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Solemnidad de Cristo Rey del Universo

Pilato llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres Tú el rey de los judíos?» Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?» Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»

Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí». Pilato le dijo: «¿Entonces Tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».

Palabra del Señor

Comentario

Llegamos al final del año litúrgico, al ciclo de la Iglesia en el que se nos propone día a día, domingo a domingo, ir metiéndonos lentamente en el misterio de la vida de Jesús, en sus sentimientos, en sus pensamientos, en su corazón. Es necesario hacerlo siempre, una y otra vez, cada año, porque solo a fuerza de contemplar su vida, de participar en su misterio, podemos vivir verdaderamente nuestra vida cristiana, no como meros espectadores, sino como protagonistas. En nosotros, en la medida que lo dejamos, vuelve a realizarse el misterio de la pascua, el de morir continuamente a nuestro egoísmo y al pecado para renacer siempre a la posibilidad de amar, de entregarse, de dar la vida y de dar vida.

Por eso hoy terminamos con la fiesta de Cristo Rey del universo, rey de todo lo creado, porque «todo fue creado por él y para él», aunque a veces pareciera que no parece, valga la redundancia, aunque nuestra ceguera no lo termine de descifrar.

Del Evangelio de Juan, aparece hoy este texto que forma parte del proceso de Jesús ante Pilato durante su pasión. Dios, hecho hombre, se sometió a un juicio humano y a un juicio injusto. Dios «se deja juzgar» por el hombre, y además algo mucho peor, deja que lo juzguen mal, sabe que los hombres serán injustos con él, sabe que finalmente, diga lo que diga, lo entregarán igualmente. Y sabiendo esto, lo desea, lo quiere con todo su corazón. No por el mal en sí mismo, sino porque a partir de ahí, él sacará un gran bien. Desea revelar la verdad de su Padre en la cruz.

¿Y cuál es esta verdad de su Padre? ¿A qué se refiere Juan con esta expresión? No a algo meramente intelectual, a una verdad conceptual, abstracta o a la que tiene que ver con la esencia de las cosas, sino al testimonio que vino a dar el Hijo de Dios. Él vino a mostrar la verdad, que es el plan divino de salvación, o sea, la voluntad y su voluntad de salvarnos, que en definitiva es él mismo, como enviado del Padre. «Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarnos, para que conociendo esta verdad tengamos una vida verdadera, vida que se sigue alimentando de su entrega en la cruz.

¿Y cuál es el plan divino? ¿Qué vino a mostrarnos, a revelarnos? ¿Y qué esconde esta verdad de Jesús?

El corazón de Jesús revela el corazón del Padre. El corazón del Hijo es un reflejo perfecto del amor del Padre. ¿Y qué dice entonces ese corazón? Nos dice a gritos, pero también en silencio, sin imponernos nada: «No vine a dominarte, no vine a someter a nadie, vine a atraer a todos por medio del amor».

Este fue el plan de Dios al hacerse hombre. Esta es la «estrategia» que utilizó para atraernos.

¡Qué difícil es imaginarnos hoy en día un rey, al rey de reyes, manso, humilde, dejándose someter por el hombre, dejándose llevar mansamente a morir en la cruz!

Jesús es de algún modo el rey antihumano. Es el rey que reina desde un trono que no es de este mundo, no es como los de este mundo. Es un rey cuyos seguidores también lo abandonaran, lo dejaran solo, como también pasa hoy. Es un rey que no entiende ni le interesan las violencias, los enojos sin sentido, las imposiciones, los gritos, los complots, los acomodos, el poder por el poder mismo, las preferencias. Es un rey que no desespera ante la traición, ante la indiferencia, ante los corazones cerrados, aunque sí llora cuando se endurecen y se obstinan en no creer. Jesús es el rey que ningún partido político del mundo elegiría como candidato. ¿Cómo harían para soportarlo? Si para nosotros gobernar es dominarlo todo, las personas y las situaciones; es eliminar toda posibilidad de diferencia, de pensar distinto, de buscar otros caminos y alternativas. Si para nosotros gobernar es muchas veces gritar y decir lo que algunos quieren escuchar; es hacerles creer a otros que me interesan sus intereses, cuando no siempre es verdad, para seguir manteniéndose en el poder. Si para nosotros gobernar en definitiva es servirse de los demás y no servirlos.

Igualmente, no hay que ser gobernante para experimentar esto en el corazón.

Nosotros, en nuestros mundos chiquitos, en nuestros corazones, en nuestras familias y trabajos, muchas veces actuamos y pretendemos ser reyes de nuestros territorios, creyéndonos con el derecho de luchar con uñas y dientes por cosas, ideas y nuestras propias verdades, y no las de Dios.

Ante todo esto, hoy, en Algo del Evangelio, resuena la voz de Jesús o parafraseo sus palabras, que podrían ser estas: «El que es de la verdad, el que acepta que soy así, que solo Yo soy rey, pero de otro modo, escucha mi voz, se deja guiar por mí, deja que reine en su vida».

Te propongo hoy frenar un poco y fijarnos qué voces andamos escuchando, si la voz mansa de Jesús que nos invita a vivir como él o la voz iracunda, impaciente de este mundo alocado y alejado del Padre, el mundo en el que vivimos en definitiva, donde somos capaces de pelearnos por todo y con todos, por lo más mínimo.

El primer paso para amansar nuestro corazón, es dejarnos amansar por él; es mirar continuamente a nuestro rey, callado y paciente en la cruz por nosotros. Ese es nuestro rey, el resucitado, pero el crucificado, el que nos mira y mira al mundo con amor, para que podamos enamorarnos de él.

En cada Eucaristía, en cada misa que celebramos, celebramos a Jesús rey, un rey pequeño, aunque parezca contradictorio, un rey que se somete de alguna manera a nosotros, que se deja comer porque se entrega por amor siempre, una y otra vez. Un rey que quiere reinar antes que nada en nuestros corazones para poder reinar en este mundo, hasta que vuelva definitivamente «sobre las nubes», como dice el libro del Apocalipsis: «Todos lo verán, aun aquellos que los traspasaron», incluso los que lo rechazaron.

¿Puede haber un rey tan bueno como el nuestro?