Los judíos tomaron piedras para apedrearlo.
Entonces Jesús dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?»
Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios.»
Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: Yo dije: Ustedes son dioses? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra -y la Escritura no puede ser anulada- ¿Cómo dicen: “Tú blasfemas”, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: “Yo soy Hijo de Dios”?
Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre.»
Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: «Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad.» Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Palabra del Señor
Comentario
No toleramos sufrir, es una realidad, por eso tampoco toleramos morir. No queremos sufrir, y pensar en la muerte nos causa un gran temor, porque en el fondo tememos al sufrimiento, no lo queremos, y es lógico. No estamos hechos para eso. Sé que parece obvio lo que te digo, pero creo que nos ayuda a comprender un poco más la raíz de muchos de nuestros males y, al mismo tiempo, la capacidad de amar que tenemos escondida en el corazón, y que, por no querer sufrir, por tener poca tolerancia al sufrimiento, nos perdemos de desarrollar. Si la semilla tuviera miedo de morir y transformarse, se perdería de ser planta, de dar frutos. Si vos y yo no desarrollamos nuestra capacidad de sufrir por amor, nos perdemos la posibilidad de dar vida, de ayudar a otros a vivir, como otros lo hicieron por nosotros. El grano de trigo tiene que morir, no hay otro camino. Somos granos que debemos morir siempre para disfrutar de la vida. Hoy es un día para seguir aprendiendo a morir, no sabe vivir aquel que no sabe morir así mismo para dar vida.
No le tengamos miedo al sufrimiento, «al bueno»; porque, aunque nos cause terror esta frase, al sufrimiento necesario para llegar a ser hombres y mujeres plenos, no tenemos que tenerle miedo. Escápale más bien al sufrimiento que te deja solo, pero buscá el sufrimiento o aceptá ese sufrimiento que te ayuda a encontrarte con otros, a descubrir a los demás como seres amados por el Padre, hermanos, como voy y yo.
Hoy aparece en Algo del Evangelio el tema de las piedras, las piedras, pero hacia Jesús. En esta vida hay personas que les gusta tirar piedras, porque, así como fuimos creados para amar, también hay en nuestro corazón una cierta tendencia a mirarnos como enemigos que nos lleva a apedrearnos entre todos. El mundo en cierto sentido es un caos, se pelean los legisladores en los recintos a piñas, se pelea la gente en la calle, nos peleamos a veces por los grupos de whatsapp, nos peleamos de diferentes maneras en muchos lados.
Hay una gran incapacidad de tolerancia, hay una gran incapacidad de reconocer la bondad, la belleza y amor, y tantas cosas lindas que hay por ahí, y eso nos lleva a tener ganas de hacer justicia por mano propia, creyéndonos dueños y señores de la verdad. Por eso andamos a veces tirando piedras por ahí, porque no vemos y andamos ciegos de amor y de bondad. No nos damos cuenta que tenemos muchas cosas «de Dios» en nosotros, entre nosotros y en los otros. Los judíos de Algo Evangelio de hoy, los que finalmente mandaron a matar a Jesús, no se dan cuenta de lo que hacen, por eso Jesús llegará al colmo del amor al decir en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Al colmo de la maldad, Jesús terminará respondiendo con el colmo del amor. Y no porque sea tonto y no reconozca que hay maldad, sino que, al contrario, la reconoce, pero como fruto de la ignorancia y de la ceguera. Si esos judíos se hubieran dado cuenta de lo que estaban haciendo, no lo hubieran hecho.
Actúan así pensando que obran bien, eso es lo más triste. Como nos pasa a veces a nosotros, defienden ellos su verdad matando a la Verdad. ¿Cuántas veces nosotros hicimos cosas convencidos de que estábamos obrando bien? ¿Cuántas personas a nuestro alrededor obran mal, nos hacen mal pensando que obran bien? Esa es la gran ceguera, es la enfermedad más profunda del hombre, incluso del hombre religioso, del que dice creer y defender una cierta «verdad». Somos capaces de defender la verdad con ideas, pero «tirarle» piedras al que piensa distinto, al de otro color, al de otra condición, a un «supuesto» nivel distinto. Es triste, pero los cristianos somos capaces de hacerlo.
Si nosotros nos diéramos cuenta de lo que hacemos cuando hacemos el mal, realmente no lo haríamos. No terminamos de ser conscientes plenamente de las consecuencias que tiene el mal, de la falta de amor en la que vivimos tantas veces. ¿Cuál es el remedio? El amor de Jesús en la cruz.
Te propongo en estos días, a una semana del Viernes Santo, andar con una cruz en las manos, en nuestros bolsillos, a mirar la cruz con más amor. ¿Cuál es el camino? Entrar en esta Semana Santa deseando ser más conscientes del inmenso amor de Jesús por cada uno de nosotros. La Semana Santa no es un cuentito para recordar, una historia, sino una «pasión» para revivir, para salir siendo más conscientes de que si no amamos lo suficiente al Padre y a los demás, no es porque no tengamos la capacidad, sino porque todavía no nos damos cuenta de tanto amor que tenemos escondido por el temor al sufrimiento. El Amor con mayúscula reclama amor. El Amor llama al amor. Cuando descubrimos cuánto nos aman los otros, nos dan más ganas de amar, nos sentimos deudores, pero con libertad. Si esto nos pasa con los que más queremos, con los que nos rodean, ¿no te parece que nos tendría que pasar un poquito más con Jesús en esta semana que empezamos?
Pidamos a María que nos lleve por este camino, de la mano con ella al pie de la cruz, para no cansarnos de admirarnos del amor que Dios Padre nos tiene por medio de su Hijo Jesús.