«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Palabra del Señor
Comentario
La palabra de hoy coincide con la del domingo, no sé si te habrás dado cuenta. Si te diste cuenta, quiere decir que estás escuchando con atención, y si no te diste cuenta, te ayudará a escuchar lo que por ahí se te pasó de largo por distraído, por distraída o porque a veces perdemos la memoria. No te preocupes, nos viene bien a todos, nos ayuda a seguir profundizando; de hecho, es lo que intentamos hacer muchas veces, ¿te acordás?: continuar desmenuzando el Evangelio del domingo a lo largo de la semana para que penetre más en nuestros corazones. A nosotros los sacerdotes nos ayuda a no repetir lo mismo que ya dijimos alguna vez, sino a rezar más para descubrir las enseñanzas que el Espíritu quiere dejarnos. A veces pasa esto en la liturgia, los cambios de ciclos, se llaman de años, hacen que se entrecrucen los Evangelios y pueda haber repetidos bastante cercanos.
Pero aprovechemos para continuar con la idea de «permanecer», esa que nos viene ayudando en estos días tan lindos. El permanecer tiene que ver con el estar unidos. La imagen de la vid y los sarmientos junto con la idea de «permanecer» me parece que quiere ayudarnos a comprender que la unión con Jesús, la unidad es algo vital, algo que tiene vida, valga la redundancia; algo que permanece vivo, dinámico y por eso va cambiando, se va desarrollando lentamente a lo largo de nuestra vida. Lo que pasó ya no importa tanto, lo que pasará no lo sabremos. Ahora… lo que sí necesitamos es permanecer unidos a él, pase lo que pase, siempre, porque «sin él nada podremos hacer». ¿A qué se refería Jesús con eso de que «nada podremos hacer», si de hecho hacemos muchas cosas sin él y muchos hacen de todo sin él? ¿Qué cosas son las que no podemos hacer sin él? ¿Por qué necesitamos estar unidos, permanecer en él para dar frutos? Justamente porque Jesús se refiere a eso, a dar frutos, pero frutos que provienen de él, frutos de santidad, no cualquier fruto, no cualquier cosa.
El permanecer entonces nos asegura la fecundidad, de la verdadera; esa fecundidad que perdura y que transforma vidas. No es la fecundidad que desaparece rápidamente o se esfuma ante cualquier problema. No es el éxito mundano. Los frutos de los que habla Jesús son los frutos que crecen gracias a la gracia de Dios, y no los que surgen simplemente de nuestras lindas ideas o de nuestras voluntades, por más buenas que sean. Y la gracia de Dios fluye por nuestras vidas, por nuestras inteligencias y corazones, en la medida que estamos unidos, en la medida que permanecemos en él. Las grandes obras que cambian de verdad nuestras vidas y la de los demás no surgen de grandes elucubraciones, de grandes conferencias, de congresos multitudinarios, por más buenos que sean, sino de la fidelidad a las palabras de Jesús, de nuestro amor sincero a él y sus enseñanzas. Las grandes decisiones que nos cambian de verdad no surgen de enojos, de gritos, de ruido de este mundo, sino que aparecen en el corazón cuando estamos con Jesús vivo en el silencio, cuando nos decidimos a estar con él, cara a cara, tanto en la oración como en el amor concreto hacia los demás.
Podemos pasarnos la vida haciendo muchas cosas buenas, pero no las obras de Dios. Podemos pasarnos el día haciendo «de todo un poco», pero no estar haciendo lo que Jesús quiere y no dar frutos. Podemos estar sirviendo en la Iglesia a tiempo completo, consagrar incluso nuestra propia vida, pero no estar unidos vitalmente a Jesús, no permanecer en él, sino incluso estar como «desgajados», quebrados de la vid, sin permitir que su amor pase por nuestro corazón.
¿Cómo permanecer unidos a Jesús?, te estarás preguntando. Desde Algo del Evangelio de hoy es lindo escuchar mucho esto, pero es lógico que nos preguntemos qué significa entonces permanecer en él, estar unidos a él. Antes que nada, es no olvidar que podemos permanecer con él, porque él antes permanece en nosotros. Él es la vid, nosotros solo sarmientos, ramitas. Él es anterior a nosotros, todo se mantiene en él, todo pertenece a él.
Esa permanencia de Jesús en nuestro corazón es lo que nos mueve a querer estar con él, a desear amarlo.
Permanecer con Jesús es buscarlo cada día, es escucharlo cada día, es amarlo cada día, como podamos, como estemos, pero buscándolo. Estar unidos a Jesús significa no olvidarnos ni siquiera un día de él, no dejar pasar un día sin hablarle, sin oírlo, sin escucharlo. Pensá en la persona que más querés en esta vida y fijate si serías capaz de pasar un día alejada o alejado de él. El amor nos mantiene unidos, el amor es el que nos asegura la permanencia, el estar siempre hasta el final. El estar unidos a Jesús toma diferentes colores según la vida que llevemos, según el lugar donde vivamos, según la etapa de la vida en la que estemos. No te ates a rigideces, no pienses que hacer siempre lo mismo te asegura la permanencia. Escuchá siempre la voz de Dios para darte cuenta qué es lo que te pide cada día, qué es lo que desea de vos. Lo importante es no olvidarse nunca de él, lo fundamental es no olvidarse jamás de que él permanece en nosotros siempre, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.