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XII Miércoles durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.

Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

Palabra del Señor

Comentario

Retomando Algo del Evangelio del domingo podríamos decir que es lógico dudar en medio de la tempestad, es lógico tener un poco de miedo como les pasó a los discípulos. Lo que nos quiere enseñar Jesús que no es lógico, teniendo en cuenta la certeza de su presencia, es que incluso nos enojemos con Dios, con él, como cuando los discípulos le dicen: «¿No te importa que nos hundamos?», como reprochándole. En el fondo, ese es el gran pecado que podemos cometer: no darnos cuenta que él siempre está y que no nos vamos a hundir estando con él. Ese fue el error de los discípulos. Por eso, como te decía ayer, no está mal dudar, es parte de nuestra vida, es parte de la fe. Lo que está mal, en definitiva, es no confiar en que Jesús está, aunque está dormido o parece que lo está.

Creo que, si en alguna época desde la Iglesia nos excedimos en presentar una imagen de Jesús casi exclusivamente desde el sufrimiento, la renuncia, hoy casi que nos fuimos para el otro lado, parece que nos da miedo hablar de las dificultades, de lo que implica seguirlo, del sacrificio, del no, de la renuncia, de la entrega para poder alcanzar algo más grande. Es común que pase eso, pasa en todos los ámbitos de la vida, y es así que como que el mundo digamos que es, de algún modo, como un péndulo, va de un lado para el otro. Solo el Evangelio y su interpretación correcta nos enseñan el verdadero equilibrio de la fe y de la vida, que no pasa por no jugarse por nada, por ser neutral como algunos piensan y pregonan, con quedar bien con todos, sino con la verdad, con la verdad que implica la tensión entre los dos extremos, la unión de los opuestos, la primacía del amor, pero de un amor verdadero.

Hoy podríamos preguntarnos: «¿Quiénes son los falsos profetas que menciona Algo del Evangelio de hoy?». Porque hoy escuchamos de todo y por todos lados. La globalización y la tecnología nos ayudó a tener acceso a cientos de miles de cosas que hasta hace unos años ni imaginábamos, con todo lo bueno, pero no olvidemos lo malo que eso puede tener, y, al mismo tiempo, permitió que cualquier persona pueda acceder a difundir sus ideas, sus pensamientos, y eso en principio no es malo. Ahora, el problema es que cuando esas ideas o enseñanzas no son verdaderas, hacen mucho mal. Vivimos en el supuesto mundo de la libertad y de la no discriminación, de la aceptación de todo casi sin discernimiento, en todos los sentidos, y eso también pasa en el mundo de la fe. Y es así como algunos transformaron la fe o quieren transformarla en una oferta más de las tantas que hay. «Al final todo es lo mismo», «si en definitiva es el mismo Dios», dicen por ahí; «mientras le haga bien… está bien». Son unas de las tantas frases que podemos escuchar hoy en nuestra vida. Ahora, ¿esto es verdad? ¿Esto puede ser siempre verdad?

Bueno, ¿pero quiénes son los falsos profetas de hoy? Sencillamente los que no predican a Jesús tal como es, tal como él quiso presentarse, tanto para un lado como para el otro, como decíamos al principio. Los que se predican a sí mismos y, más que lograr que sigan a Jesús, logran que los sigan a ellos, y por eso la gente puede fanatizarse y juzga al que habla de Dios, por su afecto, lo juzga por si le gustó lo que dijo o no, y no por si es fiel o no al Evangelio de Jesús. ¿Quiénes son los falsos profetas? Los que anuncian cosas falsas, pero que al oído suenan lindas y que son atractivas no por su verdad, sino por sus «aderezos». Tan sencillo como eso. No es para escandalizarse y asustarse, ni tampoco para juzgar a nadie. Los hubo siempre y los habrá, así lo dijo Jesús y lo anticipó. Dentro de nuestra Iglesia y fuera de la Iglesia, incluso hay falsos profetas llenos de buenas intenciones.

Te cuento que se puede anunciar el Evangelio con muy buenas intenciones, pero anunciarlo mal. No pasa siempre la cosa por la intención, sino por la fidelidad al mensaje. Puedo ser muy bueno, muy buena persona, muy querida, muy amada pero no predicar la verdad. Por supuesto que es bueno tener buenas intenciones, pero nuestro discernimiento al contemplar la veracidad o no de un profeta no pasa por ahí. La intención del corazón de cada predicador no podemos conocerla. ¿Entones cómo lo conocemos? «Por sus frutos los reconocerán», dice. ¿Cuáles frutos? ¿Qué lo sigan muchos? ¿Qué todos lo quieran? ¿Qué no lo critiquen? No, frutos de santidad; no de marketing o de números y cantidades. Hubo y habrá muchos hombres malos en la historia que fueron aclamados por miles, por eso la cantidad no es el criterio del Evangelio. No son frutos mundanos, con criterios y lógica del mundo, por eso mejor dejemos a las «agencias de publicidad y a las encuestadoras», porque esto no es democracia, no es por la mayoría, sino es por los frutos de santidad. Nosotros no debemos medir las cosas por la cantidad, sino por sus frutos de santidad, por frutos de fidelidad a la voluntad del Padre, y eso puede ser de pocos, porque la puerta es estrecha.

¿Entonces quién mide los frutos? Bueno, algo podemos vislumbrar, algo, pero no todo. El que los mide es el Padre que está en los cielos y ve en lo secreto. Un profeta, un cristiano, es un profeta en serio si su vida es para gloria del Padre –¿te acordás lo de los evangelios pasados?– y si logra que los que lo escuchan y vean den gloria al Padre y no a él mismo. No importa cuántos seguidores tenga, cuántos lo quieran, sino cuántos corazones gracias a su vida amarán más a Jesús y al Padre. No importa si hace o no lo que le gusta a la gente, aunque jamás debe despreciar a la gente, sino si hace lo que le gusta al Padre. ¿Vos y yo sabías que somos profetas? Todo cristiano es profeta verdadero o falso, eso depende de nosotros, ir haciéndonos cada vez más verdaderos.

Bueno, cuidémonos de los falsos profetas, cuidémonos que hay muchos. No nos fanaticemos con nadie, no es sano. Los hay, acordate, dentro y fuera de la Iglesia. Pero tampoco critiquemos a nadie, solo Dios juzga. Pero no seamos ingenuos, no juzguemos por apariencias, sino por los frutos de santidad que solo una vida de oración profunda puede ayudarnos a tener. Mirá los santos y discerní lo que hicieron. Nuestro único desvelo y sana obsesión de nuestra vida debería ser solo por Jesús, por su Palabra, por él en la Eucaristía y por amar a los más débiles. Todo lo demás… Todo lo demás está de más.