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VII Jueves durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.

Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.

Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar?

Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros.»

Palabra del Señor

Comentario

En la medida que, como decíamos ayer, nos vamos enamorando de la Palabra de Dios, a fuerza de entrega, de trabajo, de esfuerzo, de perseverar, de escuchar, de ser fieles día a día; la recepción de la Palabra, ya sea por estos audios, ya sea porque la leemos en paz en nuestra casa, o bien en un templo, en donde sea, se vuelve gozosa y fecunda. Cuando estamos enamorados de lo que hacemos, esperamos finalmente ese momento. Cuando estamos enamorados, esperamos al amado o a la amada como la tierra reseca espera la lluvia y la consume cuando la recibe. ¡Qué lindo que la Palabra sea eso para nuestra vida!

Confieso que cuando comencé con estos audios, jamás pensé que la Palabra de Dios iba a generar tantas ansias en tantas personas que me escriben día a día. Sí tenía claro una cosa, y me convencí que era necesario leer cada día el Evangelio, no solamente comentarlo, porque descubrí en mi vida que fue la Palabra la que me cambió y no los comentarios de otros. Por eso leo el Evangelio, para que siempre brille la Palabra de Dios y no la palabra del predicador. Las palabras del sacerdote pueden faltar, el Evangelio jamás. Y la Palabra da fruto, te lo aseguro, en todos los que la escuchamos. Pidamos juntos esta gracia. Es gracia, es regalo, es como la lluvia, es gratuita, pero hay que pedir y pedir, convencerse de esta verdad.

Amar hace bien, creo que lo sabemos muy bien todos. En cambio, odiar, tener rencor, ira, bronca en el corazón, nos destruye lentamente, nos hace infelices. Es por eso que Jesús quiere resguardarnos de la peor enfermedad del alma, que es la falta de amor. Los imposibles que nos pide el Señor.

Eso que escuchamos el Evangelio del domingo son para nuestro bien, para hacernos felices. Lo único que corta la cadena del rencor, del odio, la indiferencia, la maldad, es el amor, el amor gratuito, desinteresado e incondicional. Cuando tenemos alguna bronca, rencor o incluso odio en el alma, lo único que hacemos es colaborar a su expansión, a que jamás se termine, a que crezca y se reproduzca. Es cierto que cuando no queremos perdonar o cuando guardamos un rencor en el corazón, siempre de algún modo tenemos alguna justificación, alguna razón que nos hace estacionarnos en ese lugar sin deseos de salir, pero también es cierto que ese camino no conduce nunca a un buen lugar. Jesús, sabiendo esa verdad, nos enseña que el camino del «ojo por ojo, diente por diente», no nos ayudará nunca, al contrario, nos enfermará. Si escuchamos las palabras de Jesús desde esta óptica, debemos reconocer que la sabiduría de sus enseñanzas son la mayor alegría que podemos experimentar. Tener la capacidad de no responder de la misma manera al mal recibido, nos hace hombres y mujeres libres, capaces de amar como lo hace nuestro Padre «Dios, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos», y nunca debemos olvidar que nosotros mismos estamos también muchas veces en ese grupo de desagradecidos y a veces un poco malos.

Hoy escuchamos en Algo del Evangelio, uno de los fragmentos de la Palabra que tiene una cierta complicación, no solo por los temas que trata, sino porque además aparecen diversos temas entrelazados y sería muy extenso explicarlos todos. Sin embargo, se puede decir algo en común: Jesús les está hablando a los discípulos, a los más cercanos, es una conversación con ellos. Esto es importante aclararlo. Eso es bueno que siempre te preguntes: ¿A quién le habla Jesús en este pasaje del Evangelio? En definitiva, él nos vincula de una manera especial con él mismo. Ayer decíamos que por estar cerca de Jesús no había que pensar que éramos una elite o éramos mejores, o que teníamos el «monopolio» de él mismo, pero hoy él nos asegura algo mucho más lindo y que al mismo tiempo se transforma en una linda y pesada responsabilidad. ¡Somos de él, somos parte de él! Y por eso, el que nos hace el bien a nosotros, los que estamos unidos a él por el bautismo, le hacen bien al mismo Cristo de una manera especial. Esto es increíble y es así.

Por eso san Pablo dirá: «Hagan el bien a todos, pero en especial a los miembros de la Iglesia». A nosotros los sacerdotes nos pasa muchísimo esto y nos sorprende día a día. Muchas personas se preocupan por nosotros, nos acompañan en nuestra tarea, nos dan su apoyo y cariño, nos sostienen en todo sentido, creo yo porque están convencidos de esta verdad del Evangelio de hoy. Al ayudarnos a nosotros, al «darnos un vaso de agua, se lo están dando al mismo Jesús». Y, por otro lado, la responsabilidad, si nosotros con nuestra vida colaboramos a que alguien que tiene fe la pierda, nos perdemos con él. ¡Tremenda responsabilidad! Los pequeños son todos los que creen, todos los que tienen fe en Jesús. Si colaboramos con nuestros pecados a que alguien se aleje, somos como la sal que pierde su sabor y no sirve para nada, solo para ser tirada. Duras palabras, pero que nos pueden ayudar a pensar qué clase de testimonio estamos dando. Pidamos a Jesús que nuestra vida sea una atracción para que otros vean a él en nosotros y, al mismo tiempo, que jamás un pecado nuestro aleje a alguien de lo más sagrado que es el mismo Jesús, ese Jesús en el cual todos creemos.