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VIII Martes durante el año

Pedro le dijo a Jesús: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»

Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.

Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros.»

Palabra del Señor

Comentario

Ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es de ciegos, y es por eso que difícilmente podremos corregir a los demás si no nos damos cuenta que los primeros que necesitamos ser corregidos y quitar la viga en el propio ojo, somos nosotros mismos. Somos muchas veces así, un poco hipócritas, pretendemos que todos cambien mientras nosotros no vemos nuestros propios errores. Esa es la gran debilidad que muchos arrastramos y que solo el amor de Jesús y sus enseñanzas nos pueden ayudar a ir extirpando del corazón. Hagamos el ejercicio de hablar menos, de no hablar de los demás, porque es ahí donde el corazón nos juega una mala pasada y nos equivocamos fácilmente. Hace bien el pensar que siempre nos equivocamos cuando hablamos de los otros, es lo mejor. Ni a vos ni a mí nos gusta que hablen mal de nosotros y que hablen de nuestros errores.

Siempre Pedro, siempre Pedro haciendo la pregunta que por ahí nos haríamos todos, esas preguntas que muchos tenemos dentro del corazón, pero que a veces no nos animamos a hacer. ¿Te acordás cuando en el colegio, en la escuela siempre teníamos un compañero, una compañera o por ahí nosotros mismos que hacía las preguntas que nadie se animaba a hacer por miedo, por vergüenza, para que los demás no se rían? ¿Te acordás que a veces todos se reían, pero en el fondo se lo agradecíamos porque era lo mismo que nosotros estábamos pensando? Pedro era un poco así, Algo del Evangelio de hoy lo demuestra así. Ese que hace las preguntas que todos tenemos guardadas, preguntas osadas, arriesgadas, las preguntas que los discípulos seguramente también tenían guardadas en sus corazones. Pedro es el primero en decir que sí y también es el primero en negarlo. Pedro es así. Por eso… ¡cuánto nos ayuda Pedro!

Ayer escuchábamos que un hombre rico terminaba yéndose triste y apenado porque no se animaba a dejar, ni a vender nada por Jesús. No hablamos mucho de ese tema, pero en el fondo lo que le faltó a este pobre hombre fue amor, lo que le faltó fue enamorarse de Cristo. El que no se enamora vive midiéndolo todo, regatea, mezquina todo; ama, pero en el fondo a su medida y le pone medidas al amor. El hombre rico representa a los cristianos que se contentan con cumplir, con no hacer nada malo, con no matar y no robar, pero que nunca se animan a más, nunca se animan a dejar nada por amor a Jesús. En realidad, la pregunta que nos podríamos hacer todos es esta: Si no somos capaces de dejar algo por Jesús, ¿podemos decir que lo amamos realmente?

Bueno, en Algo del Evangelio de hoy aparece Pedro representando a todos los que sí habían dejado algo por él, a los apóstoles. Por ahí también nos representa a nosotros, a los sacerdotes, a los consagrados, pero a los laicos, que son la inmensa mayoría de los miembros de la Iglesia. A vos que también alguna vez dejaste algo grande, cuando te casaste, cuando empezaste a servir a Jesús más de cerca, cuando te fuiste a misionar, cuando ayudaste a los más necesitados, cuando hacés algo concreto por él. También podemos imaginarnos representados por Pedro. ¿Y a nosotros qué? Creo que podríamos meditar esta pregunta desde dos puntos de vista. Primero, a Pedro y a nosotros también nos sale un poco la mezquindad desde adentro del corazón y al entregarnos podemos estar buscando recompensas, ¿Y a nosotros? ¿Y yo que me la paso sirviendo, y yo que dejé un montón de cosas por Vos? Sin querer podemos caer, como el hombre rico de ayer, en cierta mezquindad, en una entrega medida, a medias, en una entrega por conveniencia, en una entrega que no se deja mirar por el amor de Jesús. Cuidado… ¿Qué buscamos al amar? Ese es el peligro de todo apóstol, de todo cristiano, de todo sacerdote, de todo consagrado. ¡El que anda pidiendo algo a cambio, sin querer se puede transformar en una especie de mercader de la fe y no en un servidor! ¡Cuidado con ser un mercader de la fe, de Jesús!

Segundo, al mismo tiempo hay algo muy lindo.

Y es que Jesús promete, y promete en serio, no como nosotros, no como tantas promesas de los que nos gobiernan tantas veces. Jesús promete y cumple. Podemos asegurar que al entregarnos al amor de Jesús, él nos llenará de casas y de hogares, porque podemos quedarnos y alojarnos en miles de lugares gracias a la generosidad de tanta gente que nos considera hermanos, tenemos muchos hogares. Haber dejado algo por Jesús, nos permite tener miles de hermanos y hermanas, la Iglesia nos llena de hermanos, predicar la Palabra de Dios cada día nos llena de hermanos y hermanas. Dejar nuestro hogar de sangre por amor a Jesús, nos llena también de muchas madres. También podemos tener más padres que se preocupan por nosotros. Nos concede bienes continuamente, nunca tendremos hambre ni sed, porque él nos provee de todo. Esto es verdad, podemos asegurarlo. Seguro que vos de alguna manera también lo has vivido. Todo esto, y hay que decirlo también, va acompañado como dice Jesús de sufrimientos por amor al Reino de Dios, es inevitable. Al mundo no le gusta la Palabra de Dios, le molesta demasiado. Pero no podemos olvidar que al final, vendrá lo mejor, vendrá la Vida eterna.

Te propongo hoy que no seamos mezquinos, no negociemos con Jesús. Él nos da todo, ya lo prometió. Busquemos el Reino de Dios y su santidad, y todo lo demás vendrá por añadidura.