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Sábado de la Octava de Pascua

Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.

En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.»

Palabra del Señor

Comentario

Por qué no intentar en este sábado de la Octava de Pascua, con la cual terminamos esta celebración de este gran día que es la Pascua, el «paso» de la muerte a la vida, de la resurrección del Señor, el «paso» de nuestro Señor por ese abismo al cual nadie quiere. Por qué no intentar lo que no hacemos hace tiempo que es hacer una síntesis de los evangelios de esta semana, que son tan ricos y nos pueden ayudar muchísimo finalmente a vivir la experiencia real y concreta de que Jesús está vivo, en nuestra vida. Porque, en definitiva, de eso se trata ser cristiano: en descubrir la presencia de Dios real y concreta en nuestra vida como una persona a la cual queremos seguir porque nos enamoramos, porque descubrimos su amor. Eso es ser cristiano. «No se empieza a ser cristiano por una idea o por una doctrina, sino que se empieza a ser cristiano verdaderamente cuando nos encontramos con una Persona, o cuando esa Persona cambia el rumbo de nuestra vida», así lo decía, de algún modo, en su momento el papa Benedicto XVI, nos cambia el sentido de la vida. Como decía san Juan Pablo II: «Cristo nos da todo, no quita nada; no tengan miedo a Cristo, ábranle las puertas de par en par».

Bueno, en esta semana de Pascua de la Octava, hemos contemplado estos evangelios donde se nos muestra a Jesús que se aparece a sus amigos, a sus discípulos, a las mujeres, y por qué no pensar también en la aparición de Jesús a su madre, la Virgen Santísima, que, aunque no está relatada en los evangelios, también podemos imaginarla, tal como lo plantea san Ignacio de Loyola. Es una oportunidad para poder reflejarnos y vernos también cómo en nuestra vida, Jesús, de alguna manera, se nos «apareció», se nos manifestó, aunque siempre de algún modo «velado», oculto; por eso tenemos que hacer un esfuerzo, por eso tenemos que abrir las puertas de nuestro corazón. Y para repasar y ver algunas frases, algunas situaciones de los evangelios de esta semana nos pueden ayudar. Por supuesto que cada uno de nosotros puede tomar el Evangelio que más les gusta, incluso el de hoy; porque Algo del Evangelio de hoy es como una especie de «resumen» de los evangelios de la semana.

Marcos sintetiza tres apariciones y las hace bien concretas y sencillas; en cambio, los otros evangelistas se explayan un poco más. Entonces utilicemos esta especie de «síntesis» del Evangelio de Marcos de hoy para ver la síntesis de esta semana y quedarnos con una frase, con una situación, con algo que nos pueda ayude a rezar, a emocionarnos, a volver a nuestra Galilea, a descubrir aquel momento en el cual nos encontramos con él y ahora por ahí todo está «apagado»; o no, o nos encontramos en esta Pascua con Jesús más plenamente y esto nos impulsa a seguirlo con alegría; o no, y estamos en la apatía total… Pidamos la gracia, pidámosle al Señor poder encontrarlo, pidámosle al Señor como decía el Evangelio del lunes: alegrarnos. «Alégrense», decía Jesús. Pidamos alegrarnos verdaderamente con la presencia de Jesús Resucitado. Y Jesús nos plantea –como el lunes– ir a Galilea; ir a ese lugar original donde lo conocimos alguna vez, donde escuchamos hablar de él y por ahí nos olvidamos… Pensá en eso, y cómo las mujeres se postraron y se tiraron a sus pies de la emoción.

El martes veíamos cómo Jesús consolaba también a María diciéndole: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Y podríamos dejar que Jesús nos pregunte qué es lo que nos pasa, por qué lloramos, por qué a veces seguimos en la tristeza, por qué nos desanimamos tan fácil. Jesús nos viene a traer alegría y paz. Y aunque a veces conviva con la tristeza, la paz que viene a traer Jesús es una paz que nos da la certeza de su presencia.

O también como el miércoles, pensar en la presencia de Jesús con los discípulos de Emaús, que los acompaña, aunque ellos no se dan cuenta. Él siempre está a nuestro lado, aunque no lo vemos, siempre dispuesto a explicarnos las Escrituras para que «arda» nuestro corazón y que finalmente se nos manifiesta en la Eucaristía para poder experimentarlo verdaderamente.

Y así el jueves veíamos cómo Jesús nos trae la paz: «La paz esté con ustedes»; y al mostrarles sus manos y sus pies, los discípulos se llenaban de alegría y admiración, pero también, por otro lado, se resistían a creer. A veces nos cuesta creer. Pidamos la gracia de creer. Él está, está presente.

Y ayer ese gran Evangelio de la pesca milagrosa donde Juan pega el grito: «¡Es el Señor!», y Pedro desaforadamente, pero lleno de amor, se tira al mar y recorre cien metros para encontrar a su Señor; toda una prueba de su inmenso amor.

Ojalá tuviéramos ese deseo profundo de que cuando nos dicen «allá está el Señor», pudiéramos tiranos de cabeza –por decirlo así–, jugarnos la vida, cambiar el rumbo de nuestra vida para transmitir la alegría de Jesús Resucitado.

Ojalá que esta semana de Pascua nos encienda de vuelta en lo profundo de nuestro corazón para decir: «Vale la pena ser cristiano, vale la pena creer en Jesús, vale la pena hablarle a los demás sin miedo de que Jesús está vivo». Cómo nos cuesta a veces, ¿no?, cómo nos cuesta hablar en nuestros ambientes de nuestro Señor como alguien concreto, como una Persona a la cual amamos.

Ser cristiano es seguir a Jesús, ser cristiano es enamorarse de él y no tener vergüenza de ser testigos de su resurrección.