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V Domingo durante el año

Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.

Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.

Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.

Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».

Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».

Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.

Palabra del Señor

Comentario

No todos los que escuchan la Palabra de Dios cada día pueden vivir el día del Señor, el domingo, como quisieran. Es una realidad, el mundo en el que vivimos es muy distinto a cuando se gestó este día. Todo cambia, todo cambió y sin adentrarnos en juzgar si es mejor o peor que el de hace unas décadas, la realidad es que mucha gente trabaja incluso los domingos. Muchos por necesidad, es verdad, y otros por no querer renunciar a lo material por amor de Dios; otros por querer generar un poco más de ingresos a los habituales. Son miles las situaciones. No importa.

Lo que hoy quiero decir es que, si sos unos de esos que no pueden ir a Misa este día por elección o por obligación, no te olvides que podés escuchar a Jesús siempre. Podés escucharlo principalmente en su Palabra escrita, también escucharlo por este audio o bien podés escucharlo ofreciendo lo que te toca vivir cada día con amor. Amar en lo concreto y en lo que cada uno tiene por delante es una de las formas también palpables de poder escuchar a Dios. No creas que estás afuera.

No creas que la Iglesia es de unos cuantos, de los que viven y eligen ir a la Iglesia. En realidad, la Iglesia somos todos, es de todos. Y aunque el mandato de Dios es reunirse cada domingo en familia para adorar su presencia y disfrutar de la celebración de nuestra fe, que nos animan a seguir y nos ayudan en el camino, mientras no puedas hacerlo tenés que saber que podés hacerlo de otra manera hasta que logres acercarte o incluso, si estás un poco negado, negada, anímate a volver a Misa.

En Algo del Evangelio de hoy aparece varias veces la palabra salió. Dice que Jesús salió de la sinagoga, salió antes del amanecer «y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando». Jesús mismo dijo: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido». Podríamos decir entonces que Jesús «se la pasó saliendo». Al venir a nuestro mundo significa que «salió del suyo» de alguna manera, de la «comodidad» de ser Dios, de ser un Dios que contemplaba la humanidad «desde arriba» y no le importaba tanto el sufrimiento de sus hijos. Todo lo contrario. Ese no es el Dios que nos vino a mostrar Jesús. Él salió de sí mismo al hacerse hombre y, como hombre durante su vida pública, al comenzar su misión no hizo otra cosa que salir para mostrarnos fundamentalmente dos cosas, por lo menos interpretando la escena de hoy.

Antes que nada, fue Él el que vino a nosotros. No salió para «hacer nada», no salió de cualquier manera. Salió para enseñar, para exorcizar, para sanar y curar. Así lo vemos en la escena de hoy. Sale para estar con nosotros, para dejarse «acorralar por la gente». «La ciudad entera se reunió delante de la puerta», dice la Palabra. Fue de pueblo en pueblo, no esperó que lo busquen solamente, aunque lo buscaban, sino que Él fue en busca de la gente, de los más apartados, de los más olvidados. De la misma manera hoy Jesús sigue saliendo, sigue buscándote a vos, sigue buscándome a mí para sanarnos, para «sanarnos» de esas dolencias que no nos dejan en paz. Sin embargo, y al mismo tiempo, no salió para satisfacer las «necesidades» de todos, no todos fueron curados y liberados. Cuando todos lo buscaban, Jesús eligió también irse a otro lugar a predicar. Su principal misión es la de enseñar, la de predicar el amor del Padre que quiere sanarnos desde adentro, de nuestras dolencias espirituales y no solo físicas.

Y lo segundo es que Jesús también hoy salió a rezar, a orar, a estar con su Padre. También salió para mostrarnos un modo de vivir distinto al que a veces nosotros pretendemos. Un cristiano tiene que «salir», no quedarse quieto ni encerrado, en la medida que pueda. ¡La Iglesia tiene que salir para no enfermarse! No podemos estar encerrados. Jesús salió a curar, salió a trabajar, pero también salió a rezar. Rezar también es de alguna manera un trabajo. Tres modos de salir que no pueden faltar en nuestra vida. No se puede vivir sin salir y no se puede salir a hacer solo una cosa.

Tenemos que amar a los otros (sanar y curar), tenemos que trabajar y también necesitamos rezar. ¿Tenemos? Bueno, mejor dicho, necesitamos –como dije–, como Jesús, rezar y encontrar momentos de soledad con nuestro Padre. Si no, de nada sirve todo lo que podamos hacer. Será un hacer vacío, es un salir a ningún lado, sin rumbo.

Por eso, Jesús vivió en perfecto equilibrio estas necesidades profundas del alma. Pidamos la gracia de salir y de saber salir, de gastar bien nuestras energías y de descansar el corazón en Aquel que nos pide «salir» saliendo de nosotros mismos.