe sana porque nos vincula con otros, nos llena de buenos amigos y grandes corazones.

Por eso debemos dejarnos ayudar por otros si no andamos bien, debemos dejar que otros nos lleven a Jesús cuando andamos rengueando o dolidos, cuando andamos tristes o ensimismados, cuando andamos casi tan paralíticos que nos queremos quedar sin mover, quietos. Por eso tenemos que ver a quién podemos ayudar hoy para acercarlo a Jesús, para que se anime a «dejarse llevar» aunque le de vergüenza. La vergüenza no cuenta cuando se trata de estar con nuestro Maestro. Solo yendo todos juntos a Jesús podremos ser curados y perdonados, o perdonados y curados. La gran curación de nuestra vida es el perdón recibido y dado a los demás, a los que nos ofendieron, porque, en realidad, es la falta de perdón la que nos enferma y paraliza. Hay miles de cristianos paralíticos, que, en realidad, están paralizados por los pecados que cometieron y que sufrieron de otros, por los pecados de otros que no pueden perdonar. No vale la pena quedarse paralítico, vale la pena dejarse perdonar y perdonar.