«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Palabra del Señor
Comentario
Permanecer a pesar de todo no es fácil. Es verdad, tenemos que reconocerlo. Permanecer implica también coraje, esfuerzo, trabajo, entregarse día a día. Por eso, siempre nuestro modelo de lo que significa permanecer es: Jesús. Es aquel que vino a entregar su vida por nosotros, aquel que también sigue permaneciendo, porque él nos prometió que «estará con nosotros hasta el fin del mundo». Te diría que una de las tareas más difíciles en la fe es permanecer, y por algo Jesús nos dijo, nos decía en el Evangelio del domingo: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes». También podríamos traducirlo así: permanezcan en mí, porque yo permanezco en ustedes. Por eso, la primera actitud, la primera gracia que tenemos que pedir para permanecer en la fe, a pesar de todo, de las tristezas, de los dolores, de las tribulaciones, de las dudas, de las invitaciones a dejar todo de lado; la primera actitud es saber que él permanece en nosotros. Cuando tenemos esa certeza, te diría que la fe permanece firme como en una roca y que los oleajes, los ventarrones, no nos voltean jamás, porque sabemos que él permanece en nosotros y que él es el que nos da la fuerza para seguir adelante, él es el que nos sostiene en la fe, él es el que nos da la savia que necesitamos para vivir. Por eso, no te desanimes si a veces pensás que no estás permaneciendo, no estás siendo tan fiel como deseas. Bueno, lo primero es saber que él es fiel a nosotros, y que esa fidelidad es la que nos tiene que animar cada día a ser fieles. Es una respuesta: yo permanezco, Señor, porque vos estás permaneciendo en mí; yo no quiero dejar, porque vos no me dejas; yo no quiero claudicar, porque vos no lo hiciste; yo no quiero dejar de amar, porque vos me estás amando. Pidámosle hoy esa gracia a Jesús, nos hace muy bien y lo necesitamos.
Y Algo del Evangelio de hoy nos anima también a permanecer en el amor y nos invita a participar del mismo gozo de Dios. Jesús habla del amor, del amor del Padre, de su amor y de cómo tenemos que amarnos entre nosotros. ¿No será que todavía no experimentamos algo del cielo en la tierra porque no sabemos lo que es amar verdaderamente? ¿No será que a veces pretendemos un cielo en la tierra, pero armado en el fondo a nuestra medida, y no en base al amor de Jesús? Amar es cosa seria, pero amar en serio es una lucha de cada día. Para amar en serio, no basta con decir que amamos, no basta con amar a los que nos sale amar, así nomás. Para amar en serio y no de palabra, sino con verdad, no de la boca para afuera, en realidad tenemos que reconocer, revivir y experimentar esa corriente, por decirlo de alguna manera, de amor verdadero y eterno que proviene del Padre, que pasó por su Hijo y que se sembró en nosotros para ayudarnos a amar por medio del Espíritu Santo. Jesús no nos habla de un simple amor humano, espontáneo con los que nos sale amar únicamente, sino que nos habla de amor del cielo, amor de Dios que se derrama en corazones humanos incapaces de amar como Dios ama por las debilidades que nos atormentan.
Hay que ser sinceros, no tenemos la fuerza para amar tanto a veces; los que pudieron mucho, es porque se dieron cuenta de este misterio que estoy contando. Pero podemos si nos damos cuenta de que el amor no es un mandamiento que obliga desde afuera, sino que es vida que brota desde adentro y que descubre lo más verdadero que tenemos, nuestro barro y nuestra meta. Jesús nos ayuda a descubrir que podemos amar porque, en realidad, somos amados por él y por el Padre. Esa es la clave. Podemos amar porque somos amados primero, podemos amar si «permanecemos» en esto, si reconocemos esta verdad. No se puede amar bien si no se acepta semejante misterio y regalo que hemos recibido. No se puede vivir este mandamiento que brota desde adentro si no se reconoce también desde adentro que amar y ser amados, entregarse y dejar que los otros nos amen, no es una obligación, sino que es una necesidad del alma, del corazón.
Necesitamos amar, necesitamos un motivo para vivir, necesitamos experimentar amor de Dios por medio de gestos humanos. Necesitamos darnos cuenta de que el amor es cosa seria, que Dios se tomó en serio el amor y por eso nos mandó a amar hasta el extremo, como él nos amó, para que ese amor nos despierte también nuestras ganas y nuestros deseos de amar.
Cuando no estés pasando buenos momentos en tu vida porque parece que «el cielo» está muy lejos, porque la vida parece un «valle de lágrimas» –como dice la oración–, tenemos otras opciones. Tenemos que buscarlas nosotros mismos a esas opciones. No esperemos que el cielo nos venga a buscar, que nos encuentre. El cielo, en realidad, está siempre al alcance de nuestras decisiones, a un paso que a veces parece muy largo pero que es posible. El cielo aparece muchas veces cuando nos decidimos traer y llevarle un poco de cielo a los demás con nuestra presencia, con nuestros gestos, con nuestro amor. Imagino que, si vamos comprendiendo lo que es el cielo, tendremos más ganas de amar y de ir al cielo.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.