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VI Viernes durante el año

Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles.»

Y les decía: «Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder.»

Palabra del Señor

Comentario

¡Ay de nosotros, ay de nosotros, si tenemos fe, si decimos que tenemos fe, si la practicamos, si buscamos cada día hacer la voluntad de Dios de alguna manera y nos escandalizamos con estos «ay» de Jesús que escuchamos en el Evangelio del domingo. ¡Ay de nosotros, si estas palabras no penetran en nuestro corazón! Parece duro escuchar que Jesús dice: «¡Ay de ustedes…!». «¡Ay de ustedes, que no se dan cuenta que la felicidad pasa por otro lado! ¡Ay de ustedes, que viven peleándose entre ustedes, diciendo que se aman, pero en definitiva no terminan de respetarse, no terminan de descubrirse como un don el uno para el otro!». Eso decía también Jesús en el Evangelio del domingo. Nos invitaba a alegrarnos cumpliendo lo que Dios nos invita a cumplir, pero también se animaba a decirle a los fariseos y a nosotros: «¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de los que están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de los que ríen, porque conocerán la aflicción! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien!». ¡Ay de nosotros, si buscamos la felicidad por el camino equivocado! Por eso, una vez más, iremos a Jesús y dejemos que él nos muestre el camino de la felicidad.

No podemos ser felices verdaderamente, al estilo de Jesús, si no levantamos la cabeza y vemos que hay otros que necesitan de nuestro amor, que hay otros que necesitan de nuestra presencia, que hay otros que necesitan verdaderamente encontrar a Jesús. ¡Ay de nosotros, si decimos que tenemos fe y no somos capaces de remangarnos el corazón y entregarnos de algún modo a hacer de este mundo un mundo un poquito mejor, de lo que el hombre en definitiva está haciendo! Por eso, Señor, danos la fuerza de hacer tu voluntad, de buscar la felicidad por donde verdaderamente vale la pena, por donde vos querés que sea.

Y podemos preguntarnos juntos hoy: ¿Qué podemos aprender de Algo del Evangelio de este día? Que finalmente tiene que ver con lo que venimos hablando. Para vivir una vida plena y feliz, hay que enamorarse de Jesús, no hay otro camino; hay que querer finalmente seguirlo, no hay que seguirlo por obligación, y para querer, nos tiene que de algún modo atraer, y solo nos atrae aquello que nos enamora, aquello que es atractivo. Aunque parezca tonto lo que estoy diciendo, aunque parezca obvio, pero ¿cuántos cristianos, incluso vos y yo, a veces seguimos a Jesús como por obligación y no nos damos cuenta de lo bello, de lo maravilloso que es? ¿Cómo pretendemos que nuestros hijos sigan el corazón de Jesús si no los ayudamos a que se enamoren de él, si obligamos a los demás a hacer algo que en definitiva todavía no descubren? ¿Cómo pretendemos en la Iglesia que la gente se enamore de Jesús, se acerque a él si los obligamos, si los hacemos temer? ¿Qué nos pasó? ¿Qué nos pasa? La obligación verdadera y profunda brota del amor, y no al revés. El amor no se impone, se expone, se vive y eso es lo que finalmente ayudará y atraerá a otros. Cuando tenemos que imponer el amor, en definitiva, lo que estamos mostrando es que deja de ser amor; lo que estamos mostrando es lo contrario. La obligación impuesta no ayuda muchas veces. La obligación verdadera brota del corazón del que ama, el corazón del que ama se «liga» libremente al amado. Como lo hiciste seguramente con tu mujer, con tu marido alguna vez, te ligaste a él por amor. Pero cuando esta unión es impuesta, quiere decir que no es amada, que no es libre, y por eso en ese instante deja de ser verdadero amor.

Por eso… ¿Querés que tu hijo, tu hija ame a Jesús? Déjalo ser libre. Déjalo que sepa elegir, que aprenda a descubrir lo mejor. ¿Querés amar a Jesús de verdad, como yo también lo quiero? Escuchemos lo que hoy nos dice: «El que quiera venir detrás de mí…». El que quiera, el que quiera. Nunca lo impuso. No dice «el que lo sienta» tampoco, sino «el que quiera» y se quiera entregar verdaderamente, y si quiere también tenemos que descubrir con la cabeza y con el corazón. Se conoce con la cabeza y el corazón. Se ama con la cabeza y el corazón.

Por eso para querer de verdad, hay que conocer. No se puede querer lo que no se conoce. Para querer lo que se conoce, lo conocido debe ser atractivo, debe ser la respuesta a lo que nuestro corazón busca desde siempre en el silencio, en la felicidad finalmente. Y Jesús es la respuesta más atractiva a todos nuestros anhelos, a los de tus hijos también, incluso la de los más alejados, aunque por ahora no se den cuenta.

¿Querés o no querés seguir a Jesús? Esa es la pregunta clave de hoy. Si decís que sí porque realmente estás enamorada o enamorado de él, alégrate, nada te va a frenar… ninguna renuncia, ninguna cruz. Irás «perdiendo tu vida», pero en el fondo estarás ganándola. Si decís que sí sin amarlo pero por una obligación externa, todo se te hará pesado y difícil, todo se te hará una carga insoportable, será un amor forzado. En el fondo, no será un verdadero amor. Todavía te faltará pedir el toque del corazón para enamorarte. Si decís que no, está bien, sos libre, es tu decisión… pero tenés que hacerte cargo de lo que decidís, tenés que asumir que sin él todo se te hará más difícil. Andarás por la vida creyendo que la estás «ganando» pero al final te darás cuenta que la estarás perdiendo en cosas que no salvan. ¡Qué lindo es saber que Jesús respeta nuestra libertad! Esto enséñalo siempre al transmitir la fe.