Pedro le dijo a Jesús: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.
Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros.»
Palabra del Señor
Comentario
Me acuerdo cuando Johnny –¿te acordás?, mi amigo y amigo de toda la comunidad– recibió la comunión. Me acuerdo que fue muy emocionante, muy lindo. En el sermón, intenté que los niños, de alguna manera, puedan decir lo que sentían y pensaban, y cuando les propuse agradecer, Johnny tomó la palabra y dijo: «Yo agradezco poder recibir el cuerpo y la sangre de Jesús». Cortito, sencillito y al pie, como se dice, sin muchas vueltas. Pensaba en esto de aprender a agradecer lo «esencial», aprendiendo de Johnny, y, por supuesto, a pedir lo esencial. Quiero pedir lo esencial. Hoy quiero rezar por Johnny y por todos los niños para que siempre vuelvan a Jesús, para que tomen siempre más comuniones que la primera, no quedarnos con esa tristeza que nos da a veces ver, que muchos no vuelven. Los niños muchas veces, por otro lado, como vengo diciendo, nos enseñan lo esencial. ¡Aprendamos hoy de los niños!
¿Qué agradecerías vos hoy, en este martes? ¿Qué pedirías? Hay que agradecer y pedirle a Jesús aquello que agradeceríamos si supiéramos que es el último día, vivir lo de cada día. De hecho, así nos lo enseñó en el Padrenuestro: pedir «el pan de cada día». Hagamos este ejercicio, nos va a ayudar mucho.
Ayer escuchábamos que un hombre rico se iba triste y apenado porque no se animaba a dejar ni a vender nada por Jesús. No hablamos de este tema, pero, en el fondo, lo que le faltó a este pobre hombre –como también nos falta a nosotros– fue amor, lo que le faltó fue enamorarse de Cristo. El que no se enamora vive midiéndolo todo, regatea, mezquina todo. Ama, pero a su medida y le pone medidas al amor. El hombre rico representa a los cristianos que se contentan con cumplir, con no hacer nada malo, con no matar y no robar, pero que nunca se animan a mucho más, nunca se animan a dejar algo por amor a Jesús. En realidad, la pregunta que nos podríamos hacer es esta: «¿Si no somos capaces de dejar algo por Jesús, podemos decir que verdaderamente lo amamos? ¿No es un amor muy superficial y mezquino?». Vos y yo tenemos alguna riqueza que nos impide ser libres, ¿cuál es la tuya? ¿Es necesario tener tanto, es necesario acumular tanto? ¿Es necesario aferrarse tanto a lo propio, a los proyectos de uno, a nuestros pensamientos?, porque ¡cuidado!, también ahí hay riquezas que no queremos dejar. ¿Por qué nos cuesta tanto dar?
Continuando con el Evangelio de ayer, en Algo del Evangelio de hoy aparece Pedro, representando a todos los que sí habían dejado algo por Jesús, a los apóstoles. Por ahí también nos representa a nosotros hoy. Especialmente, puede ser a los sacerdotes, a los consagrados, a los que dejaron un proyecto para seguir el de Jesús, pero también a vos que sos laico, la inmensa mayoría de los católicos de la Iglesia, que también dejaste algo; que también alguna vez te casaste y te entregaste, cuando empezaste a servir a Jesús más de cerca, cuando te fuiste a misionar, cuando ayudaste a alguien más pobre, cuando hacés algo concreto por él. También podemos imaginarnos representados por Pedro. ¿Y a nosotros qué? Creo que podíamos meditar esta pregunta desde dos puntos de vista.
Primero, a Pedro y a nosotros también nos sale una cierta mezquindad de adentro del corazón y al entregarnos estar, de algún modo, buscando recompensas. ¿Y a nosotros? ¿Y yo que me la paso sirviendo, y yo que dejé un montón de cosas por vos? Sin querer podemos caer, como el hombre rico de ayer, en cierta mezquindad, en una entrega medida, a medias, en una entrega por conveniencia, en una entrega que no se deja mirar por Jesús con amor, en una entrega que busca algo a cambio. ¡Cuidado!, ¿qué buscamos? Es el peligro de todo apóstol, de todo cristiano, de todo sacerdote, de todo consagrado. ¡El que anda pidiendo algo a cambio, sin querer se puede transformar en un funcionario de la fe y no en un servidor, en un amigo de Jesús! ¡Cuidado con ser un funcionario de Jesús! Por otro lado, y al mismo tiempo, hay algo muy lindo.
Jesús promete y promete en serio, no como nosotros, no como las promesas de algunos políticos y de tanta gente que anda por ahí. Jesús promete y cumple. Cualquier sacerdote, cualquier consagrado, cualquier cristiano comprometido puede ser testigo de esta verdad, y eso es algo que solo logra Jesús. Dejar algo por él, «nos llena» de casas, de hogares porque podemos quedarnos y alojarnos en miles de lugares distintos, gracias a la generosidad de los que nos consideran hermanos. Haber dejado algo por Jesús nos permite tener miles de hermanos y hermanas, la Iglesia nos llena de hermanos. Predicar la Palabra de Dios cada día nos llena de hermanos y hermanas. Especialmente a los consagrados, dejar el hogar por amor a Jesús nos llena de muchas y buenas madres, también tenemos más padres, que se preocupan por nosotros. Nunca tendremos hambre ni sed, porque él nos provee de todo. Esto es verdad, te lo aseguro.
Todo esto también va acompañado de sufrimientos por amor al Reino de Dios, es inevitable. Al mundo no le gusta la Palabra de Dios, le molesta. Pero al final, vendrá lo mejor, vendrá la Vida eterna. Te propongo hoy, que no seamos mezquinos, no negociemos con Jesús. Él nos da todo, ya lo prometió. Busquemos el Reino de Dios y su santidad, y todo lo demás vendrá por añadidura.