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VII Miércoles durante el año

Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.»

Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.»

Palabra del Señor

Comentario

El enamorase de las cosas que hacen bien, como de la Palabra de Dios, lleva su tiempo, su trabajo, su entrega. Normalmente, por nuestra debilidad, por nuestro vivir volcados hacia lo externo; todo lo que es espiritual, intangible, todo lo que no se ve, pero alimenta el alma, cuesta mucho más de lo que pensamos. Cuesta ser fieles y constantes en la oración, cuesta y es arduo ser fieles en meditar cada día la Palabra de Dios. No se es hombre y mujer de oración, de contemplación, de un día para el otro, como por arte de magia. «Más allá de la vida espiritual y de la fe, todo gran hombre –decía san Alberto Hurtado– se forjó en el silencio», se forja en el silencio. No hay grandes hombres en la historia de la humanidad que no se haya fraguado en el silencio. Y para hacer silencio interior inevitablemente necesitamos tiempo y esfuerzo. No existe la vida espiritual desde un «clic» o con un «clic», o mirando las redes sociales. Es verdad que recibimos este audio en un «clic». Te levantás a la mañana y ya lo tenés, como pan caliente, en un abrir y cerrar de ojos, pero la previa no es un «clic».

Me refiero a que la preparación no es en dos minutos, y por eso siempre te recomiendo y te aclaro que no te alcanzan estos minutos de escucha para que interiorices el mensaje de la Palabra de Dios; tenés que hacer tu camino. Lamentablemente son muchos los que quedan en el camino de este ir paso a paso degustando las delicias del mejor alimento del hombre: la Palabra de Dios. Muchos empezaron escuchando la Palabra contentos, pero los pájaros ya se llevaron las semillas, otros tantos se entusiasmaron y las recibieron, pero las «malezas» de la vida diaria ya taparon y ahogaron las plantas; y así sucesivamente podríamos seguir. ¿Queremos ver frutos en nuestra vida al escuchar la Palabra de Dios? Seamos fieles y constantes, seamos perseverantes, nunca pensemos que ya está, nunca nos creamos completos, nunca digamos ya lo escuché, nunca digamos «otra vez lo mismo». Esa es la clave.

Bueno, retomando el tema del domingo, obviamente que debemos reconocer que no es fácil amar a los que nos hacen el mal. El primer impulso es el del «hombre que procede de la tierra, el terrenal», como decía san Pablo, y lo que debemos ir aprendiendo, es dejarle lugar al hombre espiritual que todos tenemos, el que nos permite amar al modo de Dios, como Dios nos ama, no buscando venganza, no pretendiendo hacer justicia por mano propia cuando nos toca sufrir algún mal injustamente. Si nosotros vamos considerando que los primeros en recibir misericordia somos nosotros mismos, por más buenos que creamos que somos, la mirada que tenemos sobre los otros puede ir cambiando, por más malos que parezcan ser. El que hace el mal muchas veces «no sabe lo que hace», como dijo Jesús en la cruz; deberíamos pensar que por más mala intención que tenga, lo hace creyendo que obra bien, buscando una solución a sus problemas, o por ignorancia, y por eso, no podemos devolverles con la «misma moneda», no tiene sentido, no tiene lógica.

Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Evidentemente Juan –como decimos a veces– se desubica un poco. Decíamos en estos días que las discusiones no tienen sentido y que a Jesús no le gustan; por eso también podremos decir hoy que a Jesús no le gustan las divisiones que provienen por no ubicarnos bien, o sea, por el hecho que sus discípulos se tomen atribuciones que no les corresponden. Juan y los discípulos –porque lo dice en plural– se la creyeron bastante, quisieron armarse el «monopolio de la amistad con Jesús». Gran tentación, continua tentación y peligro de todos nosotros, que se da en todos los ámbitos, pero que es más nefasta cuando se da en la Iglesia, en una comunidad, cuando se da en  la fe, en la religiosidad o como quieras llamarle. También se ve en otros pasajes del Evangelio que los discípulos discutían por quién era el más grande, o sea, por el problema de la superioridad en la relación entre ellos, entre nosotros.

Hoy se plantea el problema de creerse los más grandes, pero en relación a los más lejanos con respecto a Jesús, a los que parece que no lo siguen de cerca, que no fueron elegidos, que no son del círculo íntimo. ¡Cuánto pasa esto en la Iglesia también! El verdadero afecto siempre es inclusivo, no busca excluir, no quiere poseer al otro. En este caso, el Evangelio muestra que los discípulos pretendían que Jesús sea solo de ellos y que, además, se amolde a ellos, a sus criterios, a su forma de ver las cosas. No entendimos nada de Jesús, no lo conocemos realmente, si nos creemos que solo nosotros podemos hacer el bien en nombre de él. En la realidad, no somos tan burdos, tan evidentes, pero sí lo somos con nuestras actitudes, celos, envidias, comentarios, indiferencias con respecto a otros grupos, movimientos, parroquias, espiritualidades y mucho más cuando miramos fuera de la Iglesia. Es triste cuando en la Iglesia, en tu iglesia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu parroquia, con tu sacerdote, en nuestra forma de pensar, existen estas tendencias posesivas, estas inclinaciones a considerar que lo distinto no es de lo «nuestro», como si fuéramos una elite, una pequeña secta.

Casi sin decirlo intentamos «poseer a Jesús» como si fuera nuestro, cuando en realidad nosotros somos de él, y él es el que elige e invita a hacer el bien a todo el que lo conoce, incluso ayuda a hacer el bien a aquellos que no lo conocen. Si queremos ser cristianos en serio que incluyan y que no posean, cristianos que aman a Jesús y no lo retienen, sino que lo comparten, empecemos por cambiar la manera de pensar y de expresarnos. Cada uno de nosotros, levantemos la cabeza y miremos más allá de nuestras narices y ombligos, porque se hace mucho bien en nombre de Jesús, fuera de nuestros ámbitos y es bueno que aprendamos a valorarlo.