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X Viernes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.

Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.

También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.

Palabra del Señor

Comentario

«Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» decía Jesús en el evangelio del domingo… ¿Te acordás? Este debería ser nuestro mayor anhelo, nuestra mayor satisfacción, por más que todo alrededor se venga abajo, cuando parezca incluso que tenemos el mundo en contra nuestra. Desear ser hermanos, hermanas y madres de Jesús… ¡Qué lindo! No cumplimos la voluntad de Dios por cumplir, para sentirnos bien, para regocijarnos con el “deber cumplido”, sino que al cumplirla nos hermanamos con Jesús, nada más ni nada menos. Además, Jesús nos trata como a hermanos, nos llama hermanos cuando vivimos como Él, es así como nos transformamos en hijos de un mismo Padre y hermanos de un Gran Hermano. Una situación especial en la que también podemos aprovechar para vivir la voluntad divina, es en las llamadas “desolaciones de espíritu”.

Cuando nos entregamos al Señor, no todo es color de rosas, sino que nos toca experimentar muchas desolaciones, sentimientos de desánimo, como dice el libro del Eclesiástico: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia. Únete al Señor y no te separes, para que al final de tus días seas enaltecido.” Pero ahí también está Jesús, donde parece que no está, donde todos te dicen que no está. Esos momentos son los mejores para abandonarnos a su voluntad, todos los santos padecieron estos momentos, dicen que la Madre Teresa le tocó vivir así casi cuarenta años, increíble. En la sequedad, en los desconsuelos, es donde Dios prueba a sus verdaderos amigos, aunque parezca duro. Esto mismo que te digo vale también para las tentaciones, y es en esos momentos donde más y mejor tenemos que rezar, siendo a veces lo primero que dejamos. No creas que en la sequedad y desolación no estás cumpliendo la voluntad de Dios, todo lo contrario, justamente es ahí, donde podrás verdaderamente “sacarle el jugo” siendo fiel a la voluntad de Dios.

En estos días escucharemos varias veces: Ustedes han oído que se dijo… Yo les digo. Como si Jesús nos dijera: Ustedes escucharon y aprendieron los mandamientos en su infancia, en su juventud, está bien… Ahora Yo se los vengo a explicar, Yo vengo a descubrirles el espíritu de lo que el Padre les enseñó. Yo vengo a que no se queden en la letra, en la literalidad de las palabras y vayan más allá, y descubran que el mandamiento no es solo una prohibición, sino una invitación al amor, una invitación a vivir como hermanos.

¿Cuántas cosas en nuestra vida “hemos oído que se dijo”? Podríamos decir que muchas cosas en nuestra vida se basan en un “escuché que se dijo” o “esto fue lo que aprendí o me enseñaron” o “siempre se hizo así o todos lo hacen así” Bueno, Jesús quiere sacarnos de ese esquema rígido que muchas veces nos hace acomodarnos a nuestra conveniencia. No podemos escudarnos en que “a mí me lo enseñaron así” “esto lo hago porque todos lo hacen”. Tenemos que escuchar a Jesús. Imaginá que en nuestra vida empecemos a decir: Yo escuché lo que Jesús dijo, yo quiero vivir según lo que Jesús dice, porque lo que Jesús dice es lo que el Padre quiere, y lo que el Padre quiere es lo mejor para mí y para la humanidad, para todos. Qué bueno sería. ¿Qué dice hoy Jesús, qué dice el Padre?

Ayer era evidente que al Padre no le gusta que nos “matemos” entre hermanos, ni siquiera de pensamiento, mucho menos de palabra, ni de obra. Bueno, en Algo del Evangelio de hoy, es evidente que el Padre quiere cuidar el amor entre sus hijos. Al Padre no le gusta la lujuria, el mal uso de nuestra sexualidad.

No le gusta que nos usemos olvidándonos de lo que somos, sal y luz, hermanos entre nosotros. Quiere que sus hijos se miren con ojos de hermanos, como Jesús, con ojos puros. Los hijos de Dios miran a la mujer o al varón como hermanos y no como objetos de deseo. Por eso, mirar con deseo de tener, o mirar deseando que lo que miro sea ya una realidad, es de alguna manera lograr lo que deseo. No somos dos realidades diferentes, somos una unidad. Somos cuerpo y corazón, cuerpo y espíritu, no podemos separar nuestra mirada de los que sentimos y pensamos. Una cosa alimenta a la otra y al revés. Por eso podemos ofender al Padre con los ojos, y los ojos se pueden transformar en inicio de malos deseos en el corazón. Esto vale tanto para los varones como para las mujeres. Tanto por mirar con deseo, como por provocar que los otros nos miren con deseo. Los verdaderos hijos de Dios no buscan mirar con deseo a nadie, ni tampoco les interesa que los miren con deseo. Pidamos al Padre que nos enseñe a mirarnos como hermanos, mirarnos como Él nos mira.