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VIII Sábado durante el año

Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?».

Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?».

Ellos se hacían este razonamiento: «Si contestamos: “Del cielo”, él nos dirá: “¿Por qué no creyeron en él? ¿Diremos entonces: “De los hombres?”». Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: «No sabemos».

Y él les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».

Palabra del Señor

Comentario

¡Buen sábado! Espero que empieces, que empecemos un buen fin de semana. Después de haber escuchado cada día la Palabra de Dios, no podemos bajar los brazos. Siempre los días que podemos descansar un poquito más, los días que cambiamos de actividad, también son días para tener una oportunidad y volver a escuchar de otra manera, escuchando algo que ya escuchamos para repasarlo por el corazón, o bien escuchar mejor lo que no escuchamos, o escuchar mejor lo que hoy se nos propone para escuchar. Por eso, ¡a levantarse una vez más este sábado!, en el que terminamos esta semana de recorrido de la Palabra de Dios, donde una vez más Jesús nos habló al corazón, a todos.

¿Cuántas personas son las que reciben la Palabra de Dios, la meditan, la escuchan, la mastican en su corazón para poder sacarle fruto? ¿Cuántas personas? En realidad, no importa –como siempre digo– la cantidad, sino cuántas son las que le sacan fruto. Solo Jesús lo sabe. Por eso, no te canses de escuchar y no te canses de ayudar a otros a que puedan escuchar. No pienses que por un rechazo ya no quieren escuchar más, sino que a veces cada uno tiene sus días, a veces no escuchamos con tanta atención, pero no dejemos de insistir.

Bueno, y en este final de semana también, como decíamos ayer, llegamos al final de una sección del «camino» del Evangelio de Marcos, donde Jesús ya se encamina decididamente a Jerusalén para entrar a ciudad santa, que representa toda la religiosidad de un pueblo, toda la historia de una relación con Dios; en donde también había autoridades que, sin darse cuenta y a veces creyéndose más que los demás, se creían los representantes de Dios en la tierra, pero no siempre cumplían bien su función. Pero vamos por partes.

Primero, dice el Evangelio, Algo del Evangelio de hoy, que Jesús llegó a Jerusalén. Bueno, Jesús caminaba, caminaba por Galilea, por los distintos lugares donde quiso predicar, pero se encaminó a Jerusalén. Sabía a dónde tenía que ir. Eso es algo que también nos ayuda a nosotros. ¿Sabemos a dónde estamos yendo? ¿Sabemos a dónde nos lleva el camino que estamos transitando? Hay que tener bien en claro hacia dónde vamos. Jesús siempre tuvo en claro que finalmente tenía que llegar a Jerusalén, que ahí debía ser el lugar donde iba a entregar su vida. Bueno, ¿vos y yo sabemos a dónde vamos, qué estamos haciendo en esta vida?

Y segundo, dice que una vez que empezó a caminar, ya dentro del Templo de Jerusalén, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, o sea, aquellos que tenían autoridad dentro del pueblo de Israel, aquellos que interpretaban la Ley, aquellos que daban culto a Dios, en representación del pueblo, se acercan para cuestionar la autoridad de Jesús. Los que se creen con autoridad cuestionan la autoridad de otros, en este caso de Jesús, como pasa también en el mundo de hoy. Aquellos que se creen con la autoridad, que se creen con el derecho de ejercer poder sobre los demás, muchas veces cuestionan la autoridad de otros que, en el fondo, tienen más autoridad. Jesús –decía también la Palabra– predicaba con autoridad y no como los escribas y fariseos. Por eso, ellos se mueren de envidia y de bronca al ver que Jesús tenía más autoridad que ellos, cuando ellos eran los que pensaban que la tenían, y la cuestionan: «¿Quién te dio autoridad para hacerlo?».

Bueno, a nosotros también muchas veces en la vida nos pueden cuestionar nuestra autoridad, pero si la ejercemos bien, tenemos que estar en paz; si la ejercemos con amor, por atracción y no imponiendo nada a los demás, como hacían los escribas y fariseos, nosotros tenemos que estar en paz. Sin embargo, cuando nos cuestionan la autoridad porque la estamos ejerciendo mal, es oportunidad para revisarla y cambiar y ejercer autoridad como lo hacía Jesús: viviendo primero lo que predicaba. Eso es lo que nos da autoridad: vivir y pasar por el corazón primero aquello que pretendemos que aprendan los demás.

Y por último –y para terminar– Jesús nos enseña también qué tenemos que hacer cuando cuestionan nuestra autoridad y, por otro lado, no tenemos la necesidad ni tampoco la obligación ni el deber de responder a todo lo que nos cuestionan. Jesús no termina respondiéndole lo que ellos pretenden, les responde con una pregunta, y ahí es donde ellos se quedan en un «callejón sin salida» y no saben qué responder porque, en el fondo, no tienen miedo, porque, en el fondo, no tienen autoridad. No tenemos obligación de responder a aquellos que no tienen autoridad, o sea, a aquellos que no viven lo que enseñan ni viven lo que predican. Por eso, pidámosle a Jesús que también nos dé esa sabiduría, esa capacidad de callar en los momentos que tenemos que callar y de responder con preguntas a aquellos que no se merecen que le digamos todo lo que pensamos y sentimos. Eso no es mentir, sino es, simplemente, no decir toda la verdad en los momentos que no vale la pena, en los momentos en que tenemos en frente solo corazones cerrados y obtusos.

Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.