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XII Martes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.

Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.

Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.

Palabra del Señor

Comentario

Vamos a lo nuestro… ¡A seguir rezando con el Evangelio! ¿A qué le tenemos miedo cuando tenemos miedo? ¿Te lo preguntaste alguna vez? ¿No será que a lo que decimos que le tenemos miedo muchas veces es solo una pantalla de nuestros verdaderos miedos más profundos? ¿Por qué Jesús dice tantas veces en los Evangelios: «No tengan miedo», «No teman»? ¿No será que muchas veces tenemos miedo y no nos damos cuenta? Reconocer la verdadera causa de nuestros temores es uno de los grandes pasos que podemos dar en nuestra vida espiritual, en nuestra vida en general. La primera gran batalla que podemos librar y ganar, es la de identificar la raíz de lo que nos produce miedo, de lo que nos paraliza. Podríamos decir: «Miedo reconocido, miedo vencido o superado». Acordémonos que a veces los miedos los inventamos nosotros mismos, no son reales y nos acostumbramos a irrealidades; no son reales en el sentido de que somos nosotros los que los creemos, pero objetivamente por ahí son cosas que no nos deberían atemorizar. Vamos de a poco con este tema, pero lo importante es que nos animemos a preguntarnos, no tengamos miedo a preguntarnos el porqué de nuestros miedos. Ahí está el problema, nos da terror encontrar el porqué de lo que nos pasa, nos da pánico a veces el saber, y por eso es más fácil vivir en la ignorancia. Hay un momento de la vida de Jesús en donde les pregunta a los Apóstoles: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?».

¿Sabés qué nos da miedo por parecer imposible a veces? La santidad, el jugarnos por todo, a todo o nada. San Juan Pablo II decía: «No tengan miedo a ser los santos del nuevo milenio». Esta es la montaña que tenemos que subir día a día, la montaña de la santidad, la montaña de los que se sienten hijos y desean todos los días hacer un esfuerzo más para dar pasos de humildad, que son los que más cuestan, pero los que dan más alegría. La santidad de los hijos de Dios, es la que se va recibiendo en la medida que se confía en el amor de Dios y la que se va construyendo con los pasos diarios por amar y renunciar una y mil veces a nuestros caprichos y egoísmos.

¿Alguna vez subiste una montaña? ¿No te pasó que al principio te parecía imposible, te parecía algo inalcanzable, pero en la medida en que ibas avanzando y llegabas a la meta, de golpe mirabas para atrás y no podías entender cómo hiciste para subir tanto? Con la escucha de la Palabra de Dios, con la santidad puede pasarnos algo parecido.

Una vez, alguien me contó su testimonio de conversión por escuchar cada día a Jesús y me dijo esto: «Empecé a recibir sus audios y la verdad es que seis minutos me parecía una vida. Me costaba entender, me costaba esperar los seis minutos, hacía un esfuerzo tremendo para no distraerme. Con el tiempo fui haciéndome más paciente, y esos seis minutos, que me parecían una vida, empezaron a darme vida». ¡Qué maravilla! Querer llegar a la santidad, ser santos, nos cuesta la vida, pero nos da vida. Son pocos los que quieren subir la montaña de la santidad, la montaña de la felicidad que llueve como gracia cuando somos humildes, mansos, misericordiosos, pacientes, pacíficos o incluso perseguidos por su Nombre.

En Algo del Evangelio de hoy, Jesús lo sugiere, él lo sabe. No todos eligen la montaña, muchos prefieren vivir en el llano, muchos prefieren vivir en la mediocridad, prefieren perderse la inmensidad del paisaje de la creación que solo se disfruta mejor cuando se está arriba, estando en la montaña. ¡El que no quiere subir una montaña se lo pierde, se pierde lo más lindo, se pierde vivir como hijo de Dios! Muchos prefieren la puerta ancha y espaciosa y no la estrecha. ¡No nos perdamos semejante oportunidad! Ser hijo de Dios y vivir así es lo mejor que nos puede pasar.

La regla de oro para los que quieren andar en la vida siendo hijos, buscando la santidad, buscando agradar solo a nuestro Padre Dios y no a los hombres, es la de hoy: «Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos». Esta es la regla que debe quedar guardada en nuestros corazones. Esta es la regla de los que queremos andar por el camino angosto, subiendo las montañas de la vida, amando, y no por hacernos los héroes, sino porque es lo mejor, es el camino que da Vida. En cambio, el llano, el camino fácil, el camino espacioso, es muchas veces el camino de la mezquindad, del cálculo, del perdernos en la masa de esta humanidad que a veces se olvida del Padre, de los que quieren cumplir también para estar bien con Dios y ellos mismos, pero no aman de verdad, que no quieren esforzarse, de los que no piensan en el bien de lo otros.

¿Querés subir la montaña de la santidad? ¿Querés andar por el camino que andan pocos pero que, en definitiva, es el más lindo? Vamos, si te sumás, ya somos dos, tres, o tal vez miles. Seguro que no nos vamos a arrepentir. No tengamos miedo de seguir el camino del Señor.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.