Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.»
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.»
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.» El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios.»
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros:
«Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible.»
Palabra del Señor
Comentario
«¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?». Evidentemente no, no se puede. Jesús ayer nos hacía esta comparación para que comprendamos algo más profundo, algo que justamente por nuestra ceguera no terminamos de comprender. Deberíamos reconocer todos, con mucha humildad, que andamos un poco ciegos y lo que es peor, muchas veces pretendemos transformarnos en guías de los demás, o bien nos dejamos guiar por otros que también están bastante ciegos.
En una de las comunidades donde celebro misa todos los domingos, me acuerdo que nos visitaba un hombre que no puede ver, se llamaba Francisco, ya falleció. Venía cada domingo en su silla de ruedas, con mucho entusiasmo, guiado por un fiel de la comunidad que lo lleva con mucho cariño. Cuando no lo podían traer, Francisco sufría porque deseaba ir a misa con todo su corazón, y la vivía con muchísima intensidad. Me acuerdo que una vez lo puse de ejemplo en el sermón, como aquel que se dejaba guiar por alguien que veía, como alguien que aceptaba su condición y permitía que otro le muestre el camino. Pero, al mismo tiempo, estoy convencido de que Francisco veía lo que muchos de nosotros a veces no podemos ver, por andar mirando la paja en el ojo ajeno. Supongo que las personas que no ven con sus ojos, son de algún modo mucho más puras que nosotros, porque inevitablemente no andan fijándose tanto en los errores ajenos, como nos pasa a nosotros. Cada domingo cuando Francisco salía de misa, al saludarme, me decía tantas cosas llenas de sabiduría y amor que en realidad lo que digo no es una suposición, era una realidad. Su ceguera física hacía que sea un hombre de una sensibilidad especial, lleno de amor y con una gran necesidad que no tenía miedo en demostrarla. ¡Cuánto para aprender de un hombre como Francisco!, que tanto me enseñó.
Creo que no hay mejor manera de empezar la semana que escuchar Algo del Evangelio de hoy, escuchando esta escena en la que se nos puede plantear tantas cosas, tantas sensaciones y reacciones diferentes. La Palabra de Dios nunca deja de sorprendernos, nunca debería dejar de maravillarnos, porque cada escena que contemplamos es una fuente inagotable de sabiduría, un alimento perpetuo y continuo para todos nosotros y por eso, más allá de lo que dice la Palabra, podemos encontrar miles y miles de recepciones, según el corazón de cada uno de nosotros. La Palabra es una, los corazones miles y las respuestas variadas. Vos intentá hoy dar tu propia respuesta, según lo que escuchás y meditás.
Hoy tengo ganas de llenarnos de preguntas, hacer una especie de lluvia de preguntas al texto, a mí y a cada uno de los que escuchamos estos audios. Alguna pregunta podrá encontrar respuesta, otras no, pero será el comienzo para que algún día sí nos dé una respuesta, por algo se empieza.
Muchas veces se dice y se puede escuchar que aquel que se encontró alguna vez con Jesús, en el Evangelio o incluso hoy, no quedó igual, no queda igual; que aquel que se encuentra con él, es tan irresistible la persona de Jesús, su amor, no pudo decir otra cosa que sí, no pudo resistir a su amor. Bueno, es lindo ese razonamiento, es romántico, y es cierto de algún modo, pero le falta una parte, le falta una posibilidad, le falta la dramática respuesta del hombre de hoy, del Evangelio de hoy y de tantos hombres a lo largo de la historia, por ahí de vos o de mí en algún momento de nuestra vida. ¿Cuál respuesta? La tristeza y la pena, la posibilidad de decir que no, de no doblegarse ante tanto amor. Aunque suene duro, tenemos que decir que lamentablemente existe la posibilidad.
¿Existe la posibilidad de ver a Jesús cara a cara, y terminar yéndose triste? ¿Existe la posibilidad de ser mirado por él con amor y terminar yéndose apenado? ¿Es posible que vayamos hacia nuestro Maestro, que nos arrodillemos frente a él llenos de ansias, de amor y que terminemos yéndonos con las manos vacías, peor de lo que fuimos? ¿Es posible acercarnos a Dios intentando negociar de algún modo con él la salvación después de la muerte, olvidándonos de la propuesta que él tiene para nosotros, de vivir de una manera diferente, más allá de cumplir ciertas cosas? ¿Es posible que Jesús nos ofrezca dejar algo para seguirlo, para algo más grande y más pleno, para compartir lo que tenemos con los demás y que nos neguemos, que nos vayamos con la cabeza gacha? ¿Es posible que sigamos sin entender lo que significa ser cristianos, lo que quiere decir seguir a Jesús? ¿Es posible que la riqueza del corazón y la riqueza material nos impida disfrutar de la propuesta liberadora de un Dios Padre que se despojó de todo para encontrarse con nosotros? La verdad es que todo es posible. Pensemos y recemos con esto, meditémoslo en nuestra propia vida.
Pero hoy el Evangelio termina con una posibilidad más posible, valga la redundancia. «Porque para Dios todo es posible». Para él es posible destrozar las mezquindades que nos impiden animarnos a lo imposible, a lo que el mundo nos plantea como una locura, a la avaricia que se aloja en el corazón y no nos deja compartir lo que tenemos. Para Jesús es posible desarmarnos con su mirada, ayudándonos a que, de una vez por todas, descubramos que lo mejor es seguirlo a él, amarlo a él, dejando de lado nuestras riquezas que nos impiden disfrutar lo mejor de la vida, la posibilidad de amar y ser libres para el bien de los demás.