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XII Viernes durante el año

Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante quedó purificado de su lepra.

Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio».

Palabra del Señor

Comentario

¡Bendita duda, bendito miedo que finalmente nos hace descubrir que Jesús es el que tiene el poder con su Palabra! Algo de eso experimentaban los discípulos en esa linda escena del Evangelio del domingo, en donde después de dudar, después de temer, de incluso increpar al mismo Jesús diciéndole: «¿No te molesta que nos hundamos?». A partir de ahí experimentan y se quedan asombrados por el poder de la Palabra de Jesús que finalmente calma todo. Bueno, bendita duda, bendita crisis, bendito miedo que a veces nos hace experimentar que el único que tiene poder para calmar nuestro corazón, que a veces está abrumado por el pecado y por las dificultades, por los dolores de la vida, es Jesús con su Palabra. Solo él tiene el poder y la fuerza de calmar todo lo que nos abruma. Por eso cuando estemos en crisis, cuando dudemos, cuando nos sobreviene el miedo, volvamos a mirar a Jesús que está siempre en la popa de nuestro barco. Siempre está en algún rincón de nuestro corazón mostrándonos su presencia, pero que nosotros a veces por la ceguera y por la intranquilidad y por falta de confianza no llegamos a ver, pero él está ahí, siempre presente. Acudamos a él una y mil veces más para pedirle que calle las tormentas de nuestra vida, las tormentas de este mundo que a veces parece hundirlo todo. ¡Señor, gracias por increpar con tu palabra las tormentas y los vientos de esta vida que nos abruman y nos dejan a veces sin palabras! Solo tu Palabra tiene el poder, solo tu Palabra es vida y nos da la Vida eterna.

En Algo del Evangelio de hoy, vemos que Jesús baja de la montaña. ¿Te diste cuenta? No es un detalle así nomás. Terminamos el sermón del monte que nos llenó el corazón de tener deseos de ser Hijos de Dios. Pero ahora hay que bajar al llano y experimentar la normalidad de la vida, lo cotidiano, lo de cada día. Tenemos que bajar a vivir lo que escuchamos, no podemos quedarnos únicamente en escuchar. «No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo». ¿Te suenan estas palabras? Así terminaba Jesús este gran discurso que nos llenó el corazón de vida.

Pero hoy se le cruza por el camino un leproso, un hombre enfermo y solitario. La enfermedad lo había dejado solo, lo habían despreciado y por eso vivía así, a las afueras de la ciudad. Nadie quiere estar con un leproso, solamente aquel que quiere amar. Nadie quiere acercarse a aquel que puede contagiar semejante enfermedad, como a veces nos pasa a nosotros, ¿no? Pensemos en lo que estamos viviendo hoy. Pero Jesús baja al llano, al llano de la vida, se pone a la par, se mete en medio del lío de este mundo, de aquellos que todos desprecian, de aquellos que son descartados. Se mete en tu vida y la mía para encontrarse con vos y conmigo, incluso con los que nadie quiere encontrarse. Se mete en el llano, en el barro, en la lepra, en la enfermedad, para que dejemos de tenerle miedo a Dios y nos demos cuenta que solo él es Padre. Dios es Padre y puede curarnos, consolarnos, sanarnos, quitarnos el miedo, animarnos, levantarnos, corregirnos y todo lo que necesitamos para vivir mejor de lo que estamos. ¿Quién dijo que Dios es un problema para nosotros? ¿Quién te dijo que Dios es alguien malo y que castiga? ¿Quién te dijo que acercarse a Jesús es de raros y de locos? ¿Quién te hizo escaparle a Dios por seguir tu propio proyecto? Mejor no le echemos más la culpa a nadie, porque, en realidad, nosotros a veces somos los primeros culpables, los que dejamos que los miedos de nuestro corazón nos ganen. El miedo finalmente a no ser amados.

«Señor, si quieres, puedes purificarme». ¡Señor, quiero decirte esto hoy desde el fondo de mi corazón! Digámosle: «Señor…» Decile también vos, con tus propias palabras. Decile: «Jesús, Señor, si quieres, puedes purificarme». Si quieres, si podés… ¡Qué humildad la de este pobre hombre tan necesitado! «Si querés, podés», le dijo. Te dejo, Señor.

Te dejo que hagas lo que vos seguramente querés hacer y yo tantas veces no dejo por creerme que no lo necesito. ¡Señor, te dejo que actúes en mí! Que hagas lo que ninguna terapia, ninguna medicina alternativa, ningún curandero, ningún «arte de vivir», ningún «pare de sufrir» puede lograr, solamente Vos. Sanarnos y purificarnos de la mayor de las enfermedades, de la madre de todas las enfermedades, que es nuestra «lepra interior», que deforma nuestro órgano más vulnerable y sensible, que es el corazón.

¡Señor, hoy dejo que me purifiques, te lo digo con el corazón! Me postro para que me purifiques si querés. Dejo que hagas lo que tantas veces impedí que hagas, por creerme autosuficiente, por estar subido al caballito de mi ego, por mirar a los demás desde arriba pensando que yo podía solo, por no dejarme amar, por amar a mi manera, por dejarme invadir por la avaricia de este mundo. Yo lo quiero, Señor. Te lo digo en serio, yo también lo quiero y te lo pido. ¿Vos, que estás escuchando ahora, lo querés y se lo pedís? Seguro que los dos queremos escuchar estas palabras de Jesús al corazón: «Lo quiero, quedan purificados».

Envíale hoy este audio a alguien que creés que necesita ser curado de la lepra, de esa enfermedad que todos padecemos. No tengas miedo a ser instrumento del amor de Jesús.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre Misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.