En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos.»
Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?»
Ellos respondieron: «Siete.»
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.
Palabra del Señor
Comentario
Un día más, un sábado más que se nos regala la posibilidad de frenar un poco, descansar, poner este audio con la Palabra de Dios y animarse a escuchar lo que Jesús nos quiere decir. A veces te resultará repetitivo que lo diga una y otra vez, pero la verdad que a fuerza de repetir las cosas nos van quedando en el corazón. Si pensamos en la historia de la Iglesia, en la Iglesia como un cuerpo cuya cabeza es Cristo, podríamos decir que hace dos mil años la Iglesia como cuerpo viene escuchando la Palabra de Dios una y otra vez, y podríamos pensar que es repetitivo. Sin embargo, lo sigue haciendo porque necesita volver a escuchar. Vos y yo necesitamos volver a escuchar. Vos y yo necesitamos volver a experimentar que, solo esforzándonos, solo permaneciendo y solo dejando que la gota de agua, de rocío del amor de Dios que desciende por su Palabra en nuestro corazón, solo recibiéndola y permaneciendo mucho tiempo, nos mojará el corazón y hará que brote en nosotros lo mejor, lo que él quiere. Por eso, una vez más, este sábado anímate a tomártelo con más calma.
Siempre sobra podríamos decir, siempre sobra cuando se trata de las cosas de Dios. Cuando Jesús está en medio de nosotros, en nosotros, jamás puede faltar lo esencial para vivir. Cuando falta, en realidad es porque Jesús no está ahí, no porque él no quiere, sino porque alguien no le dio lugar, alguien no lo deja entrar, alguien le cerró la puerta. Dice así el libro del Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos». Solo es cuestión de dejarlo pasar. Él está tocando la puerta, la de tu corazón y la del mío. Cuando Jesús está en un corazón, jamás faltará lo necesario para vivir en paz, o sea, el amor que se necesita.
La Madre Teresa, santa Teresa de Calcuta, no refiriéndose directamente a este evangelio, pero sí creo que cae como anillo al dedo, decía algo así: «Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer cosas grandes». Cada uno podríamos decir entonces que hace lo que puede –eso quiso decir la Madre Teresa– y los otros hacen lo que uno no puede hacer, porque no todos podemos hacer todo, pero con esos «podemos» chiquitos se pueden hacer cosas grandes que a veces ni calculamos, que ni pensamos. ¡Qué emoción cuando uno se pone a pensar en esto con fe y profundidad! ¡Esto es la Iglesia! ¡Qué maravilla cuando nos damos cuenta que la multiplicación de los panes es el milagro continuo del amor de Jesús que se comparte y se derrama abundantemente a lugares impensados, a corazones que nunca imaginamos! ¿Cuántas obras en la Iglesia comenzaron así? Seguramente tu comunidad, un movimiento, una parroquia. Tantas obras de caridad que surgieron por un «podemos» de alguien y el «podemos» del otro y, de golpe, todo empezó a crecer.
El milagro de la multiplicación de los panes pasó verdaderamente, no como algunos tratan de negar diciendo que es un escrito simbólico. Es una pérdida de tiempo detenerse en estos análisis, lo importante es que Jesús lo hizo y lo sigue haciendo. Jesús lo hace a cada minuto, en cada rincón del mundo, cuando creemos en su amor, cuando confiamos en su palabra, cuando nos abandonamos a su obra –que es más grande que la nuestra–, cuando no nos adueñamos de su amor, cuando simplemente somos instrumentos, canales, cuando nos animamos a escuchar esto cada día. Pero al mismo tiempo levantamos el corazón para ver que hay miles de «hambrientos», como nosotros, que necesitan del «pan de Jesús», del pan material, del pan de una vida más llevadera, más digna, pero también del pan del amor, del pan de la Palabra.
¿Pensás que tenés que tener mucho para convertirte en pan para los demás? ¿Pensás que tenés que saber mucho para poder hablar de Jesús a los otros? Eso no es así. Somos luz y sal. Somos sal y somos luz. Llevamos en nuestro interior el tesoro y la capacidad de amar, no hay que dar muchas más vueltas.
Cuando damos muchas vueltas, es porque no nos damos cuenta de que lo que buscamos ya lo tenemos al alcance de nuestras manos, de nuestro corazón. No hay que ir a buscar pan para todos a todos lados, hay que dar lo que se tiene y eso se multiplica. Así de sencillo. ¿Nos parece raro? ¿Será porque todavía no experimentamos que el amor de Jesús siempre es desbordante? Si ya lo hacés, afírmate en esta maravilla multiplicadora. Si todavía no lo hiciste, pensá en alguien que pueda hacer «lo que vos no podés» y ponete a hacer «lo que otros no pueden». Y así es como se van uniendo los eslabones de la cadena y se llega a donde jamás se hubiese pensado.
Siempre sobra cuando se ama, siempre sobra cuando se trata de las cosas de Dios, cuando Jesús está en medio de nosotros, cuando le abrimos la puerta para cenar con él todos los días.