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VI Lunes de Pascua

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.

Les he dicho esto para que no se escandalicen.

Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.

Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.

Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.»

Palabra del Señor

Comentario

Buen día. Empezar la semana rezando, escuchando y hablándole a Jesús es fundamental, es necesario, para vos y para mí, para todos. Todo es distinto cuando comenzamos el día escuchando a Jesús, es una experiencia personal y es algo que escucho de muchas personas que me lo dicen día a día, que les cambió la vida. Cambia la vida escuchar la Palabra de Dios. ¿No te pasa que los días parece que «se pasan volando», como decimos a veces? No será que «se pasan volando» porque andamos «volando» por la vida, por decirlo así. La vida es un poco así. El tiempo pasa, el tiempo no lo podemos detener, es lo único que no podemos detener; lo que sí podemos detener o podemos modificar, en realidad, es el modo de vivir el tiempo, lo que sí podemos modificar son nuestras decisiones que nos ayuden a vivir cada día de un modo diferente, asimilando mejor lo que nos pasa y lo que pasa. Cada uno en lo suyo, cada uno con lo suyo, pero empezar el día o la semana escuchando la Palabra de Dios nos ayuda a vivir las cosas diferentes. Terminar el día escuchando o simplemente agradeciendo lo vivido también nos ayuda a darle al tiempo un valor distinto.

Retomando Algo del Evangelio de ayer, del domingo, sigamos profundizando en el mandato que nos dejó Jesús: «Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros». ¿Vos crees que Jesús es un mandón al darnos un mandamiento? ¿Vos crees que Jesús nos manda algo que es imposible, algo que no hizo antes él mismo? Sería una locura pensar esto. Jesús no es un mandón, no es un «mandamás» que disfruta de decirnos lo que tenemos que hacer mientras él no lo hace, mientras ve que nosotros no podemos hacerlo. Todo lo contrario, Jesús pide lo que él mismo hizo antes. Jesús amó para ayudarnos a amar. Nos dio su amor para que nosotros podamos amar. Muy distinto. Es como si nos dijera: «Amen, amen, porque yo los amé primero, porque yo los amo y les doy mi amor sin hacer diferencias. Amen, porque yo los elegí para amar, yo los elegí para que pueden amar como amo yo».

Te propongo también empezar este día con el Salmo 104 que dice así: «Envíanos, Señor, tu espíritu y renueva la faz de la tierra». Nos vamos acercando a la Fiesta de la Ascensión del Señor, nos acercamos también a la Fiesta de Pentecostés, y por eso todos estos días aparecerá mucho la persona del Espíritu Santo en boca y labios de Jesús en muchas lecturas. Serán lindas semanas para invocarlo, para buscarlo, para reconocerlo, para reavivar en nuestra vida, para redescubrir su presencia en nuestros corazones, para no olvidarnos que Jesús no nos dejó solos; todo lo contrario, se quedó en nuestros corazones dándonos su propio Espíritu. «Envíanos, Señor, tu espíritu y renueva la faz de la tierra». Esto es algo que solo comprende aquel que cree y vive esto, aquel que cree en esta promesa de Jesús de Algo del Evangelio de hoy; promesa que ya se dio y se hizo realidad en la historia, en la historia de los apóstoles, en la historia de tantos a lo largo de estos milenios: «Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí». Todos los bautizados, vos y yo, recibimos el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, y él es el que en nuestro interior nos conduce a Jesús y al Padre. Pero no todos los bautizados nos damos cuenta de semejante verdad y realidad, no todos los bautizados dialogamos en nuestro interior con el Espíritu.

Dentro de la Iglesia muchas veces se pueden dar ciertas confusiones u oposiciones afirmando cosas que son parte de verdad, como, por ejemplo, cuando se habla del Espíritu Santo y que parece ser que es de algún grupo en particular o que parece ser que solo lo experimentamos en ciertos momentos. Parece que es patrimonio de algunos, muy especiales o iluminados. En realidad, la presencia y la acción del Espíritu Santo excede todo lo que podamos imaginar, supera todos nuestros límites, es imposible encerrarlo en nuestros modos de pensar y de obrar.

Todos debemos tomar conciencia de que recibimos el Espíritu Santo, que el Espíritu no es patrimonio de algunos, sino que es él el que nos hace a todos «uno», es él el que hace a la Iglesia «una», es él el que sostiene a la Iglesia, es el alma silenciosa y misteriosamente, es el que nos inspira todo lo bueno y el que nos anima cada día a amar.

Por eso hoy te propongo que recuerdes esto: ya no somos hijos del mundo, somos hijos de Dios, porque todos recibimos el Espíritu de Dios y él quiere habitar en nosotros por su amor, por sus inspiraciones que nos motivan a seguir a Jesús. Intentemos en estos días, en este día, afinar el oído del corazón para percibir la voz del Espíritu de Dios que habita en nuestras almas y que nos conduce a la paz, a la alegría, a la serenidad, a la entrega, al servicio; en definitiva, al amor.

Miremos a nuestro alrededor y miremos en nuestro interior, siempre se puede ver todo de otra manera, siempre se puede ver todo con los ojos de Dios. «Envíanos, Señor, tu espíritu y renueva la faz de la tierra», la faz de nuestros corazones.

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.