Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
«Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.»
Palabra del Señor
Comentario
«Jesús está sentado a la derecha del Padre», rezamos en el credo, lo rezamos y lo creemos cada domingo. ¿Lo creemos? El credo es para rezarlo y amarlo, para comprenderlo y vivirlo, no solo para repetirlo. Decimos que está sentado a la derecha del Padre, simbólicamente, para interceder por nosotros. Pero podríamos decir que lo que menos está haciendo es «estar sentado»; está trabajando. No puede estar sentado alguien que ama y que es nuestro intercesor, alguien que vela siempre por nosotros. No puede estar sentado aquel que nos espera y nos busca siempre. No te asustes, no estoy contradiciendo la verdad de fe, al contrario, estoy intentando explicártela de modo sencillo y que te diga algo al hoy de tu vida. «Que esté sentado a la derecha del Padre» quiere decir que Jesús fue «glorificado», fue premiado por su Padre por haber hecho su voluntad hasta al final; y de esa manera, nos devolvió la dignidad de ser hijos de Dios, nos hizo hijos adoptivos y hermanos suyos. Hizo lo que el hombre no podría haber hecho jamás, hizo lo que nosotros no podríamos hacer jamás si no fuese por su gracia, por su amor, por su intercesión. Por eso, el símbolo de estar sentado no quiere mostrar quietud, espera pasiva, sino todo lo contrario; quiere decir verdadero poder, poder que triunfa amando, poder que atrae por amor. Quiere decir que solo él se merece nuestro amor y todo lo que él ama debe ser amado por nosotros, por el solo hecho de que él lo ama.
Jesús ahora, en este instante, nos está atrayendo con su palabra, con las que acabas de escuchar, con las que escucharás durante el día, con el amor de tus más cercanos, con el amor a los más necesitados, con alguna adoración que te llame al silencio, con tu oración silenciosa cada día. Él está «sentado», pero está trabajando más que nadie en la tierra, está amando a todos, con el amor del Padre, como ama el Padre, a todos, sin condición, a buenos y malos.
Algo del Evangelio de hoy también es oración de Jesús que nos puede llenar de gozo el alma y animarnos a rezar de esa manera. Qué lindo es pensar que Jesús se animó a orar en voz alta, que se animó a rezar frente a sus discípulos y que, de esta manera, abrió su corazón, se dio a conocer, «para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto». Podríamos decir que en estos evangelios, en estas oraciones tan lindas de Jesús, él se animó a descubrir sus sentimientos, no tuvo vergüenza de decir lo que pensaba y sentía. Eso nos ayuda muchísimo a vos y a mí. Por un lado, porque de ese modo conocemos lo que piensa el mismísimo Dios de nosotros y que piensa él de él mismo, aunque siempre podremos saberlo de manera limitada, pero de esa manera tenemos, por decirlo así, la llave del corazón de Jesús, del Padre, del Espíritu, y podremos conocerlo cada día más. Por otro lado, nos ayuda a nosotros a animarnos a abrir nuestro corazón, también a los demás, cuando es necesario, cuando necesitamos descubrir nosotros mismos qué es lo que sentimos mediante nuestras propias palabras.
Esa noche Jesús pidió por sus amigos, pidió por nosotros, por vos y por mí, para que el Padre nos cuide del Maligno, de aquel que quiere apartarnos siempre del camino, de la verdad y del amor. Por eso Jesús rogó para que «nos consagre en la verdad», no para que nos saque de este mundo, sino para que nos libre de la mentalidad de este mundo apartado de Dios. Podemos hablar del «mundo» en dos sentidos, o por lo menos Juan habla en dos sentidos; por un lado, el mundo como creación de Dios, consecuencia y objeto de su amor; por otro lado, mundo en el sentido negativo, como todo aquello que está en el mundo, pero no quiere pertenecer al Creador, a Dios, como aquello que reniega de su Padre. Por eso dice Jesús que «nosotros somos del mundo, pero no somos del mundo, y el mundo los odió». Estamos en el mundo, nacimos en este mundo, pero nuestra mentalidad y corazón no deben ser para este mundo.
Fuimos creados y salvados para librarnos de las ataduras de este mundo que no quiere amar a Dios, sino que quiere hacer de este mundo «su propio mundo», valga la redundancia, olvidándose de su Padre Dios.
Son muchas las cosas que podemos meditar a partir de esta oración tan linda, pero prefiero que oremos como Jesús oró, que pidamos para nosotros lo que pidió él para nosotros, que deseemos lo mismo que él deseo para nosotros, que nuestros deseos sean los de él, que nuestros anhelos sean los de Dios, que nuestras búsquedas sean las de él, que nuestra misión sea la de él. «Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo».
No te olvides que naciste en este mundo, pero no tenés que mimetizarte con este mundo, «no somos del mundo». Consagrémonos a la verdad, al amor. Dejémonos llenar con las palabras de Jesús, que son amor y verdad.