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Solemnidad de todos los santos

Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de Transjordania.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».

Palabra del Señor

Comentario

Ponete una mano en el corazón. Ponete una mano en el corazón: ¿Pensaste algún día, alguna vez que podés ser santo, que querés ser santo? ¿Pensaste en ser feliz haciendo el bien a tu alrededor, intentando hacer lo que Dios desea para vos? Si alguna vez lo pensaste y fue tu deseo por algún tiempo –pero ahora se apagó por tantas dificultades, por diferentes razones–, creo que hoy es un día para volver a refrescar lo mejor que puede desear una persona en este mundo: la santidad. Si nunca lo pensaste porque te parecía una pregunta un poco ridícula o porque en realidad pensás –como tantos piensan– que no es para vos, que es como una especie de privilegio para algunos locos que se animaron a hacer cosas muy heroicas y raras, también hoy es un buen día para animarse y preguntarse de una vez por todas: ¿Qué es en definitiva la santidad? ¿Qué es ser santo? ¿Puedo ser santo si soy un cristiano de a pie, un católico común y corriente que anda por este mundo?

Hoy es el día de todos los santos, el día en el que en la Iglesia celebramos que el amor de Dios es tan grande, tan maravilloso y más fuerte que cualquier otro intento para destruir el bien que Él vino a sembrar en este mundo.

Hoy celebramos y agradecemos que en el cielo –junto a Dios Padre, a Jesús, al Espíritu Santo, a la Virgen– hay muchísimas más personas de las que imaginamos. Junto a nuestro Padre en este momento no solo están los grandes santos que descollaron por sus grandes obras, los santos a los que les tenemos una devoción especial, esos que están en los altares –ante los cuales a veces nos frenamos, los miramos, les pedimos su intercesión–, sino que también están los santos sencillos, los ocultos, los que nadie conoce, los silenciosos; esos que también se los llama los de la puerta de al lado, los anónimos; los santos sin propaganda, sin «marketing», sin fundaciones, sin grandes obras, los santos de a pie. Podríamos llamarles los santos comunes, los normales –comunes y corrientes–. Esos santos que podríamos y deberíamos ser vos y yo.

Hoy la Iglesia nos dice a todos, nos grita al corazón: «La santidad es un llamado universal. Es para todos, es posible, es para cualquier cristiano». Todos podemos y debemos ser santos si queremos estar algún día con nuestro buen Dios, que es Padre. «Porque solo los puros de corazón verán a Dios», dice la Palabra. Solo los que se dejan purificar por su amor y aprenden a amar como Él nos amó, solo ellos podrán disfrutar de ese amor eterno que todos deseamos.

Algo del Evangelio de hoy es un llamado a la santidad. Ahora en el cielo hay muchos más santos de los que imaginamos, seguramente algún familiar nuestro; esa viejecita que murió en soledad y abandonada, triste y sola; ese hombre que luchó hasta el final con su enfermedad y agonizó solo en un hospital; esa madre que vivió toda la vida para sus hijos y su esposo, dejándose amar por ellos y amando; ese joven que no pudo vivir muchos años, pero que mientras estuvo buscó hacer el bien, tenía sus proyectos; esos millones de niños que no pudieron nacer por la crueldad del aborto, y así podríamos seguir interminablemente con tantos ejemplos. Incluso en el cielo puede estar ese que no quisiste tanto y que jamás querrías que esté en el cielo por tu egoísmo, por tu falta de amor; pero sin embargo se arrepintió y llegó. Menos mal que es Jesús el que nos hace ser santos con su gracia y con su misericordia.

Por eso, hoy preguntate si alguna vez te planteaste ser santo, santa. No es de locos, no es de raros. Es de gente normal que necesita ser feliz en este mundo, pero al modo de Dios, como las bienaventuranzas.

Querer ser santo es desear vivir felizmente haciendo la voluntad de Dios, como nos enseña Jesús. Así decía san Juan Pablo II: «La santidad es la alegría de hacer la voluntad de Dios». Tan simple y difícil como eso.

Creo que hoy es bueno que todos –laicos, sacerdotes, consagrados y consagradas– nos preguntemos seriamente: ¿Queremos ser santos? ¿Perdimos ese fuego del inicio? Que en realidad es casi como preguntarnos: ¿Queremos ser felices? A la pregunta sobre la felicidad digamos que nadie se animaría a responder que no. Bueno, entonces tenemos que convencernos que querer ser felices es querer ser santos. Porque eso es lo que viene a proponernos Jesús: felices, felices, bienaventurados. Nueve veces diciéndonos esa palabra y proponiéndonos el camino de la felicidad en el Evangelio de hoy, esa felicidad que se nos regala cuando nos abrimos a su amor.

Ahora la pregunta que también nos puede quedar picando es: ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo la alcanzo?

Te propongo que en este día vuelvas a leer y escuchar una vez más las Bienaventuranzas, porque en ellas se resume todo lo que Dios soñó para cada uno de nosotros, en ellas se resume la santidad. ¿Querés ser santo? Tenés que vivir en el día a día, aunque nadie se dé cuenta, las Bienaventuranzas. Tenemos que ser felices haciendo la voluntad de Dios, aunque todo alrededor parezca que se viene abajo, que no funciona.

Si hoy alguien más se decide a ser santo gracias a esta Palabra de Dios, si alguien hoy escuchando este audio se decide a ser feliz haciendo la voluntad de Dios –viviendo las Bienaventuranzas–, hoy el bien habrá triunfado una vez más, una batalla más. Hoy la Palabra de Dios habrá derrotado la maldad y el egoísmo, la mediocridad de este mundo que a veces copa nuestro corazón y el de los demás.

Que en este día se vuelva a encender en nuestro corazón ese deseo profundo de ser puros de corazón para vivir según la voluntad de Dios; y si nunca lo tuviste, pedíselo a Dios: «Dame la gracia y la alegría de querer ser santo». Levante la mano quién quiere ser santo. Levantá la mano desde el fondo de tu corazón.