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Solemnidad del Sagrado Corazón

Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.

Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.

El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.

Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.

Palabra del Señor

Comentario

Hoy es la solemnidad en la que Jesús nos deja de regalo su corazón traspasado de amor por nosotros, por todos los hombres. Una de las devociones más antiguas de nuestra Iglesia y la que más nos «conecta», por decir así, con los sentimientos del Padre, por medio del corazón de su Hijo, que es también el de él.

Por eso, te propongo que busques una imagen del Sagrado Corazón de Jesús en este día, tan conocida por nosotros. Búscala, mírala, contémplala. Si no tenés en tu casa, búscala por «internet», hay miles. Buscá una imagen linda de esta devoción, que por supuesto brota del Evangelio, porque fue en la cruz desde donde el corazón de Jesús se abrió de par en par por nosotros, pero que se extendió a partir del siglo XVII por la aparición que vivió santa Margarita María de Alacoque. Una vez que tengas la imagen, contemplá la mirada de Jesús y mirá fijo su corazón. Hace el esfuerzo por mantener la mirada en el corazón de Jesús, que contiene todos los bienes que necesitamos en esta vida. Si podés hacer esto en adoración, mucho mejor todavía, porque ese corazón abierto para amar y recibir está hoy en la Eucaristía, está en cada sagrario, esperándonos para que nos acerquemos a él, para que vayamos a descansar de nuestros agobios y cargas.

Muchas veces se nos ha acusado a los cristianos –y a veces, podríamos decir, con razón por nuestros excesos o desvíos– de haber hecho demasiado hincapié en cuestiones que no se reflejan directamente en el Evangelio o que las transmitimos mal. Puede ser. Se nos acusó y se nos acusa de predicar una fe a veces basada en el sufrimiento, en el sacrificio, en la entrega y de la pura obligación, olvidándonos del sentimiento, de lo espontáneo, de lo que brota naturalmente. Se nos acusa de ser incluso contrarios a la vida misma, que es bella y linda, impidiendo que disfrutemos de los placeres legítimos que nos regala, hablando de penitencia y tantas cosas más. Es verdad, puede haber algo de verdad, pero también es otra verdad o parte de la verdad que muchas de las críticas que nos hacen no son más que caricaturas de nuestra fe, no son la verdadera fe que brota de la Palabra de Dios y que la Iglesia quiere transmitir. Hay que asumir errores y pecados en nuestra historia, pero no por eso hay que tirar todo «por la borda». También hay que reconocer que Jesús lo dice claramente y sin metáforas, y por eso me gusta repetir lo del Evangelio de Lucas: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio». «De su corazón –dice la Palabra de hoy, de Algo del Evangelio– brotó sangre y agua», brotó la vida y el amor, pero después de entregarse, después de ser «blanco» de todas las injusticias del mundo.

La vida también tiene mucho de aflicción y agobio, es verdad. La vida es, de alguna manera, cargar con un «yugo» que nos molesta pero que se transforma en bendición si lo cargamos por amor, si lo que cargamos es amor. Por más que este mundo, de alguna manera lleno de propagandas y «marketing» y publicidades, amante de las masas, nos quiera hacer creer que «todo va bien», que «hagas todo lo que quieras mientras seas feliz», que busques el placer a toda costa y tantas cosas más; por más que nos quieran vender eso, la realidad es que ser feliz cuesta, y amar, mucho más, porque ser feliz no es buscar el placer. Si nos tomamos la vida en serio, como se la tomó Jesús, amar cuesta tanto que, a veces, cuesta incluso la misma vida. Por eso es lindo saber que él nos invita a ir a su corazón, a ese corazón que sabe de amor y sufrimiento, que sabe de sufrir por amor, que sabe de agobio y cansancio.

Si hoy es uno de esos días en los que te sentís agobiado, harto, cansado, con ganas de tirar todo «por la borda» por lo que ves a tu alrededor, ganas de bajar los brazos, ganas de no luchar más, ganas de sumarte a lo que «hacen todos», ganas de estar solo y que ya nadie te moleste; si es uno de esos días, volvé a escuchar las palabras de Algo del Evangelio de hoy: «…uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua». La paciencia y humildad del corazón de Jesús te llenarán de alivio. La mansedumbre y humildad del Dios hecho hombre te enseñarán que lo único que te dará alivio en esta vida es vivir en paciencia y humildad, entregando todo lo que crees que depende de vos, pero que en realidad depende de él.

Si podés, te vuelvo a decir, mirá una imagen, andá a un sagrario, andá a una adoración y, abrazando a Jesús con tu corazón, decile: «Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío. Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío».

Solo Jesús nos anima a empezar a caminar…
Solo Jesús nos sostiene mientras caminamos…
Solo Jesús nos hace caminar juntos…
Solo Jesús nos ayuda a no perdernos…
Solo Jesús nos hace salir ahí, donde se necesita…
Solo Jesús nos conduce al mismo fin…
Solo Jesús nos levanta cuando nos caemos…
Solo Jesús nos consuela en el desánimo…
Solo Jesús nos da la paz del perdón…
Solo Jesús nos libera de nuestras esclavitudes…
Solo Jesús nos libra del olor a muerte que nos rodea…
Solo Jesús nos salva de nuestras locuras…
Solo Jesús nos recibe cuando pecamos…
Solo Jesús nos aplacará el dolor…
Solo Jesús nos recibirá cuando atentemos contra nuestros hermanos…
Solo Jesús nos abrazará cuando seamos despreciados…
Solo Jesús nos salvará como nación…
Solo Jesús nos librará de la muerte de inocentes…
Solo Jesús nos impedirá ser otros Pilatos o Herodes…
Solo Jesús nos anima a confiar cuando parece que todo está perdido…
Solo Jesús nos sostendrá cuando como país, como humanidad no nos quede errores por cometer…
Solo Jesús nos hará doblar la rodilla frente a él cuando nos toque estar cara a cara.

Todo lo demás, todo lo demás pasará y, finalmente, quedará solo Jesús.